«Una amiga mía me dijo hace unos días que somos fuertes, porque hemos resistido una república, una guerra y dos dictaduras». Con esta claridad de ideas se explica Magdalena Oca Pérez, una alicantina que el pasado sábado, día 4, «víspera de la Virgen del Remedio» como a ella misma le gusta recalcar, cumplió 100 años. Un centenario que lleva de la mano otra celebración, esta vez más triste, como es el 80 aniversario del bombardeo fascista del Mercado Central de Alicante.

Magdalena estuvo allí. Esta joven, que por aquel entonces tenía 19 años, estuvo cinco horas dentro de un refugio, muerta de miedo, esperando que pasara el peligro. Ni ella ni sus familiares, que aguardaban en casa a escasos metros de donde cayeron las bombas, murieron aquel 25 de mayo de 1938. Pero ese recuerdo, en Magdalena, la centenaria con salud de hierro y memoria prodigiosa, siempre estará presente.

Las piernas de Magdalena ya no responden por la artrosis y su vista empieza a flaquear. Sin embargo, en su última visita al centro de salud, el médico le preguntó: «¿Usted qué come?». La respuesta de la paciente fue: «Yo de todo», a lo que el médico dijo: «Pues mire, al análisis que le he hecho póngale un marquito y cuélguelo porque no tiene ni colesterol ni azúcar».

Lo cierto es que esta señora no abusa de medicamentos. Su mejor medicina es su fuerza mental. Un vigor que se multiplica cada vez que recuerda aquel 25 de mayo de infausto recuerdo para la ciudad de Alicante. Aquel miércoles, una joven Magdalena Oca viajaba en el tranvía por delante de la Fábrica de Tabacos, camino del Fondo de Roenes, donde sus abuelos paternos tenían una casita de campo. A la altura de la plaza de Les Palmeretes, se echó en marcha del tranvía y se metió en un refugio, en compañía de gente que no conocía de nada.

«Aquellos días decían que del puerto no pasaban las bombas, que de ahí para arriba no suben los aviones. Pero ese día pasaron y no sonaron las sirenas hasta que las bombas no empezaron a caer», comenta Magdalena. Dentro del refugio estuvieron cinco horas, hasta que sonó otra sirena que avisaba de que acababa el peligro.

Camino desolador

Al salir despavorida del refugio, Magdalena asegura que no veía nada, pero «se escuchaba que alguien por la calle Calderón, cerca del mercado, que decía que iba un hombre sin cabeza. Yo corrí hasta mi casa lo más rápido pude, entre los destrozos de las bombas».

La protagonista de esta historia cogió el tranvía cerca del mercado. Las bombas cayeron en las mismas zonas donde ella acababa de pasar dos o tres minutos antes. Vecinos de Magdalena murieron en el bombardeo, al igual que vendedores de fruta y verdura del mercado, o el vendedor de gallinas y pollos, que regresó para recoger el dinero de la caja y también se dejó allí su vida.

Cuando Magdalena entraba de nuevo en su casa, en la calle Juan de Herrera, allí aguardaban «mi mamá y mi hermano, que estaba enfermo. Ellos pensaban que yo estaba muerta, después de cinco horas sin vernos».

El recuerdo de las víctimas de la masacre no desapareció nunca de la cabeza de Magdalena. De hecho, las señales visibles de las bombas impedían borrar estos recuerdos. Unos años después del bombardeo, Magdalena ya estaba casada y con hijos e iba de manera habitual a la lonja donde compraba verduras, hoy en día convertida en un aparcamiento, en la calle Capitán Segarra.

En una de esas visitas, acompañada por su hijo mayor, Eusebio, aquel niño, que en ese momento tenía 4 años, hizo un descubrimiento desgarrador. «Lo que fue alucinante es que un día me escapé de la mano de mi madre -recuerda Eusebio-, y por debajo de los puestos, vi a una vendedora que tenía al aire los dos muñones de las piernas, a otra vendedora con el muñón apoyado en la muleta, a otro señor sin mano y a otro hombre con una raja en la cabeza a la altura de los ojos». Después de ver a tantas personas con sus miembros amputados, «me dio un ataque de ansiedad y salí corriendo», asegura Eusebio. Veinte años después del bombardeo, en torno a 1958, las víctimas seguían allí.

Alicante vacío

Al día siguiente del bombardeo, «en Alicante no quedó nadie. Lo llamaban la columna del miedo, porque todos salíamos buscando no se sabe qué, sin rumbo». Esa incertidumbre marcó la vida de esta mujer, cuyo noviazgo con un militar fue muy complicado.

Su marido, Arturo Pérez, que fue capitán del Ejército Republicano estuvo tres años en la guerra y tres años preso. Y por si fuera poco, el padre de Magdalena, trabajador de la empresa de transportes La Noveldense, falleció de enfermedad un mes antes del bombardeo. Murió al no poder recibir medicinas por cumpla del conflicto bélico.

Hasta hace dos veranos, con 98 años de edad, en la quietud de la noche, los hijos de Magdalena oían la voz de una niña: «Mamá, mamá, las bombas, al refugio, al refugio». Eran las pesadillas de Magdalena, que sacaba de su cabeza tantos años después.

En la actualidad, Magdalena, tiene dos hijos (una hija murió hace unos años de accidente tráfico), cinco nietos y tres bisnietos, a los que en breve se incorporará otro bebé que viene en camino. Muy cerca de la que fue su casa durante años estaba la calle García Morato, que llevaba el nombre del comandante que coordinó los bombardeos entre los franquistas y los nazis en esta zona del Mediterráneo. Por eso, Magdalena dice «me da igual el cambio de las calles franquista. Después de tantos años, la gente seguirá llamando igual a las calles».

Ese argumento se basa en que «más de una generación en España no supo que tuvimos una guerra. No se lo enseñaron en el colegio y me parece muy bien que lo sepan todos». Los atentados de Madrid del 11-M fueron la espoleta para la publicación del libro de Miguel Ángel Pérez Oca, «25 de Mayo, la tragedia olvidada». Una frase de Magdalena fue definitiva: «Los pobres esos que se han muerto, nadie se acordará de ellos como nadie se acuerda de los del bombardeo». Gracias a una señora centenaria, esa memoria está hoy más viva que nunca.