La lluvia de ayer duró apenas dos horas pero sus consecuencias se dejarán sentir varios días. Los teléfonos echaban humo en los parques de bomberos y en los retenes de las policías locales y la lista de espera con incidencias por atender no dejaba de crecer. La tormenta dejó numerosos árboles y vallas caídos que había que retirar o, como mínimo, acordonar para evitar posibles accidentes.

Calles y caminos también se llenaron de piedras y barro que había que limpiar y, por si fuera poco, a la lluvia se le sumó el viento que provocó desprendimientos en balcones y fachadas y que amenazaba con arrancar los toldos. También hubo cristales rotos. Las alcantarillas no daban a basto y en algunas zonas, como en la colonia Santa Isabel, las aguas fecales acabaron inundando los sótanos de un edificio, ante la indignación de los vecinos. Para los agentes y los bomberos no hubo ni un minuto de descanso en toda la tarde y muchos afectados decidieron no esperar y comenzaron a achicar el agua que inundaba bajos y garajes. La calma, relativa, no llegó hasta pasadas las nueve de la noche, horas después de que la lluvia hubiese dejado de caer.