Como una mascletà en alta mar que levantó una cascada de agua. Así fue, al grito de «fuego», «fuego», la detonación de la bomba de la II Guerra Mundial hallada el pasado sábado por un club de buceadores que realizaban actividades subacuáticas a un par de millas de la reserva marina de Tabarca. Los artificieros de la Armada explosionaron ayer, poniendo colofón a una operación que se alargó más de nueve horas, este artefacto que ha permanecido más de 70 años en el lecho marino. Una bomba al lado de Tabarca compuesta por 91 kilos de material explosivo, unos 121 de dinamita, según los cálculos de un portavoz de las fuerzas navales.

La desactivación tuvo lugar pasadas las 17 horas a unas tres millas náuticas del Cabo de Santa Pola, en una zona arenosa, hasta donde los artificieros trasladaron la carga de profundidad, modelo MK o Mark, utilizada por el Ejército norteamericano para atacar a submarinos alemanes desde buques y aviones. Previamente, ocho buzos de la Unidad Especializada de Desactivación de Explosivos de la Armada realizaron diversas inmersiones hasta donde se encontraba la bomba, a 29 metros de profundidad, para colocarla en un globo que permitiera reflotarla y detonarla a distancia. Después fue arrastrada con una cuerda sujeta a una embarcación hasta la zona de seguridad elegida para la detonación, a la que se procedió tras colocarle una carga de cebo. La deflagración se realizó a 15 metros de la superficie para no dañar los fondos marinos.

Los artificieros llegaron al puerto de Santa Pola a bordo del buque Río Guadiaro, que tiene su sede en Cartagena. Antes de partir rumbo al lugar donde se halló la bomba, balizada con una boya amarilla desde su hallazgo y controlada por cámaras de larga distancia del Servicio de Vigilancia Exterior, pasaron varias horas preparando los materiales necesarios. La Guardia Civil escoltó con su patrullera las lanchas con los buzos de la Armada, y controló que no hubiera embarcaciones de pesca y recreo a menos de 700 metros del punto fijado para la detonación controlada, ni buceadores a menos de 1,4 kilómetros. También iba una embarcación con informadores, que tuvo que quedarse a 1.000 metros de la bomba por seguridad.

El delegado del Gobierno en la Comunidad, Juan Carlos Moragues, y el subdelegado en Alicante, José Miguel Saval, supervisaron todo el operativo. Moragues explicó que los artificieros consensuaron con la cofradía de pescadores de Tabarca el lugar donde debía detonarse la carga para que el impacto fuera el menor posible sobre la reserva marina. «Es una operación compleja, delicada, que requiere de una alta especialización», afirmó. Destacó que en el operativo también ha participado la secretaría de Pesca del Ministerio de Agricultura, «muchos sectores intervinientes, para que esta operación tan delicada se haga de forma controlada y no haya ningún tipo de perjuicio».

El artefacto metálico fue descubierto por unos buceadores, que lo pusieron en conocimiento de la Guardia Civil. Los buzos del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas inspeccionaron la zona y pensaron quera era una bombona de butano, pero al acercarse comprobaron que era un artefacto explosivo muy antiguo. Tomaron imágenes y las enviaron al Grupo Especial de Desactivación de Explosivos de la Guardia Civil, que tras analizarlas, llegó a la conclusión de que era una bomba de la II Guerra Mundial. La Benemérita lo comunicó a la Armada, competente en la desactivación de explosivos en el lecho marino. Pese a las medidas de seguridad, Moragues negó que este tipo de artefactos puedan explotar en cualquier momento. De hecho, no se ha prohibido el baño en la playa de Tabarca y tampoco se suspendieron las comunicaciones por barco entre la isla, Alicante y Santa Pola, aunque la zona, que vuelve a estar completamente abierta, se acotó para evitar manipulaciones.