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La refrescante tradición del botijo, en peligro

Agost se moviliza para evitar la desaparición del ancestral recipiente del que se llegaron a fabricar cientos de miles al año

Un alfarero crea un botijo en su torno, en una imagen de archivo.

Salvar el botijo. Hace medio siglo se fabricaban cientos y cientos de miles al año del este ancestral y refrescante elemento en Agost. Pero la llegada del plástico y las neveras ha reducido su fabricación en esta villa alfarera a unos pocos de miles. Están en peligro de extinción. Y para evitar su desaparición y ponerlos en valor, su Ayuntamiento ha impulsado una campaña «Hazte Botijo Lover».

Coincidiendo con la celebración ayer del Día Mundial del Agua, Agost quiere fomentar este tradicional recipiente hoy en desuso. Un elemento que advierten desde el Ayuntamiento está en peligro de extinción, destacando las cualidades de sostenibilidad de un objeto de barro poroso característico de esta población alfarera.

Para ello, el Consistorio ha lanzado una iniciativa que tendrá continuidad en abril con los Días Europeos de la Artesanía. «Los botijos están en peligro de extinción y creemos que es un elemento de la vida cotidiana de nuestros padres y abuelos que deberíamos recuperar porque, además, son sostenibles, ecológicos y respetuosos con el medio ambiente», explicó ayer el alcalde Juanjo Castelló (PP).

La campaña «Hazte Botijo Lover» pretende que no se pierda esta tradición y que se potencie su uso. Las especiales propiedades de la arcilla local, muy porosa, hacen que el botijo transpire y que por tanto refresque el agua de su interior.

El maestro alfarero Emili Boix explica que antes y después de la Guerra Civil en Agost se fabricaban «por muchos cientos de miles. Los treinta y muchos talleres de Agost no paraban. Tenían 3 o 4 alfareros, y cada uno podía fabricar al día 100 o 120 botijos. Se vendían por todos los sitios, y los botijos de Agost llegaban gracias al tren hasta el norte de África y el sur de Francia. Pero la llegada del plástico y sobre todo las neveras fue reduciendo la producción hasta ser ahora unos pocos de miles. Y es una lástima por sus propiedades: es sostenible, ecológico y, una vez ‘muere’, no contamina».

El alfarero José Ángel Boix con un botijo en Agost. INFORMACIÓN

Boix destaca las propiedades del botijo de Agost, donde se le añade un poco de sal para mejorar su capacidad para refrescar, y recuerda que «el origen del botijo se remonta a la antigua Mesopotamia».

Esta campaña impulsada por Agost pretende llegar a instituciones y autoridades públicas, así como a vecinos de la población y otros que viven en otros puntos para conseguir una gran movilización entorno al botijo, que se materializará con acciones concretas entre el 6 y el 11 de abril próximos, fechas en las que se celebran los Días Europeos de la Artesanía.

Presente en la Santa Faz

«Agost es un pueblo que mantiene vigentes muchas de sus costumbres y tradiciones, y la alfarería sigue muy presente a través de artesanos que todavía producen en sus tornos y del Museo de Alfarería», indicó el alcalde, que señaló que la cerámica de esta población es «muy variada» pero que «el botijo ha sido siempre una seña de identidad» que ha estado presente en ferias y eventos como la romería de la Santa Faz en Alicante, a la que siempre ha acudido. «La llegada del ferrocarril permitió a los alfareros ampliar sus miras y vender, pero la llegada del plástico terminó por recluir a casi un objeto de museo los utensilios de barro», concluyó.

Por su parte Boix recordó una anécdota de antes de la Guerra Civil muy clarificadora de la popularidad del botijo. «Los turistas que llegaban a Alicante en tren paseaban por las calles de la capital con botijos en la mano. Los compraban antes de llegar, en la estación de Monforte, donde iban los alfareros de Agost a vender en la parada sus creaciones». Casi un siglo después, están al borde de la desaparición.

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