Hace setenta y cinco años, el ruido de un avión arrasando la ciudad o el sonido de una sirena dando la alarma eran motivos suficientes para atemorizar a la población alcoyana. Alcoy, ciudad donde predominaba el sentimiento republicano, sufría en sus carnes el olor de los ataques de los bombarderos italianos que procedían de Palma de Mallorca y que hasta en seis dramáticas ocasiones pusieron el punto de mira sobre las fábricas textiles y metalúrgicas que producían material de guerra.

El estrés, la falta de tiempo o el simple desconocimiento dificultan hoy en día la posibilidad de detenerse ante uno de los edificios tan emblemáticos como la antigua CAM, la residencia El Teix o el colegio Cervantes, al lado del único refugio visitable, y contemplar las heridas de guerra aún perceptibles que sufrieron sus fachadas, a causa de la metralla de las bombas. Son lugares bien conocidos por los historiadores alcoyanos Paco Blay y Àngel Beneito.

Pero estas, no son las únicas cicatrices que ha dejado la Guerra Civil, ya que también está el recuerdo en la mente de aquellos que vieron cómo la muerte era la moneda de cambio y que el daño causado hacía más fuerte al enemigo. Siete es el número de bombardeos y sesenta y cuatro la cifra que representa la lucha de aquellos que murieron por defender sus derechos cuya voz quedó silenciada por la explosión de 624 bombas. Divergencias en cuanto a ideales políticos, pero al fin y al cabo seres humanos con sentimientos y emociones similares.

Las marcas del dolor

Personas como Rosa Lluch que entre lágrimas relata la dura pérdida de su hermano pequeño de la que fue testigo, cuando entraban al refugio huyendo del peligro de los aviones Savoia SM-79 que amenazaban la vida de todos ellos. Cinco años de edad son suficientes para recordar todo lo que vivió María Colomina, una mujer que describe a la perfección la situación de aquellos años.

Cuenta que el segundo bombardeo fue uno de los más notables porque el ataque iba dirigido en contra del Hospital Sueco-Noruego, en el Viaducto, lugar que se convirtió en la cura y salvación de muchos de los soldados heridos.Sin embargo, explicó cómo a pocos metros vio caer una bomba y matar a una amiga suya, «un recuerdo que no se me olvidará nunca». Su marido, Liberto Mengual vivió con menor intensidad el período bélico, pero recuerda el paso de los aviones a ras de tierra. También, Sari Pastor resalta peculiaridades como la de llevar un palito de madera colgado al cuello para evitar que las ondas expansivas no les explotaran los oídos.

Las aglomeraciones de gente en los refugios alcoyanos también provocaban la muerte de personas en cuyos ojos solo se podía observar miedo y pánico ante lo que estaba sucediendo, muchas de ellas no comprendían que estaba pasando. Según cuenta Ángel Jordá, otro vivo testimonio de los bombardeos, Protección Civil les informó de todo lo que debían hacer en caso de escuchar la sirena de alarma. Correr buscando un escondite donde refugiarse, ya fuera debajo de un olivo o de las escaleras de casa, parecía ser en aquellos días, la única opción para seguir con vida.

«Alcoy iba a desaparecer en una noche», frase que quedó grabada en la mente de Carola Ramírez, una mujer cordobesa que vino a tierras valencianas y que asegura que «aún tiemblo cuando escucho el ruido de un avión».

A pesar de la guerra, todos ellos confiesan que durante la contienda no les faltaba el pan, pero cuando finalizó pasaron mucha hambre. «Ni con billetes se podía comprar comida», «teníamos que hacer trueque» y «nos daban una cartilla con la que debíamos subsistir y hacíamos cola para que nos dieran lo que fuera», estas frases representan todo lo que muchos españoles tuvieron que experimentar, sobre todo después de la contienda.

Historias y vivencias que son sin duda alguna, muestra del terrible dolor que pasaron durante tres años, del 1936 al 1939 y que a pesar del paso del tiempo relatan como si fuera ayer.

Lo que no se expresa con palabras se hace con pruebas del paso de los aviones por Alcoy, restos que son «agujeros» para algunos, historia para otros y que determinan la relevancia del conflicto. Mucho es lo que se puede ver en numerosos rincones escondidos que pasan desapercibidos y que, sin embargo, una vez fueron el blanco de la diana de aquellos aviadores italianos. Espacios que, según Paco Blay y Àngel Beneito, deben ser conservados y tener algún tipo de protección, ya que de todos los refugios existentes sólo permanece abierto el de Cervantes.

La necesidad de mantener estos espacios históricos permitiría hacer una lectura de lo que fue la ciudad hace setenta y cinco años y lo que es ahora, en tanto que la transformación social y el paso del tiempo han modificado algunos de los edificios.