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CONTACTO DIARIO

La gran familia en el medio rural

Las estrechas relaciones sociales frenan la soledad en los pueblos pequeños, donde se crea un fuerte sentimiento de comunidad que favorece que unos estén pendientes de otros ante cualquier necesidad o problema que se presente

Varios vecinos de Confrides charlan en la plaza de esta localidad del interior de la Marina Baixa, esta semana. David Revenga

El envejecimiento de la población en las zonas rurales ha hecho que en las localidades más pequeñas haya más personas que viven solas. Sin embargo, la estadística no se corresponde con la realidad del día a día. La soledad que en teoría existe queda en la práctica muy mitigada por las estrechas relaciones sociales que se dan en los pueblos. La gente vive sola pero no está sola, ya que entre todos los vecinos se hacen compañía, se prestan apoyo los unos a los otros ante cualquier necesidad que surja -desde la más urgente hasta la más mundana- y dan una respuesta inmediata si detectan algún problema de salud.

Confrides, en lo más alto del valle de Guadalest, ilustra muy bien esta situación. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), referidos a 2016 aunque publicados hace pocas semanas, éste es el municipio de la provincia donde los hogares tienen un tamaño más reducido, con 1,78 personas de media. Cuenta con 208 habitantes, repartidos entre los 142 del propio Confrides y los 66 de l'Abdet; la media de edad es de 53 años y un 47% viven solos, pero afirman sentirse acompañados y apoyados por sus convecinos.

El alcalde, Rubén Picó, lo resume de manera muy sencilla: «Aquí somos una gran familia». Así, explica, «nos conocemos todos y cada uno sabe lo que hacen los demás; sus horarios, sus costumbres, etcétera». Por ello, «si un día no ves a alguien, te preocupas y vas a su casa». Además, «es habitual que una persona pueda tener las llaves de casa de tres o cuatro vecinos», por lo que se puede saber enseguida si a esa persona le ha ocurrido algo o si necesita ayuda. «Es la cara positiva de ser pocos habitantes», recalca.

En Confrides no tienen la sensación de estar desatendidos, más allá del temor a perder los servicios básicos existentes -escuela, farmacia, dos pequeños comercios y dos bares- por culpa de la despoblación, o por el inconveniente que supone el trazado de la carretera CV-70, que comunica el municipio con Benidorm y Alcoy. Una trabajadora social de la Mancomunidad de la Marina Baixa acude todas las semanas y realiza todas las gestiones que puedan surgir en este aspecto. Para el alcalde, la única pega está en el servicio sanitario, pero no por la atención que se presta en Confrides y l'Abdet, a donde el médico pasa consulta dos días a la semana durante dos horas, sino porque para las urgencias hay que desplazarse hasta la Nucia o Callosa d'en Sarrià, o bien al hospital de la Vila Joiosa. Una valoración que comparten muchos vecinos, como Eva, administrativa del Ayuntamiento que ha cambiado Altea por Confrides; a su juicio, la cosa cambiaría si, por ejemplo, el consultorio de Benimantell tuviera un punto de atención continuada que atendiera a todo el valle de Guadalest.

Salvando esa cuestión, el sentir generalizado es el de formar parte de una pequeña comunidad donde todos se interrelacionan y se prestan ayuda cuando lo necesitan, tanto en Confrides como en l'Abdet. «En la última nevada que hubo fui casa por casa por si a alguien le hacía falta algo», cuenta Ximo. Juani, su pareja, corrobora que «aquí es como si fuéramos todos familia». Por su parte, Virginia Ivorra señala que «somos poquitos, pero nos ayudamos», y pone como ejemplo el seguimiento que ella hace de la salud de su vecina, que por su salud ya no sale a la calle: «Todos los días voy a verla y compruebo cómo se encuentra». También incide en que se intercambian favores en la medida en que cada cual puede; hace poco, por ejemplo, «un vecino llevó a mi nieta a Benidorm, aprovechando que tenía que ir él».

Virginia sobrepasa los 80 años, como Teresa Fuster, quien repite la expresión de que «todos somos familia, nos llevamos bien», y eso refuerza el apoyo mutuo. «No estamos tan solos», recalca, para después añadir que «si necesito algo, tengo al alcalde a la puerta de casa». Teresa lanza esta frase con gesto de humor, pero no deja de ser literal: por una parte, porque el primer edil reside justo enfrente suyo y es, por tanto, un vecino a quien recurre de forma habitual; y por otra, porque en la práctica el munícipe está disponible para todos a todas horas.

También Margarita Llorens, de 84 años, señala que «el vecindario es a veces más que la familia», y que «cuando hace falta cualquier cosa, enseguida vamos». Ella, por ejemplo, aprovecha la llegada del panadero -que sube cada dos días desde Benimantell- para comprar unas barras para su vecina. Eso sí, lamenta con tristeza que «pueblecitos como éste van cada vez a menos». La población joven es escasa, aunque significativa -el alcalde, de 26 años, es un reflejo de ello- y, en cualquier caso, comparte esa visión de comunidad. Jorge Ibiza, de 24 años, se mudó desde Alicante a casa de su abuelo hace dos. «Allí no era nadie en particular, aquí soy 'el nieto de Cortés'. La confianza que tengo aquí con mis vecinos nunca la tendría en Alicante», asegura. También Verónica Martínez regresó a su pueblo cuando su pareja se quedó sin trabajo con la crisis, hace una década: «Hay con quien tienes más conexión, pero en cualquier caso tienes buena relación con todo el mundo. Si necesitas algo sólo tienes que llamar a la puerta». Lo corrobora también Héctor Benavent, director del colegio, que cuenta con 12 alumnos: «El trato con los alumnos y sus familias es muy personal; cuando haces una amistad es para siempre». Y esto da incluso para anécdotas simpáticas, como que «es habitual que las familias nos hagan regalos» como fruta de sus bancales o dulces que hayan elaborado en casa.

Pertenencia a una colectividad

Alba Navalón, profesora del Departamento de Sociología I de la Universidad de Alicante (UA), destaca que en el medio rural existe un significativo «concepto de colectividad en la sociedad», con rasgos característicos como «la solidaridad, la ayuda mutua o el estar muy pendientes unos de otros». También influye el ser pocas personas; «la gente se ve todos los días, no pierde el cara a cara, y todos colaboran para avanzar como sociedad».

Asimismo, se refuerzan los vínculos empáticos: «Si no puedes salir de tu casa, la gente va a verte», incide. En cambio, en los entornos urbanos «la sociedad se fragmenta», producto «del individualismo y el consumismo; todo el mundo va pendiente de lo suyo y no presta atención a su entorno». Por esa razón cobran tanto interés en las ciudades las actividades lúdicas para mayores o el voluntariado social.

En un sitio pequeño, en cambio, el día a día favorece el contacto. Alejandro Ivorra, de l'Abdet, afirma con naturalidad, apurando una cerveza en el bar: «Tengo 23 años y me junto más con gente de 50 que con la de mi edad; en una ciudad, a tus vecinos ni los saludas». Tras la barra, María Amparo Picó y Baba Ndongo asienten: «Somos pocos pero bien avenidos; es como si todos fuéramos íntimos, nos ayudamos en lo que podemos». Enri Font, también de l'Abdet, coincide: «Aquí no te sientes sola; el vecino te ayuda enseguida para lo que sea». En los pueblos, dice, «el abandono viene más de las grandes administraciones que por la gente».

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