Agustina siempre ha sido una persona resolutiva e independiente. Pasa por muy poco de los treinta, ha viajado, sola, por países a los que yo no me atrevería ni a ir en grupo y hoy, en su último y quinto año de residencia en un hospital, tiene la vista puesta en realizar un máster sobre enfermedades tropicales porque, pásmense, después de seis años de carrera, cinco de especialización (MIR para que nos entendamos), y varias semanas luchando contra el coronavirus en la primera línea del frente, todavía no tiene claro cuál será su futuro y, por supuesto, si algún día será fija en la Sanidad Pública, esa de la que todos nos sentimos orgullosos, hoy más que nunca, pero que lleva siglos maltratada por la Administración. El mismo Gobierno, hoy encabezado por Pedro Sánchez, pero antes por Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar? al que se le llena la boca ensalzando la labor de los profesionales sanitarios, desde la del médico especialista al camillero, pasando por la señora que, día a día y sin saber muy bien el significado del verbo intubar, ha permitido que médicos y enfermeros, esos a los que desde hace dos semanas aplaudimos todas la noches, trabajen en precario. No ya sin mascarillas de protección o batas confeccionadas con bolsas de basura, que también, sino encadenando contratos, algunos mes a mes.

Agustina ha visitado, sola, el sureste asiático, las selvas de la Sudamérica profunda, Egipto, África y nunca ha tenido miedo a nada. Esta semana, cuando contactamos con ella para darle ánimos, vía WhatsApp, el emoticono no fue el de la carita sonriente o la mueca pícara. El mensaje fue claro. «Esto es muy duro, cuidaros». Un mensaje de una persona a la que, en broma, consideramos en casa invencible, pero que traslada la gravedad de la expansión de un virus que nos tiene a todos descolocados. El momento que vive Agustina no es, sin embargo, solo su momento. Es el de miles de sanitarios en España y de toda la provincia de Alicante, que están angustiados, desbordados, con pocas horas de sueño, y expuestos a la posibilidad del contagio por un virus que se ceba en los mayores, pero que ha demostrado también una letalidad tal, que puede llevarse a gente joven en cuestión de días. No es una gripe, como nos quisieron convencer durante los primeros días. No era un problema de los chinos, ni de los italianos, ni la octava plaga de Egipto. Es un enemigo mucho más poderoso que el ejército mejor dotado del mundo, el rey de los virus por aquello de la corona, como le bautizaba hace unos días el pequeño de una compañera desde la inocencia de un niño confinado en casa.

De ahí que aunque todos estemos expuestos, unos más que otros, la lucha contra está pandemia debe hacer reflexionar también al Gobierno y al Consell de la urgencia con la que debe afrontarse la mejora del sistema de Salud, tanto en los hospitales como desde la base, en las facultades de Medicina o los centros de FP. En esas facultades a las que hoy en día resulta casi imposible acceder debido a las insultantes notas de corte y, sobre todo, por la escasez de plazas ofertadas. Está muy bien, y, hoy es necesario reforzar las plantillas de médicos y enfermeros con jubilados y estudiantes del último curso de Medicina, pero esa no es la solución a medio ni largo plazo.

Los médicos no solo están mal pagados, una gran mayoría no tienen claro ni cuál será su destino al mes siguiente. Está claro que todos los trabajos son dignos e importantes, que es gratificante comprobar que un fontanero te ha arreglado un escape o la caldera estropeada que te ha condenado durante tres días a ducharte con agua helada (la calderas siempre se rompen un sábado además), pero ¿hay alguien que no besaría el suelo por donde pisa un médico o una médica cuya actuación te permite seguir viendo como sale el sol todos los días? Pues en eso hay que estar. Cuando acabe esta batalla contra el Covid-19 habrá que ponerse las pilas para mejorar la situación de los profesionales sanitarios y la de los pacientes. Leer y escuchar que en las UCI se ha llegado a seleccionar la entrada de pacientes me llevó a los libros de historia, en concreto a la batalla de Verdún, librada del 21 de febrero al 18 de diciembre de 1916, entre franceses y alemanes en la Primera Guerra Mundial. Han pasado más de cien años y hemos visto en esta crisis sanitaria escenas similares. Incomprensible en la sociedad de la Inteligencia Artificial.

Agustina está en su quinto año de residencia y su especialidad será Medicina Interna y Enfermedades Infecciosas. Iba a terminar en mayo, pero el decreto de alarma le ha parado, como a miles de jóvenes pero ya capacitados médicos, que se juegan el cuello pero como mano de obra barata. Urge una solución. Y en estos días en los que los vídeos inundan las redes me ha llamado la atención uno de Bill Gates, fundador y propietario de Microsoft en el que durante una conferencia en 2015 advertía de lo que se nos venía encima. Los Gobiernos de todo el mundo se habían esforzado por diseñar las armas y material militar más sofisticado pero olvidado la investigación para luchar contra los microbios, esos que disfrazados de virus constituyen un ejército casi invencible como ha sucedido en las primeras semanas de la expansión del Covid-19. Esta es una batalla que debe librarse también con urgencia cuando acabe la pandemia. Que vuelven los médicos jubilados, muchos expulsados del sistema, es propio de una película, pero no es la solución.

Y si a los médicos y personal sanitario los tenemos como los héroes del momento, no lo son menos todo ese ejército anónimo a cuyos miembros vemos por la calles. Policias, guardias civiles, empleados de la limpieza, trabajadores de los bancos, conductores de autobuses, repartidores, cajeros y cajeras de los supermercados, bomberos, kioskeros, panaderos, agricultores, pescadores, repartidores de butano? gente a las que no se aplaude pero que también juegan un papel clave en esta batalla. Gracias y mucha fuerza.