Mil novecientos setenta y un valencianos llevan enterrados desde 1959 en el Valle de los Caídos. Entre ellos cuatro mujeres, una de Tavernes de la Valldigna, dos de Ontinyent y una última de València, según la última cifra de identificados hecha pública por el Ministerio de Justicia. El grueso de los restos mortales, 1.727, procedía de Castelló. La mayoría habían perecido en la batalla de Levante. Otros 227 eran de ciudades como València, Paterna, Alzira, Silla o Benaguassil. De Alicante solo constan 17 cuerpos. Y la de Angel Fernández es la única familia valenciana que a día de hoy litiga por recuperar el cadáver del joven que nunca regresó de la batalla de Teruel. Enterrado inicialmente en el cementerio turolense, en 1963 fue trasladado a Cuelgamuros sin ningún tipo consulta o autorización familiar.

«No hay más reclamaciones para exhumar de momento», señala Matías Alonso, presidente del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de la Comunitat Valenciana. La salida este jueves de Franco del Valle de los Caídos ha colocado de nuevo en primer plano «las aberraciones cometidas trasladando fallecidos de fosas comunes sin permiso hasta el mausoleo que el dictador erigió como lugar de culto al régimen franquista».

De los restos de españoles inhumados desde 1954, hay identificados 21.423 y 12.410 siguen siendo desconocidos. Alonso opina que esta es una buena oportunidad para destapar aquellos años de oscurantismo, «donde se obró sin ningún respeto a nada». «Llevaban los cuerpos en cajas de madera, mezclados de mala manera y sin ningún cuidado porque claro, eran el enemigo», enfatiza. «Que se sepa todo lo que hay», reitera Alonso, quien confiesa que la exhumación de Franco supone un momento histórico. «A nivel personal esa losa también me la han quitado a mi y a la gente de mi generación», comenta.

En cuanto al proceso para poder trasladar a Angel Fernández al cementerio donde reposan sus padres, Alonso opina que no sería una operación compleja pues su féretro está perfectamente señalizado. «Es un problema con Patrimonio Nacional, que es un ente autónomo del ministerio pero estamos convencidos de que la familia podrá conseguirlo», comenta.

En cuanto a la posibilidad de que el Valle de los Caídos acabe convirtiéndose en una especie de museo del horror, Alonso es rotundo: «Tal como está no puede servir nunca de lugar de reconciliación». «El sitio en sí mismo es una atrocidad y para entenderlo tendría que ser bien explicado, porque ahí dentro te sientes pequeño, todo está pensado para exaltación de Franco, que murió matando. Eso hay que recordarlo en cada ocasión», relata «Yo he estado en Mauthausen, donde todo se dejó igual, porque solo así puede uno tomar conciencia de las barbaridades que allí se cometieron. No es un escenario para el perdón, es un campo de concentración y eso no puede olvidarse», remarca.

El libro «Els morts clandestins» de Queralt Solé, profesora de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona y que fue editado hace una década por la Editorial Afers de Catarroja ya apuntaba entonces a entre 20.000 y 30.000 los traslados al Valle.

Amontonados como trofeos

La investigadora cifraba en más de 2.535 los desenterrados en fosas comunes de la Comunitat Valenciana, el 45% de ellos de personas desconocidas. Y ya advertía de que aunque muchos tuvieran nombres y apellidos ello no implicaba una fácil identificación, al yacer de forma colectiva en cajas de madera de 120x60x60 cm diseñadas para 15 personas. Carles Mulet, senador por Compromís, abogaba ayer «por sacar todos los restos de las personas allá enterradas y devolvérselas a sus familiares, o darles sepultura digna y no tenerlos amontonados como trofeos, como están ahora».