Vivimos en un mundo que envejece. De hecho, antes del 2020 y por primera vez en la historia de la humanidad, habrá en el mundo más personas mayores de 65 años que niños menores de 5 años.

El envejecimiento conlleva un declive de nuestras capacidades físicas y cognitivas: vemos y oímos peor, nuestro sentido del gusto empeora, nuestra función cardiovascular y capacidad respiratoria disminuyen, así como nuestra fertilidad, nuestra masa muscular y fuerza se reducen en un 1-2% anualmente a partir de los 40. Cognitivamente, nuestra memoria, volumen de materia gris, habilidades numérica y verbal, velocidad perceptual y orientación espacial, por citar algunas áreas, también empeoran. Asimismo, se estima que el 80% de las personas mayores de 65 años padece alguna enfermedad crónica cuyo coste global es de decenas de miles de millones de dólares a nivel mundial, según la OMS. Además, conforme cumplimos años nuestra experiencia vital cambia: nuestra actividad profesional y nuestras relaciones sociales se ven muy reducidas o desaparecen, hasta el punto de más de un 70% de la población mayor (edad media 63 años) en el Reino Unido reporta sentir soledad en su vida según un estudio de Gransnet y más de un 82% de las personas que viven solas por obligación, como es el caso en muchas personas mayores, han sentido soledad en algún momento, según un informe sobre la soledad en España por las Fundaciones ONCE y AXA (2015).

Pero no todo es negativo en la vejez. Conforme cumplimos años, ganamos, entre otras cosas, en sabiduría y en felicidad, según los estudios científicos. Además, disponemos o dispondremos en el futuro de tecnología que nos ayudará a vivir más y mejor, subsanando las dificultades asociadas con la vejez, incluyendo las mencionadas anteriormente.

En mi charla para el congreso #retoalfuturo el 13 de febrero, compartiré con los asistentes algunos ejemplos de dichas tecnologías, incluyendo: sensores e inteligencia en nuestros hogares que nos permitirán entender nuestros patrones de actividad, monitorizar señales fisiológicas, detectar caídas o cambios significativos en el comportamiento, por ejemplo; tecnología en la ropa, en pulseras/relojes/bandas, tatuada sobre la piel o incluso dentro de nuestro cuerpo que nos ayudará a detectar de manera temprana enfermedades, a monitorizar y gestionar enfermedades crónicas o a dotarnos de habilidades perdidas; sistemas de comunicación inmersivos para estar conectados con nuestros seres queridos sintiendo como si estuviesen a nuestro lado; robots inteligentes emocional y socialmente que convivirán con nosotros y no solo nos ayudaran a combatir la soledad sino que también podrán realizar tareas domésticas y de seguimiento de enfermedades crónicas y nuestro estado de salud.

La tecnología, sin duda, será clave para ayudarnos a afrontar el reto global del envejecimiento, mejorando significativamente nuestra calidad de vida. Como investigadora en inteligencia artificial y en el desarrollo de tecnología para ayudar a las personas, no hay nada más motivador y fascinante que poder contribuir a realizar dicha visión de futuro, un futuro en el que viviremos simbiótica y armónicamente con la tecnología.