Lo primero que llama la atención en El Campello relacionado con el pan es su consumo. Hay muchas panaderías en el pueblo para la población que tiene, aunque bien es cierto que en verano los residentes se multiplican. Pero además, según consta en el Ayuntamiento, hay seis hornos que elaboran pan diariamente, y de ellos cuatro están relacionados familiarmente. Curioso. Y al menos una docena de despachos de pan sobreviven a pesar de la competencia de las grandes superficies y los supermercados.

Al parecer, el origen de la tradición panadera en El Campello nace en La Nucía. A finales de 1886, en la Iglesia de la Inmaculada de La Nucía, se unen en matrimonio José Devesa y Josefa Ivorra, «los yayos», ella con 15 años y el con 25 y viudo de la hermana de ésta, que serán conocidos por «pare Pep y mare Pepa», según recoge el libro «Demografía de les families Devesa-Ivorra», de Isabel Lledó Devesa. Ambos nacieron en La Nucía de familias modestas y trabajadoras.

La alta tasa de natalidad de la época hizo que tuvieran once hijos, que criaron gracias ya a su oficio de panaderos: Francisca, Esperanza, José, Tomás, Josefa, Dolores, Amparo, Juan, Miguel, María y Angélica. Y nacieron todos con el pan bajo el brazo, ya que llevaron el oficio de panadero como dote al matrimonio y todos montaron su panadería dispersándose por la provincia.

El hijo mayor, José Devesa Ivorra, se casó en La Nucía el día de Reyes de 1920 con Vicenta Pérez Ivorra. Este matrimonio, «el tío Pepe y la tía Vicenta», es el que se conoce como «los abuelos», y de aquí arranca la saga de los panaderos de El Campello.

El primer horno de la saga se instala en la calle Santa Teresa, donde está actualmente la panadería Pérez Guash. De allí Miguel Pérez abre el segundo en la calle San Vicente. Este horno fue arrendado durante unos años por la familia Devesa Varó, que ya se dedicaban a la elaboración de pan en La Vila Joiosa. Cuando los Pérez recuperan su establecimiento tras una aventura empresarial en la construcción de barcos de pesca, los Varó deciden montar su propio negocio, en la avenida de La Generalitat. El matrimonio Luis Varó y Pepita Devesa tuvo cinco hijos, Juan Ramón (ya fallecido y que fue alcalde del pueblo), Pepe, Luis, Miguel y Vicente. Pasados unos años Pepe, decidió independizarse y abrió JOYMA, acrónimo de José y Mari, su mujer, actualmente en la calle Pal.

Imagen de Pérez Guash. Alex Domínguez

Además, distintos matrimonios entre las familias han hecho que los apellidos aparezcan en una u otra rama familiar, dando lugar a algunas curiosas coincidencias y que los Pérez, los Varó y los Devesa formen un entramado de hermanos y hermanas, tíos y tías, primos y primas, cuñados y cuñadas que se extiende por todo El Campello.

El negocio

Muchas cosas tienen en común estos negocios. El primero es el respeto por la elaboración tradicional. Son panaderos artesanos de toda la vida y defienden el valor nutricional y la calidad de sus productos, frente a las elaboraciones industriales que compiten con ellos en precio.

Mari Gero Boix y Toya Sala de Borja, en la panadería Miguel Pérez. Alex Domínguez

También comparten la preocupación por la marcha del sector: Pepe Varó Devesa, de JOYMA es categórico: «La tradición del pan se va al traste. En poco tiempo han cerrado dos panaderías, una aquí al lado con cien años de antigüedad. Influye mucho la competencia de las grandes superficies y los hipermercados, pero el principal problema es que la gente no está dispuesta a trabajar de noche». Los horarios de los panaderos son duros, hay que ponerse a las 2 o las 3 de la madrugada y hasta media mañana no se acaba, con lo que llevan una vida al revés que el resto de los mortales. «Y uno no se hace rico con esto, son muchas horas y la noche no la quiere nadie», redunda Pepe Varó. La misma visión comparte su mujer, Marita Carratalá, única mujer que ha sido alcaldesa de El Campello hasta la fecha.

Nieves Reyes, esposa de Luis Varó, de panadería Varó, recuerda «cuando llegaba el 18 de julio, que era fiesta nacional, y había que hacer pan doble. Empezaban a trabajar el día 16 a las 9 de la noche y acababan el 17 más allá de las 10 de la noche, 24 horas sin parar. No había supermercados ni grandes superficies y los hornos no dábamos a basto. El Campello se llenaba en verano de gente que venía de vacaciones. Se hacían más de 5.000 barras diarias, y ahora estamos en unas 500».

Es sobre todo el turismo el que opta en mayor medida por la compra de pan «fácil» en los hipermercados, pero la gente del pueblo está volviendo cada vez más a consumir el pan tradicional. Pedro Boix, de la panadería Miguel Pérez, coincide en la opinión de que «la producción ha caído muchísimo y ya no se trabaja como antes, el negocio se mantiene gracias a la venta de empanadillas, bollería, magdalenas y otros productos, pero lo que es el pan ha bajado mucho».

Marita Carratalá y su hija Zita Varó, en la panadería JOYMA. Alex Domínguez

Inocencio López, que está desde hace unos años al frente de la panadería Pérez Guash tras la jubilación de sus propietarios, apunta que «este año ha mejorado un poco la cosa, pero el pasado, con los restaurantes cerrados, fue un auténtico desastre». Nosotros sobrevivimos gracias a nuestros clientes fieles, de toda la vida, que valoran el pan bien hecho. Ahora podemos hacer unas 600 o 700 barras en verano y unas 300 o 400 en invierno». López recuerda que hace un par de años cerró por jubilación la panadería Carrillo y que recientemente también bajo la persiana definitivamente la de Hilario.

Y por eso, porque además de apellidos comparten ilusiones, esfuerzos, retos, contratiempos y dificultades, siguen echándose una mano unos a otros cuando hace falta, para que el pan salga cada día. «Como Dios manda».