Marcel·la Payá estudió Bellas Artes en la Politécnica de València, antes de formarse en Escenografía en el Institut del Teatre de Barcelona. Esto le permitió trabajar en talleres de decorados y telonería para diferentes teatros, antes de adentrarse en la ambientación del vestuario en el cine. El primer paso en este campo fue a través de la superproducción franco-alemana El Perfume, a la que le seguirían otras películas del nivel de The Promise o Exodus, esta última dirigida por Ridley Scott y filmada en gran parte en tierras de Almería. También trabajó con la figurinista de Matrix, en este caso en unas escenas de «El destino de Júpiter», rodada en Bilbao.

Según explica la propia protagonista, «a lo que nos dedicábamos básicamente es a realizar un tratamiento pictórico a los ropajes, para dotarlos del máximo realismo posible. En ocasiones teníamos que envejecerlos y en otras desgastarlos, además de aplicarles efectos como sangre o salitre».

Y ahí estaba, en esa profesión, cuando de repente llegó la pandemia del coronavirus y todo quedó paralizado. «Antes de meterme en el cine -recuerda-, en la anterior crisis económica, ya hice mis pinitos con el tema de los bolsos, hasta el punto que llegué a registrar la marca Lulutbags. Pero fue una cosa discreta, porque los confeccionaba para amigos y conocidos, y aquello no acababa de despegar. Sin embargo, con la llegada de los meses de confinamiento, decidí probar de nuevo a una escala mayor, en este caso aplicando el marketing online, y la verdad es que, con la misma marca que ya tenía patentada, la cosa está yendo mucho mejor y me he quedado sorprendida de la cantidad de pedidos que estoy recibiendo».

El elemento en el que se basa este incipiente éxito no es otro que el concepto de sostenibilidad y economía circular. Según Marcel·la Payá, «se trata de valores en los que creo y que he decidido aplicar en los bolsos. El material principal de los mismos es el caucho de los neumáticos que me facilitan talleres de automóviles de la zona de Muro, teniendo en cuenta que se trata de un residuo contaminante y que deben pagar por deshacerse del mismo».

A esta base, la emprendedora murera añade otros elementos como «telas procedentes de ropa usada o manteles, también bolsos y mochilas que se han desechado por viejos, o incluso zapatos de los que obtengo cueros. Los disfraces, teniendo en cuenta que Muro es un pueblo de carnavales, son asimismo un buen recurso», detalla.

Con todo ello elabora los bolsos que, destaca, están teniendo una acogida más que notable. «Aparte de los diseños, que creo que están gustando, lo principal es el concepto. La gente está cada vez más concienciada con el respeto al medio ambiente, y una forma de hacerlo es frenando el consumismo y dándole una segunda vida a los materiales. No puede ser que desperdiciemos tantos recursos, porque eso tiene un impacto muy negativo sobre el planeta e influye directamente en el cambio climático». Sus artículos, además, se enmarcan también en la filosofía del kilómetro cero, «porque todo lo que reciclo proviene prácticamente de la misma comarca, lo que es otro valor añadido», puntualiza.