El año que viene Loli Guijarro cumplirá 90 años. Aunque ha sido operada dos veces del corazón, tiene ansiedad y otros mil pequeños achaques, lo que más le pesa a esta mujer es la enorme soledad que siente. Viuda desde hace siete años, su hijo murió joven, por lo que vive sola, con la compañía de la tele «con la que me enfado si las noticias son malas». Eso sí, rodeada de vecinos que la ayudan «y me tocan al telefonillo para preguntar si estoy bien».

Desde hace 12 años, recibe la visita semanal de Manoli Rivas, voluntaria de Cruz Roja, quien la ayuda a hacer algunas tareas de la casa y le hace compañía. «Es un sol», contesta sin dudarlo Loli, quien representa a los cerca de 86.000 personas mayores de 65 años que viven solas en la provincia de Alicante. El envejecimiento de la población y el hecho de que cada vez las familias tengan menos hijos y muchos de ellos se tengan que marchar al extranjero hace que el fenómeno de la soledad vaya a más.

En Inglaterra este fenómeno ya ha entrado en las agendas del Gobierno, que recientemente ha creado un Ministerio de la Soledad para tratar de poner coto a esta epidemia de mayores solos. Aunque en España el problema no ha alcanzado estos tintes, los expertos llaman a no bajar la guardia. En Cruz Roja ven que este es un fenómeno que, efectivamente, va en aumento y lo detectan a través de su servicio de teleasistencia. «Hay una soledad medible, vinculada al aislamiento social, que se refleja en el número de relaciones que tiene una persona. Y hay otra soledad más subjetiva, asociada a problemas de salud y psicológicos. Puedes estar rodeado de personas, pero sin embargo sentirte solo», explica Carolina Espadas, coordinadora provincial de Cruz Roja. Para la responsable de esta entidad, la soledad es un fenómeno que tiene una estrecha relación con el poder adquisitivo. «Si tu pensión es muy escasa, lo primero que cubres son tus necesidades básicas y el ocio lo dejas de lado, lo que hace que te quedes sin redes sociales».

En ocasiones, el entorno tampoco lo pone fácil. El geriatra José María Gómez Reino cree que las ciudades no están diseñadas para sus vecinos de mayor edad. Y pone el ejemplo de Alicante, donde hasta ir al Mercado Central se convierte para muchos mayores en un desafío «por la escasez de bancos». Un ejemplo contrapuesto se halla en ciudades como Nueva York, «donde en el suelo hay pintadas en colores rutas saludables que pueden seguir los mayores». Este geriatra también cree que los servicios sociales necesitan reciclarse para dar respuesta al nuevo perfil de mayores y lanza algunas propuestas para esquivar el fenómeno de la soledad. «Sería interesante fomentar redes de voluntariado, para que los mayores se ayuden unos a otros y se aprovechen sus conocimientos». Estas redes permitirían, por ejemplo, «que en los bancos hubiera voluntarios jubilados para ayudar a otros mayores o también los podría haber en los parques para enseñar cómo se manejan los aparatos para hacer ejercicio...».