Carlos lleva viviendo desde hace nueve años en una chabola hecha de cartones, telas y mantas, y una plancha de uralita fijada con piedras como techo. Tiene la compañía de «Cati» y «Edu», sus dos perros, y de varios «vecinos» que, como él, viven en una especie de campamento de chabolas situado junto al centro provincial de drogodependencias de Cruz Roja, en el monte del Tossal, en un solar medio vallado que les da cierta protección e intimidad. Carlos tiene 47 años y, por su aspecto, nadie diría que vive en una chabola y que ha pasado lo suyo a consecuencia del consumo de droga. Ahora ya no toma nada. «Dejé las drogas y el tabaco hace diez años y el alcohol hace cinco meses», afirma, mientras nos enseña lo que llama «su casa», apenas un espacio donde tiene un colchón y mantas donde dormir.

El día a día de las personas que viven en este «campamento» es muy duro. Tal como relata Carlos «duermo aquí y luego me ducho y desayuno en el centro de Cruz Roja de aquí al lado donde también puedo lavar mi ropa y colaboro como voluntario, y luego en la calle hasta la hora de dormir». De hecho, cuando lo localizamos, lo encontramos realizando tareas de mantenimiento en el centro de drogodependientes de la entidad benéfica. Cuenta que hace de todo, «sobre todo cosas de mantenimiento y si necesitáis que os pinte la casa, lo hago a buen precio», señala riendo. No quiere vivir aquí pero asegura que no tiene más remedio. Ha pedido un piso social, pero tiene dudas de que se lo den. «Si me lo dieran sería el rey, pero sin hijos ni familia a mi cargo, no es fácil», dice.

Carlos, como dos mujeres que también viven en estas chabolas, lo perdió todo debido al consumo de drogas, y aunque lo ha superado, asegura que no es fácil encontrar un trabajo y normalizar su vida. Con todo, peor parece tenerlo Ruth, una mujer de 40 años que vive en otra de las chabolas del descampado. Acaba de despertar y a duras penas puede hablar, aunque al preguntarle si tiene familia responde que «tengo una madre y una hija» pero que la «mala vida» le ha llevado a su situación actual.

En otra tienda hecha de plástico, cartón y maderas vive otra mujer que, al igual que Carlos, colabora con Cruz Roja, y algo más alejado, fuera del vallado del solar, vive un hombre que, según nos dicen, es agresivo y no quiere ser molestado, así que lo dejamos estar.

Que esta no es forma de vivir lo saben los responsables y trabajadores del vecino centro de drogodependencias desde donde se ayuda a éstas y a otras personas que viven en la calle, en el solar o en los bajos del cercano estadio Rico Pérez. Como señala Carlos, «el albergue de transeúntes sirve solo para una o dos noches y, además, yo al menos prefiero estar aquí porque en el centro de Cruz Roja hay un trato personal y un afecto que no te dan en otros lugares». En este sentido, en las instalaciones del Tossal, Cruz Roja, además de dispensar metadona, ayuda a toxicómanos y extoxicómanos en su centro de día, el CIBE (Centro de Intervención de Baja Exigencia) que da a los usuarios la posibilidad de ducharse, descansar, lavar su ropa y desayunar además de encontrar un psicólogo con quien hablar. En el CIBE de Alicante trabajan diez personas que asisten a unos 70 usuarios cada día.

Según los datos de Cruz Roja de 2017, la entidad trabajó el año pasado con más de 2.500 personas sin hogar a través de los programas de gente en situación de extrema vulnerabilidad, atención a personas vulnerables en asentamientos, emergencias y el Centro de Intervención de Baja Exigencia que comparte instalaciones con el dispensador de metadona.