Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los días más grises en las islas

Incertidumbre y tristeza. Los españoles en Gran Bretaña temen por su situación legal y profesional en el futuro y sufren por los brotes de xenofobia tras el «Brexit», pero de momento no tienen pensado marcharse.

Un joven se protege de la lluvia con la bandera europea durante una protesta esta semana contra el resultado del «Brexit». REUTERS

Caras largas, silencio y una calma tensa en las calles de todo el Reino Unido. Se cumple la primera semana tras el referéndum sin que nadie sepa cuándo ni cómo comenzará la desconexión con el continente ni quién pilotará el proceso. A falta de certezas económicas y políticas, a falta de hechos, los días posteriores al Brexit sólo se pueden contar con abstracciones. Los cientos de alicantinos y las decenas de miles de españoles que viven en Reino Unido viven estos días con alarma y tristeza, pero aunque no descartan tocar las maletas y las cuentas bancarias en un futuro próximo, de momento se limitan a seguir las noticias en silencio mientras viven los días más grises que han conocido desde que llegaron allí.

«Me preocupa porque todavía no sé como nos va afectar», cuenta Luis Alberola por teléfono. Este biólogo alicantino de 26 años trabaja como responsable de calidad en una empresa que importa productos españoles al Reino Unido. Vive en Londres con su novia, inglesa y enfermera, desde hace más de un año, pero vive en el país desde que empezó un máster hace tres. Su arraigo es fuerte y no tiene pensado cambiar de país de momento.

«Todos sabemos que el proceso va tardar en ponerse en marcha y a mí me pilla ya medio integrado. Creo que van a tener más problemas los que acaben de llegar y no tengan trabajo», reflexiona Luis. Por eso, su primera preocupación es que su empresa sepa adaptarse a la posibilidad de nuevas condiciones económicas que impongan aranceles a la importación.

Antonio Manuel Illescas está recién aterrizado, pero un contrato laboral le protege de la incertidumbre total. «Yo estoy tranquilo. Mi empresa ya nos ha dicho a los extranjeros, casi un 20% de la plantilla, que "nos adopta"», cuenta este técnico electrónico especializado en aeronaves. Lleva dos meses en Kingston-upon-Hull, una ciudad costera «del tamaño de Elche» donde el Brexit arrasó con un 67% de votos favor.

Su nivel de preocupación es proporcional al tiempo que lleva en el país y su seguridad igual a la duración de su contrato. Dos años. El tiempo que se calcula al proceso de desvinculación con la UE y tiempo de sobra para sacarse «el pasaporte» y seguir trabajando con visado si fuera necesario. «Creo que el miedo lo tienen quienes no tienen trabajo, por si empiezan a ponerles trabas», apunta.

Poder trabajar en la universidad de Liverpool y visitar a su hijo en Alicante todos los meses sólo con el DNI es una de las ventajas de ser ciudadano de la UE que más disfruta el químico alicantino David Costa. Pero el lunes pasado, cuando regresaba a la ciudad de los Beatles tras las Hogueras y las elecciones, se topó con un conato de frontera que auguraba cambios. «En el aeropuerto un policía me pidió la documentación y le entregué el carnet de identidad. Me preguntó si es que no tenía pasaporte y le dije que no hacía falta. Él me recomendó que me lo sacara pronto. Quizá era sólo un consejo, pero a mí no me sonó bien, fue como una amenaza», cuanta por teléfono el investigador desde el laboratorio donde trabaja en el campo de la «nanoelectrónica molecular».

Al igual que en la empresa de Antonio Manuel, sus superiores se han dedicado estos días a tranquilizar al numeroso personal extranjero que hay en la universidad. «Ya han recibido los fondos para los proyectos en marcha, pero en dos o tres años no sabemos qué pasará. El dinero que permite comprar material y hacer investigación potente viene del Consejo Europeo para la Investigación, así que temen que baje mucho el nivel con la salida», explica Costa, quien, paradójicamente, se refugió en Inglaterra hace tres años de los recortes en ciencia del gobierno. «Tengo un post-it en el ordenador desde el viernes. Dice "busca trabajo en España"».

