La evidencia del colapso final republicano dio alas a la quinta columna en la retaguardia, comenzando a verse en las calles de muchos pueblos los primeros falangistas uniformados enarbolando enseñas rojigualdas. La primera ciudad de la provincia que proclamó su adhesión a Franco fue Orihuela, sobre las 12 horas del día 28 de marzo. En Dénia el traspaso se produjo el 29, pero desde el día anterior la nueva bandera ondeaba en edificios públicos, lo que no impidió que la ciudad fuese bombardeada. Lo mismo ocurrió en muchas localidades, donde, bien se produjo un traspaso de poderes -por ejemplo, en Alcoy o Elda- entre las autoridades republicanas y quienes representaban al nuevo Estado, o bien fueron éstos los que tomaron los Ayuntamientos sin ningún incidente.

Mientras tanto, en la capital alicantina, el miércoles 29 de marzo, con las primeras luces, grupos de falangistas de la quinta columna comenzaron a ocupar Telégrafos, Teléfonos, la Radio y los edificios oficiales; por la tarde, fueron liberados los falangistas presos en el Reformatorio y completaron el control de la ciudad. Al parecer, se produjo un formal traspaso de poderes entre el coronel Burillo, representante del Consejo Nacional de Defensa, y Mallol Alberola -que sería el primer, y efímero, gobernador civil de la provincia-.

El día 1 de abril se celebró, hacia las 12 del mediodía, la primera misa de campaña, en la Plaza de los Luceros. De inmediato los jefes militares - Antonio de Romaguera, Pedro Pimentel- dictaron varias disposiciones prohibiendo el uso del dinero republicano, la circulación de vehículos y la incautación de edificios, pisos, inmuebles y efectos sin su autorización, y ordenando -entre otras cosas- la incorporación inmediata de todos a su lugar de trabajo, la entrega en el plazo de veinticuatro horas de todas las armas de fuego, materias explosivas e incendiarias, bajo la amenaza de someter a los infractores a un Consejo sumarísimo de guerra, por rebelión; y estableciendo los lugares a los que debían dirigirse todos los miembros del ejército, guardia civil, guardias de asalto y carabineros al servicio del gobierno republicano. El día 5 de abril las tropas italianas y españolas realizaron un gran desfile de la Victoria por las calles alicantinas, presidido por Gambara y Saliquet, jefe del Ejército del Centro.

A la mayoría de los presos republicanos del puerto se los llevó a unos bancales, en la Goteta, junto a la Serra Grossa. Pronto los desfallecidos presos se abalanzaron sobre las hojas tiernas de los almendros para paliar el hambre. De ahí que haya pasado a la historia, de la mano literaria de Max Aub, -que no estuvo allí- como Campo de los Almendros.

Custodiado por soldados italianos, duró entre cinco días y una semana, siendo luego los allí recluidos enviados, en vagones de mercancías, hasta el campo de trabajo inaugurado por la República en octubre de 1937 en Albatera, donde varios miles de prisioneros permanecieron, en condiciones terribles, hasta que eran «clasificados» de acuerdo con su «peligrosidad» y desde donde iban pasando a las cárceles de la provincia o eran enviados a sus lugares de origen. Los presos trasladados eran entregados a fuerzas militares o incluso a falangistas llegados desde diversas localidades, que en algunas ocasiones los sometían a malos tratos -a veces, en los propios campos o cárceles- e incluso hubo casos extremos de asesinatos en dicho traslado.

Otros republicanos fueron enviados al castillo de Santa Bárbara, el de San Fernando -convertido pronto en prisión para militares-, el Reformatorio de Adultos, la Plaza de Toros, el cine Ideal, el Instituto de Ciegos, el Instituto Meteorológico y el llamado «Campo de concentración» de San Ignacio, en Benalúa, enfrente del cuartel y en una antigua Casa de Ejercicios de los Jesuitas; en Elche, el Palacio de Altamira, Calendura, la Lonja de Altabix; en Crevillent, el depósito municipal y la escuela Primo de Rivera; en Alcoy, la prisión del partido, el Hospital Sueco-Noruego, el campo de concentración Oliver, en Batoi, el almacén de La Abastecedora y otras dependencias; en Orihuela, la Prisión Central y las instaladas en el Convento de las Comendadoras y en el Seminario Diocesano de San Miguel; en Monóvar, la plaza de toros, la prisión del Partido Judicial y el Campo Penitenciario; los calabozos municipales de Jijona y otras muchas localidades como Novelda, Denia -donde también existió un campo de concentración denominado España y se utilizaron como prisiones el colegio de los Maristas y varios almacenes-, Callosa d'En Sarriá, Aspe, Pego, Villena, Benidorm, Cocentaina y La Vila Joiosa, donde se habilitó un tinglado en el puerto para servir de prisión y un inmueble en la calle Colón para cárcel de mujeres; así como locales diversos como les Escoles Velles en Pedreguer, la casa Bolufer en Xàbia, la casa Fávila en Ondara, otra escuela y una cárcel de mujeres en Ibi, el cine Cervantes y dos escuelas en Elda, un almacén de Dolores y todos los depósitos municipales. No había llegado la paz, sino la Victoria.

Hacia un Estado totalitario

De inmediato el Ejército comenzó a organizar la represión de quienes habían defendido al legítimo gobierno de la República y comenzaron las investigaciones -a veces, obtenidas mediante torturas y malos tratos- los informes, las denuncias, los Consejos de guerra, las ejecuciones.

