Con esta frase lapidaria resuelve Michael Corleone un crimen mafioso. Detrás subyace el pragmatismo de la «famiglia», heredado de la vieja tradición romana consistente en proteger ante todo y como sea a los tuyos.

Al final de los setenta estaba yo fascinado con las películas de Francis Ford Coppola, especialmente con El Padrino. Al mismo tiempo acabada mi carrera de enólogo viajaba por todo el mundo intentando vender los vinos de Alicante. Fue cuando descubrí que Carmine Coppola y su hijo Francis tenían viñedos, bodega y unos magníficos vinos al norte del valle de Sonoma en California. Presto, le envié una botella de Fondillón acompañada de una carta de admiración. Conservo la nota de agradecimiento que culminó treinta años después con una invitación de su oficina de prensa a la conferencia que en Septiembre de 2008 dio en la Ciudad de la Luz. Allí acudí de la mano de mi querido amigo el director de cine Rafa Maluenda y ambos pudimos despachar con el gran cineasta gracias a la amabilidad de José María Rodríguez Galant, director entonces de aquel proyecto, que nos coló en una sala privada. Le volví a regalar una botella de Fondillón de 1987 y para mi sorpresa Coppola se acordaba perfectamente de él y nos dijo cuan le había gustado y maravillado aquel vino que calificó de «enigmático». El irrepetible director me interrogó sobre la técnica de elaboración, sus cualidades y características y contrastó conmigo «de bodeguero a bodeguero» las similitudes climáticas de California y Alicante y prometió visitar la bodega en un futuro.

Durante la clase magistral que previamente dio a los jóvenes alumnos de cinematografía, alguien le preguntó si había ganado mucho dinero haciendo películas y él contestó que no, que el cine era ruinoso y que él mantenía a su familia vendiendo vino. ¡Ese es mi negocio!, contestó tajante a la par que esbozaba una leve sonrisa tras aquella barba de incipientes canas.