Los casi 15 hm³ que cayeron sobre el Saladar de Agua Amarga a finales del pasado mes de abril han supuesto un balón de oxígeno para una de las zonas húmedas más castigadas y que mayor presión soporta en la provincia de Alicante, pese a figurar desde finales de los 90 en el Catálogo de Zonas Húmedas de la Comunidad y, por lo tanto, estar protegido. Sin embargo, la disminución de los aportes naturales de caudales desde la construcción de la desaladora y la sequía habían llevado al humedal a una situación límite.

Hoy, sin embargo, el saladar es un vergel en el que vuelve a haber vida como lo demuestra la colonia de hasta 42 flamencos que se han avistado estos días en las charcas, según reveló ayer el concejal de Guanyar y naturalista Miguel Ángel Pavón, que instó al Consell a recuperar la iniciativa de calificar al saladar como Parque Natural Municipal para blindarle de la especulación urbanística. Ahora mismo, aunque parece inviable al vulnerar el plan antiinundaciones del Consell, el Ministerio de Fomento proyecta invadir 100 hectáreas del humedal con parte de la segunda pista del aeropuerto.

«Hacía años que no se veía un grupo tan numeroso de flamencos en el saladar pero también hemos visto 14 moritos, avocetas, cigüeñuelas, tarros blancos, patos colorados, ánades reales, gaviotas picofinas, cabecinegras, de Audouin y patiamarillas, archibebes comunes y claros, chorlitejos patinegros y grandes, garcillas bueyeras. Un espectáculo», subrayó ayer Miguel Ángel Pavón.

El saladar se ubica en el sector más oriental de lo que se conoce como «Fosa de Elche». Se trata de una zona que se va hundiendo y rellenando desde el Mioceno. Esta cuenca se extiende desde Elche y Alicante hasta el mar a lo largo de una franja de terreno siendo su límite norte la Sierra de Colmenares y por el sur la Sierra de Santa Pola. En estas condiciones nada tiene que extrañarnos que esta zona haya estado ocupada por el mar a lo largo de su historia.

El mar actuó alineando los materiales en sentido norte-sur, que llegan por el Barranco de las Ovejas y el Barranco de Agua Amarga, ambos cauces situados entre Alicante y el Saladar. El resultado de este proceso es la formación de una laguna de poca profundidad que mantiene cierta comunicación con el mar, es decir, una albufera. Dicha comunicación se establecía a través de una gola que después sería aprovechada para la explotación salinera.

Las ramblas y torrentes, fundamentalmente de la Sierra Colmenares, aportaron hacia la zona marismeña los materiales que fueron colmatándola. Estos pequeños cauces tienen la característica de ser de corto recorrido pero con pendientes relativamente acusadas. Esto hace que, durante los episodios de lluvias torrenciales y debido al carácter de los materiales que surcan, finos y poco compactados, la erosión sea importante. Los materiales arrastrados se depositan al llegar a la zona más llana y han ido reduciendo el espacio, ya que se estima que la albufera tuvo el doble de su superficie actual.

La utilización del humedal como salinas de forma sistemática y organizada comenzó 1925, año en que las salinas son propiedad de un vecino de Alicante, quien las explotará con el nombre de Salinas Marítimas de Alicante, según recoge la publicación de los Senderos de la Sal editada por la Diputación. El 16 de julio de ese mismo año, el propietario, Gabriel Ravelló Sánchez, solicita al Ministerio de Obras Públicas la apertura de un nuevo canal de entrada de agua de mar. Este nuevo canal permitió incrementar la producción. El canal se construyó aprovechando la primitiva gola de comunicación con el mar de lo que había sido una albufera y que era por ello el punto más propicio.

La explotación fue industrializándose y la salinera pasó por varias compañías. La sal de las Salinas de Agua Amarga se distribuía tanto por carretera como por mar. La vía marítima fue la más importante. Se disponía incluso de un pequeño embarcadero propio, aunque el punto más importante para el embarque era el Puerto de Alicante, con mejor infraestructura y mayor calado para buques más grandes. En 1969 la compañía Salinera Catalana atravesó dificultades económicas y el 7 de agosto de ese año la propiedad pasó a manos del Banco de Bilbao. El abandono de las instalaciones propició el estancamiento de las aguas de lluvia y tras escarceos inmobiliarios pasó quedar como saladar.