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La cuarta vía

La prevención del acoso escolar se trabaja en las aulas pero la base está en casa

Muchos padres creen que los colegios y los institutos son aparcamientos para los hijos, nada más lejos de la realidad

Consignas contra el acoso escolar en un colegio de Alicante. RAFA ARJONES

En la vida hay dos cosas, entre otras muchas, que nunca he soportado y que siempre me producen una sensación de entre rabia y frustración: ver llorar a una persona o toparme con el clásico grupo de amiguetes, que no han conocido los valores en su vida, acosando a un compañero o compañera, tanto como si es en broma o en serio. El supuesto intento de suicidio de un chaval de 14 años en Mutxamel hace unos días por un presunto caso de «bullying» -acoso, que para esto tenemos el castellano- me dejó helado, sea cual fuera el motivo final, y me devolvió, por unos momento, a mi etapa escolar a finales de los 70 en un colegio con curas con sotana, plagado de testosterona y en el que, como en todos los centros escolares de la España del «baby boom» de mediados de los años 60, si no jugabas al fútbol o al baloncesto te consideraban un paria. Afortunadamente yo fui un lateral derecho, mediocre, pero lateral derecho, jugaba en el Loyola «B» y, por lo tanto, formaba parte de esa casta privilegiada del cole aunque nunca fuera de los preferidos del padre Mendibelzúa.

¿Y que nos importa? pensarán. Pues a ello voy. En mi clase éramos 42 chicos (entonces los centros mixtos dirigidos por sacerdotes eran impensables) desde EGB a COU y, lo cierto, es que terminamos siendo una gran familia y aún hoy, casi 40 años después de acabar COU, seguimos en contacto gracias a las redes sociales, tan útiles y peligrosas al mismo tiempo. Entre estos 42 chavales que ser repartían entre los equipos de fútbol, baloncesto, balonmano y hockey (los más pijos), había dos compañeros que nunca se relacionaban con nadie. No les gustaba el deporte y, prácticamente, en la España embrutecida aún en los años finales del Régimen, aquello era similar a que fueras gay. J avier y Carlos no sufrían acoso físico, pero no se contaba con ellos para nada hasta que llegamos a BUP. Llegó entonces un día en el que un profesor convenció al rector del colegio y en Segundo nos plantaron la asignatura «Técnicas de Hogar», algo a caballo entre las enseñanzas de la Sección Femenina de la educación franquista y el bricolaje actual. Se apuntaron Javier y Carlos, buenos tíos ambos, y éste que se lo cuenta, al no soportar que siguieran ninguneados en el patio, pues allá que fue con ellos y acabó aprendiendo a plantar begonias, lo que no sacudió para nada mi prestigio como lateral derecho.

En los 70 también había casos de acoso escolar y claro que había centros que miraban para otro lado y familias que no se atrevían a denunciarlos. La falta de respeto al diferente y la envidia son dos de los pecados nacionales que seguimos sin resolver y, lo que es peor, la pérdida de la educación en valores. Pero no es solo responsabilidad de los docentes, hoy en día mucho mejor preparados que antes, sino de las propias familias que en muchas ocasiones consideran a los colegios e institutos un parking en el que dejar a los hijos para que no molesten. En el caso del «bullying» los centros tienen que estar mucho más preparados para combatirlos, pero los padres también tenemos un gran responsabilidad al no controlar, por ejemplo, qué ven nuestros hijos en las redes, o qué compañías frecuentan, al margen de comentarlo con ellos, por supuesto, y ser los primeros en tener una conducta intachable. Recuerdo una Nochebuena en el que un vecino se jactaba de darle una copa de cava a su hija de diez años. No les voy a contar cómo acabó años después la pequeña, aunque sólo sea una coincidencia. Los chicos y chicas se forman en los colegios pero las peleas y el «bullying» se combaten fundamentalmente desde casa y desde infantil. Leer que el Ministerio de Educación reconozca oficialmente cerca de seis mil casos de acoso escolar al año en España es, sencillamente, aterrador. Por supuesto que una pelea en el colegio no es «bullying», y no hay que acabar en el Juzgado, pero el insulto reiterado, el acoso psicológico y el menosprecio sí, y eso debe detectarse tanto en el colegio como en casa. Ni los profesores deben refugiarse en la excusa de que están saturados (en mi clase éramos 42), ni los padres apelar a que vuelven muy cansados del trabajo? Que un chaval de 14 años acabe en el hospital, por lo que sea que haya pasado en el colegio o hayan subido a las redes sociales es terrible y tiene que encendernos todas las señales de alarma.

El artículo 1.903 del Código Civil dispone que los titulares de los colegios responderán por los daños y perjuicios que causen sus alumnos menores de edad durante los períodos de tiempo en que los mismos se hallen bajo el control o vigilancia del profesorado del centro, desarrollando actividades escolares o extraescolares y complementarias. Una responsabilidad casi objetiva (es decir, que se activa de forma automática), según establece el Tribunal Supremo en una sentencia de 10 de marzo de 1997. Y por daños y perjuicios no solo hablamos de romper una ventana.

Poco a poco, los profesores han visto como desde la Administración educativa se les ha ido coartando la autoridad por aquello de que su labor es formativa y no punitiva. La ¿anécdota? Hace unos días, con motivo de las fiestas de Carnaval, muchos docentes de institutos de la provincia tuvieron que contemplar, atónitos, como el Dijous de Gras los alumnos más gamberros se presentaban disfrazados a recibir clase. Si los echo mal, si me niego a dar la clase peor. ¿Y los padres, dónde están?

En mi etapa escolar no existía twitter, facebook ni instagram pero existían los mensajes por escrito y los ataques a la mochila o al pupitre, más fáciles, eso sí, de detectar. Hoy, las redes sociales pueden resultar mucho más peligrosas que la pelea en el patio.

Instagram ha lanzado recientemente una nueva función basada en Inteligencia Artificial, que avisa al usuario de que la descripción de la foto o el vídeo que va a subir es potencialmente ofensiva y le da la oportunidad de cambiarlo, como parte de su estrategia contra el «ciberbullying». Función que se ha implementado ya en algunos países. Una buena noticia, pero la educación en valores empieza en casa y por la base. Afortunadamente, contamos con miles de adolescentes que son ejemplares, tampoco lo olvidemos, ni demonicemos al chaval o chavala por hablar alto en el autobús.

Como tampoco es de recibo que no reaccionemos sin nuestros hijos se apalancan, por ejemplo, ante el televisor para engancharse a ver programas como «La isla de las tentaciones», un «reality show» que produce vergüenza ajena, similar a otros del mismo corte y terminan siendo líderes de audiencia en esa franja de edad.

Lo dicho, en el cole se aprende a pensar y respeta, pero también hay que llegar bien enseñado desde casa.

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