La casa de Josefina Solbes es un pequeño museo que ocupa parte del primer piso del mítico edificio Sevilla, en plena plaza de Luceros. Su abuelo levantó este inmueble en 1931 y ella vive allí desde que tenía apenas un año. La casa conserva los techos, el suelo, las puertas y hasta el teléfono y los interruptores de la época y las paredes atesoran los recuerdos de toda una vida, en forma de cuadros, fotografías y figuras. Recuerdos que se caen o saltan por los aires con cada mascletà.

Y es que la casa de Josefina está a escasos metros del terremoto que cada día a mediodía . Los preparativos estos días en la casa comienzan mucho antes de que se oiga aquello de: «Senyor pirotécnic, pot començar la mascletà». Las nietas de Josefina recorren todas las habitaciones poniendo a salvo los objetos más delicados, al tiempo que reparten algodón para los oídos y consejos para quienes contemplan por vez primera el disparo desde esta primera línea de fuego. «Abre mucho la boca cuando llegue el terremoto».

Desde el balcón, los cartuchos de pólvora casi se pueden tocar. Llegado el final de la mascletà, todo el cuerpo tiembla y también la casa de Josefina. Cuadros que se separan tres dedos de la pared, marcos que se caen, armarios que se abren solos y libros que se desplazan de su sitio en las librerías. «En algunas ocasiones he pasado miedo, por ejemplo el sábado, cuando una estantería se soltó de sus cáncamos y cayó al suelo con todo lo que había en ella», explica Solbes resignada. Sin embargo, esta vecina de Luceros reconoce que tiene el corazón dividido. «Las mascletàs me gustan porque es una ocasión en la que vienen mis nietos y la casa se llena de gente y de alegría. Hemos llegado a ser hasta 50, con banda de música incluida». El problema, a su juicio, está en que con el paso de los años las cosas se han ido de madre. «De cinco mascletás de los inicios hemos pasado a 13 de este año y cada vez son más potentes. Ni punto de comparación con los disparos de antes», lamenta. Para su hija, Berta Lledó, «siempre se habla de los daños que sufre la fuente de Luceros por las mascletás, pero nadie piensa en que los edificios también se llevan buena parte de estos daños».

En el disparo del pasado jueves, y con todo lo de valor a salvo, solo hubo que lamentar la rotura de un marco de fotos, «pero otros años se han roto marcos de ventanas y hasta cristales que han caído a la calle». Josefina tiene que contemplar la mascletà desde una habitación con todas las ventanas cerradas, debido a que padece una insuficiencia respiratoria y el humo de la pólvora puede ser peligroso. Sentada en su sillón, las ve en directo desde la tele. «Es como mejor se aprecian, porque desde aquí no puedes ver mucho», afirma.