Controlada la situación por el Ejército de Ocupación, se inició de inmediato la instauración del Nuevo Estado, es decir, la implantación de un sistema totalitario y antidemocrático, muy similar a los que entonces existían en la Alemania nazi y la Italia fascista. Se procedió a la revisión de toda la labor modernizadora llevada a cabo por la II República y la sociedad quedó rígidamente dividida entre vencedores y vencidos, con la colaboración del Ejército, la Falange y la Iglesia, que constituían los tres pilares fundamentales del franquismo. Especial repercusión tendría la dictadura franquista sobre las mujeres, que perdieron todos sus derechos civiles obtenidos durante la República.

Se procedió a la incautación de todos los locales de los partidos y sindicatos afectos al Frente Popular, así como de la documentación que hallaron en ellos, en domicilios particulares y en algunas instituciones culturales, como el Ateneo: especial atención se puso en la búsqueda de los papeles de las logias masónicas, que fueron enviados a Salamanca, donde servirían de base a la posterior represión. Los que habían hecho la guerra en las unidades republicanas, aunque hubiesen sido absueltos de cualquier responsabilidad, fueron obligados a repetir el servicio militar. Del mismo modo fueron anulados todos los estudios realizados durante la contienda en la España republicana. Por el contrario, excombatientes del ejército franquista vieron cómo se les reservaban numerosos puestos de funcionario y cómo se les facilitaban sobremanera sus estudios.

Fueron suprimidas todas las libertades de reunión, expresión y asociación. La prensa resultó muy afectada por la nueva situación. No deja de ser curioso que el primer periódico que publicaron los autodenominados «nacionales» en Alicante fuese Il Littorio, impreso por las tropas italianas en las instalaciones del diario comunista Nuestra Bandera, donde posteriormente aparecerían, a lo largo de 1939, el efímero Arriba España, la Hoja Oficial de Alicante, que editó la III Compañía de Radiodifusión y Propaganda de los Frentes, y Gaceta de Alicante, antecedentes todos ellos de Información, aparecido ya en 1941. En Alcoy apareció, entre mayo y junio de 1939, la Hoja Oficial de Alcoy, editada también por la III Compañía de Radiodifusión y Propaganda del Ejército de Ocupación, que asimismo procedió a incautarse de las instalaciones de Radio Alicante, que en agosto pasó a depender de Falange. En el resto de la provincia desapareció la prensa diaria.

Como buen estado totalitario, el franquista procedió, con la colaboración de las autoridades eclesiásticas -afanosas de «recristianizar» a la población y que implantaron una religiosidad dramática y omnipresente- a una total intromisión en la vida privada y las costumbres de los ciudadanos, que afectó a los nombres de las personas y establecimientos, a la manera de vestir, e incluso a las sepulturas: se ordenó borrar determinados símbolos en algunas de ellas, e igualmente se volvieron a levantar las tapias que en los cementerios separaban los sectores religiosos de los civiles y que habían sido derribadas por la II República. Asimismo, se ordenó indicar de nuevo en las inscripciones de los recién nacidos su condición de hijos legítimos o ilegítimos. Se sucedían las procesiones y otras prácticas piadosas, la entronización del crucifijo en diversas dependencias oficiales y en las aulas, la reedificación de las iglesias y la recuperación de imágenes, las Santas Misiones y los funerales por las víctimas de la represión republicana.

En la escuela se abandonó cualquier innovación pedagógica y se dictaminó que ése era el lugar para llegar «por el Imperio hacia Dios», a través de una enseñanza memorística, uniformada, que pretendía hacer de cada niño «mitad monje y mitad soldado», y de cada niña, una «reina del hogar». Sin duda, por considerarlos ajenos al Nuevo Estado, fueron eliminados de las escuelas alicantinas los nombres de Gabriel Miró, Rafael Altamira, Joaquín Costa, Benito Pérez Galdós o Francisco Giner de los Ríos.

Alicante era una ciudad traumatizada y estigmatizada, porque en ella se había ejecutado al líder de la Falange, José Antonio, el gran mártir del nuevo régimen. Para contrarrestar esa acusación, la corporación municipal acordó que la ciudad pasara a denominarse «Alicante de José Antonio», pero no se accedió desde el gobierno a tal ruego. Como tampoco se tuvo en cuenta la petición municipal de que los restos de José Antonio quedaran en la ciudad, sino que fueron trasladados en noviembre hasta El Escorial.

Recuerdos de Manuel Tuñón de Lara sobre el campo de concentración de Albatera

Prólogo al libro de memorias de Memorias de Sixto Agudo "Blanco". Pág. 21.

«La mayoría, unos 12.000 entre los que estábamos Sixto Agudo y el autor de estas líneas, fuimos conducidos, hacinados en vagones de ganado, al cercano campo de Albatera, cuyo solo nombre evoca uno de los más sombríos aspectos de la represión franquista de 1939. Más de siete meses de malos tratos y vejaciones, de hambre hasta la extenuación, de hombres que morían fusilados por pretextos fútiles (la acusación más frecuente era intento de fuga), o de sed (llegamos a pasar tres días sin que entrase un solo tanque de agua) o simplemente de las enfermedades propagadas en una concentración humana sin ningunas condiciones sanitarias y de acusado grado de subalimentación.

El campo suponía también la amenaza de ser llamado en cualquier momento por una de aquellas "comisiones" falangistas, sobre todo de localidades rurales, que seleccionaban a los que estimaban más "rojos" de cada pueblo; en unos casos para asesinarlos en su lugar de origen, en otros para atravesarlos a balazos a pocos kilómetros de abandonar el campo.

Sin duda, los momentos más trágicos fueron los de algunos fusilamientos ante la totalidad de los prisioneros formados para presenciar la ejecución. La primera ejecución, de recuerdo imborrable para cuantos la presenciamos, fue la del capitán Ramón Navarro, su hermano y un capitán médico, que habían escapado del campo y fueron capturados posteriormente».