Maestros del barro: un oficio que se reinventa para sobrevivir
Hace unas 3.000 piezas al año para una clientela principalmente nacional, aunque también cuenta con un comprador en Canadá, quien asegura está cansado del «producto chino» y acude a José Ángel Boix, uno de los tres alfareros que quedan en Agost para comprar sus botijos

Rafa Arjones
José Ángel Boix recuerda aquellos veranos en los que, siendo apenas un niño de nueve años, su padre les enseñaba a él y a su hermano el delicado arte del barro. Pasaban día enteros aprendiendo un oficio que requiere de paciencia y destreza: la alfarería. Este trabajo ha sido, y sigue siendo, la seña de identidad de un municipio de la comarca de l’Alacantí, Agost. Sin embargo, los talleres dedicados a esta tradición que se enseña de padres a hijos, están desapareciendo, y los pocos maestros que aún trabajan tienen que aplicarse ese dicho: «renovarse o morir». Boix, quinta generación de alfareros en su familia, revela la realidad: de los 35 talleres que antaño llenaban el casco antiguo del pueblo, hoy en día solo tres artesanos continúan haciendo suyo este arte.
«Es un oficio que se aprende desde niño», afirma José Ángel, subrayando que «hay que saber cómo apretar y manipular el barro» para dar forma a unas piezas que lucen en las estanterías infinitas de su taller: botijos, jarras, huchas en forma de cerdito o de gato... pero también botellas y jarrones, con los que busca adaptarse a la demanda de las nuevas generaciones. «Tenemos que alejar a los jóvenes del plástico, pero cuesta que se lleven un botijo a casa», comenta. Aunque muchos los compran como objeto decorativo, Boix insiste en que no deben olvidarse de su función original. «Con el calor actual, un botijo mantiene el agua a una temperatura agradable, cinco o seis grados menos que la del ambiente. Es agua viva», señala.

José Ángel Boix: El arte del botijo de Agost /
Es un oficio que hay que aprenderlo desde pequeño, tienes que saber como manipular y tocar el barro
El barro extraído de las canteras de Agost tiene un tono verdoso-amarillento. En el taller, los alfareros lo mezclan con sal para lograr ese característico color blanquecino y darle la porosidad deseada. Aunque José Ángel asegura mantiene viva la esencia de las piezas tradicionales, confiesa que también se atreve a innovar, moldeando botijos con formas distintas y creando piezas decorativas en tonos pastel, que se adaptan a la decoración minimalista que está a la orden del día. Entre los encargos más peculiares que ha elaborado está una nube y un balón de fútbol.

El alfarero amasa el barro mientras mira a cámara. / Rafa Arjones
El ritmo de trabajo de Boix sigue un ciclo estacional: durante el invierno, se enfoca en la producción, mientras que en verano participa en ferias, donde expone parte del material creado en meses anteriores. El alfarero estima que produce alrededor de 3.000 piezas al año. «La cerámica, si está bien cocida, se puede almacenar indefinidamente, resistiendo el paso del tiempo», afirma.
Además de participar en ferias, José Ángel organiza actividades con colegios, talleres familiares, celebraciones de cumpleaños y ahora también despedidas de soltera. «A todos les fascina meter las manos en el barro», dice con una sonrisa. «Me encanta compartir lo que mi padre me enseñó y transmitir esa pasión por la alfarería a los demás».
Lo más raro que me han pedido unos clientes hasta ahora ha sido una nube o un balón
En cuanto a su clientela, explica que la mayoría es nacional, ya que «el botijo requiere un clima cálido», aclara. Sin embargo, anecdóticamente menciona que algunos extranjeros que lo visitan quieren usar el botijo para vino, aunque él siempre recuerda que «están hechos de un barro diseñado para el agua». Sí reconoce que cuenta con un importante cliente en Canadá, quien, según Boix, está «harto» de los productos chinos y valora la calidad de su cerámica.
No sabe qué le deparará el futuro al oficio ni si habrá una sexta generación, ya que sus hijos son todavía muy pequeños. No obstante, los lleva al taller con frecuencia, y los pequeños regalos que han dejado en las estanterías son prueba de ello. Aunque José Ángel desea que continúen con el legado familiar de los alfareros Boix, reconoce que son libres de escoger su futuro y que, al final, solo el tiempo revelará si tienen, esa «Alma alfarera».
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