De ser víctima de golpes y vejaciones por parte de su marido durante años, a convertirse en una mujer independiente que se gana la vida como intérprete jurado en juzgados y comisarías, y que en su tiempo libre traduce como voluntaria de Cruz Roja a los inmigrantes interceptados a bordo de pateras en la costa de Alicante.

Con tan solo 33 años, la vida de Sanae Belkacem (Tetuán, Marruecos) da para mucho porque es una auténtica carrera de superación personal hasta alcanzar a día de hoy la autosuficiencia económica y casi la felicidad junto a su hijo, Adam, de solo diez años.

Durante la entrevista Sanae no pierde por un segundo su amplia sonrisa al repasar los sufrimientos que ha padecido desde poco después de que, a los 19 años, su familia le impusiera un matrimonio «tradicional» con un primo segundo mucho mayor que ella y al que únicamente conocía de oídas porque residía en Adra (Almería). Y no deja de sonreír debido a que se ve «una luchadora» que ha sido capaz de levantarse por sí misma y que, siempre junto a su hijo, se fija en «la parte buena de la vida» y en que «las cosas suceden porque, quizá, luego llegue algo mejor».

Los malos tratos comenzaron 20 días después de dar a luz a su pequeño, que nació con labio leporino, una dolencia congénita en la que la nariz está comunicada con la boca y que, por fin, comienza a dejar atrás después de seis operaciones.

En los primeros dos años se centró en Adam y aguantaba las agresiones porque prefería que la familia que comparte con el agresor (sus madres son primas) «no supiera nada» para evitar preocuparles.

Pero cuando el pequeño cumplió dos años y fue al colegio se descubrió «sin disfrutar de la vida» por los golpes, los insultos y por una sensación de sentirse «inútil» y de «no servir para nada» que le había repetido el agresor, en el paro y que se quedaba con su salario de un almacén de verduras.

Tras ir al psiquiatra por depresión, en una época oscura en la que tomaba pastillas para dormir y con miedo de dar el paso de separarse, comenzó a colaborar con la Cruz Roja para traducir con su marroquí hablado, árabe escrito, francés y su incipiente castellano a personas que lo necesitaban.

Este paso resultó «crucial» en su camino porque, al conocer otros casos, se dio cuenta de que «el maltratador no te deja, siempre te quiere acorralada», al tiempo que comprobaba que podía desenvolverse «por sí misma» y que su situación podía dejar de ser tan dramática.

«Poder ayudar a otros me ayudó a mí muchísimo», recalca Sanae, quien se marchó de casa con su hijo una mañana en la que se dijo a sí misma «hoy ha amanecido y estoy viva».

Acabó en Alicante, donde se hizo voluntaria de Cruz Roja y sus nuevos compañeros se convirtieron en muy poco tiempo en su «verdadera familia». Allí sigue desempeñando su labor, al tiempo que ayuda a maltratadas y participa en asistencias del departamento de «socorros y emergencias». «A todas las mujeres maltratadas que asisto en comisarías y juzgados les trato de ayudar con mi experiencia personal, y les digo que, aunque es difícil dar el paso de denunciar porque te sientes asustada, perdida y con miedo de estar sola, aún se pueden hacer muchas cosas», subraya, siempre con su sonrisa.

Un apoyo para los demás

Cuando su empleo de intérprete jurado y su hijo se lo permiten, colabora con los extranjeros que inician trámites burocráticos y también se pone el chaleco de Cruz Roja para traducir a los inmigrantes marroquíes, argelinos y de otras nacionalidades que llegan en patera, entre ellos los sirios, cuyo dialecto domina.

«Las personas que vienen en patera tienen la preocupación de qué pasará con ellos, tienen miedo a ser devueltos y siempre me preguntan lo mismo: ¿nos dejarán en libertad?», relata.

El camino de Sanae no ha terminado y actualmente estudia en la Escuela de Adultos para presentarse a la PAU y entrar en la Universidad, ya que su próximo objetivo, que no el último, es graduarse en Trabajo Social.