Ciudadanos de segunda

La modernidad que abanderó el Reino Unido y su evolución en forma de globalismo se ha topado con la «política de la ira» encarnada por Trump, Le Pen y Farage sin que los moderados hayan conseguido, de momento en el Reino Unido, contrarrestar su mensaje xenófobo y nacionalista. El Brexit es su primer éxito rotundo y los alicantinos residentes han sido testigos de ello. Muchos inmigrantes desayunaban el pasado lunes con noticias de varios brotes racistas por todo el país.

«Desde que salió el UKIP están siendo habituales estas cosas. Son hooligans, son este tipo de gente los que han votado salir, gente de un nivel cultural muy bajo. Pero son muchos. Tengo claro que si me convierto en un problema aquí, me vuelvo a casa», asegura el químico. «Los ingleses están contra del abuso que hacen los extranjeros de los "benefits", de las ayudas sociales, sobre todo los africanos y los europeos del Este. Una persona con mi sueldo paga un 33% de impuestos», apunta Antonio Manuel, empático con su nueva comunidad.

Ninguno de los entrevistados ha sido rechazado por su condición de extranjero y todavía hablan con distancia de esa otra inmigración que ha disparado el «sí» -«nosotros hemos venido a trabajar y pagamos impuestos», apunta David- pero sí temen convertirse en ciudadanos de segunda si el Brexit anula los privilegios de ser ciudadano europeo.

Jessica Antón lee con sobrecogimiento las noticias de agresiones racistas en Manchester y respira aliviada por vivir en la «little Spain» de Edimburgo, donde hay unos 30.000 españoles registrados -«yo no lo estoy», admite-. Con la apabullante victoria del «permanecer» en Escocia, siente que su presencia es bienvenida por los eurófilos del norte, aunque se han dado casos de rechazo a lo español. «Una amiga que trabaja en una farmacia va a dejar el trabajo porque se ha cansado de escuchar de los clientes y compañeros que "los extranjeros se llevan las ayudas". Yo trabajo en un centro de atención al cliente y alguna vez me han reprochado que tengo acento de fuera. sobre todo gente mayor, como los que han votado salir», cuenta desde su casa.

Si el Brexit convierte a todos los extranjeros en los actuales «no comunitarios», ve peligrar su decisión de seguir en Escocia para ver qué pasa: las condiciones para residir a quienes son de fuera de la UE son muy duras. «Tengo un amigo israelí que necesita para poder quedarse ingresar todos los años 24.000 libras. Eso es mucha pasta incluso para aquí», reflexiona, como haciendo números mentalmente sobre sus ingresos.

Jessica está pendiente también del enfado de los escoceses y de la posibilidad de un segundo referéndum de independencia, porque no está dispuesta a asumir otra segunda escisión. «Tengo 25 años y un futuro totalmente incierto. Si se separa Escocia será un país muy pequeño con una libra muy débil. No hay hueco para mí en España, así que me iré a Sudamérica, con mucha tristeza».

Culpar a los viejos

«Cuando se enteró del resultado mi novia estaba todavía más enfadada que yo. Estaba en contra de salir de la UE, pero no pudo ir a votar», cuenta Luis. La compañera de piso de David tampoco se inscribió y no pudo rechazar la salida. Jessica cuenta que «el referéndum coincidió con el festival de Glastonbury, donde van muchos jóvenes». Fueron los menores de 45 los más partidarios del permanecer, pero las urnas les echaron de menos. Cuando la semana pasada pidieron anular el resultado ya era muy tarde. Estaban fuera de la Unión.

David está incómodo en el autobús. Siente que la gente le mira y que hace gestos al oírle hablar «sin acento inglés». «Desde que llegué aquí, me he sentido muy bien, me sentía un ciudadano. Pero desde hace una semana me siento un inmigrante».

Compartir el artículo

stats