Atender las necesidades espirituales de las personas que se encuentran al final de su vida y también la de sus familias. Esta es la labor que, de manera voluntaria, desarrolla Kike Romá.

n P ¿En qué consiste el acompañamiento que usted hace?

R Es un acompañamiento espiritual, aunque es seglar y laico. Al final de la vida hay que atender dos aspectos, el clínico, que cada vez se hace mejor, pero luego hay otro que tiene que ver con la espiritualidad. Se trata de darle sentido al final del proceso y que la familia sepa acompañar a la persona. Los pacientes sienten una necesidad de llenar de contenido ese último periodo de la vida. Afrontarlo más allá de la resignación de que esto se acaba.

P Su labor es voluntaria, ¿sería necesario profesionalizar esta figura?

R Sí, y en los países anglosajones ya lo está. El personal sanitario no tiene tiempo para escuchar y acompañar a una persona que necesita desahogar una angustia del final de la vida. Es imposible para estos profesionales atender el tiempo de escucha que requiere una persona al final de la vida. P ¿Qué es lo que más angustia a una persona que se encuentra al final de su vida?

R Cada final es único e irrepetible, pero hay tres preocupaciones. La primera es que no quieren sufrir. La segunda tiene que ver con dejar resueltos los temas personales antes de marcharse. Uno muere conforme ha vivido y quien ha resuelto sus temas personales llega con los asuntos resueltos y quien no, llega al final con mucha tarea pendiente y eso genera sufrimiento. El tercer ámbito es el de las personas que no quieren morir solas y te piden que estés ahí.

P ¿Hay mucha gente que muere sola?

R El final de la vidal va unido al envejecimiento y si el envejecimiento lo tenemos abandonado como sociedad, imagina la muerte. Muchas personas llegan al final de la vida y sólo te piden no morir solos y tener una mano a la que agarrarse. Por ello es esencial incorporar a la figura del acompañante.