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Análisis

Vosotros sí que sois aburridos

El domingo 29 de marzo este periódico publicó un manifiesto firmado por medio millar de personas en el que se pedía impulsar un Pacto por Alicante que trabajara en pro de la recuperación de la ciudad -y, por ende, de la provincia- una vez el tsunami sanitario pasara y el dolor por las víctimas dejara paso al pavor por los efectos económicos de la pandemia. El texto estaba rubricado por una variada representación de la sociedad civil -desde un magistrado emérito del Tribunal Constitucional hasta una jovencísima estudiante-, sus promotores decidieron que expresamente no figurara ningún político en activo y entre los que lo apoyaban había gente claramente identificada con todos los partidos políticos: desde el PSOE al PP, pasando por Compromís o Podemos y quizá con la única excepción de Vox. Tenía, además, el mérito de ser el primero que lanzaba esa idea de un empeño transversal, antes de que Pedro Sánchez hablara de unos nuevos Pactos de la Moncloa. Pero los líderes políticos de Alicante no recogieron el guante, no sé si molestos porque desde la sociedad surgiera una iniciativa que debería haber partido de ellos, o por mera desidia.

Sabíamos ya de la falta de liderazgo que Alicante, como segunda ciudad de la Comunidad y capital de su provincia, ha padecido desde hace décadas. Pero si había un momento para despertar de esa modorra, sin duda era éste. No ha sido así. Después de ese primer manifiesto publicado en INFORMACIÓN, surgió el movimiento de las siete ciudades más pobladas de España, capaz de unir en una misma reivindicación a alcaldes de tan diverso pelaje como el madrileño Martínez Almeida o la barcelonesa Ada Colau, y Alicante tampoco se inmutó. Es cierto que a la primera reunión no fue invitada (somos la capital número 11 por habitantes), pero teniendo en cuenta que por PIB y población provincial estamos por encima de algunas de las que sí fueron convocadas, habría cabido esperar que al menos se acusara recibo y Luis Barcala se movilizara para buscar un lugar al sol en ese terreno donde se ven venir alianzas estratégicas de futuro de las que no deberíamos quedar al margen.

Nada de nada

Pero no. Barcala no se dio por enterado. Así que, nada de nada. Aquí nos pasamos la semana entre el aburrimiento de la vicealcaldesa de la ciudad, Mari Carmen Sánchez, que ha conseguido colarse en todos los telediarios no por su labor sino por su incapacidad (lo que teniendo en cuenta el nivel medio de nuestros políticos, hay que reconocer que tiene mucho mérito) y la Santa Faz, que más de 500 años después la subdelegada del Gobierno, Araceli Poblador, parece haber decidido que es un peligro ambulante.

De la vicealcaldesa, poco queda que decir que no se dijera ya en estas mismas páginas el día en que hizo público el bochornoso vídeo en el que repetía nueve veces que se aburría, con la que está cayendo y a pesar de ser, no sólo la teórica número dos del Ayuntamiento, sino también la concejal de Turismo, uno de los sectores que más empleo y riqueza ha creado históricamente pero también uno de los que más van a sufrir la Gran Depresión que ya se nos ha echado encima. A fuer de ser sincero, no esperaba que dimitiera y pasara a aburrirse en el más estricto anonimato mientras, como miles de ciudadanos, esperaba ansiosa a ver si le llegaba el subsidio de desempleo. Pero alguna cosa sí que debería haber hecho. Por ejemplo, llamar a los representantes de los colectivos más directamente ofendidos por sus palabras (hostelería y comercio, sobre todo) para pedirles personalmente excusas. Por ejemplo, convocar a todos esos colectivos a una reunión (telemática, of course) para elaborar una agenda de trabajo. Por ejemplo, empezar a pedir propuestas a esos mismos colectivos, además de preparar ella las suyas, para ir conformando un programa de trabajo dirigido a que, cuando se levanten las restricciones y puedan abrir de nuevo sus puertas, tengan puertas que abrir.

Uno esperaba que Mari Carmen Sánchez, de no irse, hiciera algo así. O que en su defecto, el partido que la puso donde está, Ciudadanos, la obligara a hacerlo. Pero en lugar de eso, lo que la vicealcaldesa ha hecho es confinarse aún más apagando su teléfono (no me quiero ni imaginar el crecimiento exponencial que debe haber sufrido su aburrimiento), y su partido a lo que se ha dedicado desde el día de autos es a aprovechar la ocasión para enzarzarse en otro ajuste de cuentas: Cantó contra Argüeso -qué cansinos-, Antonio Manresa tomando al asalto el puesto de portavoz al grito de «me lo pillo»... En fin, un espectáculo.

La obligación de reconfortar

Lo de la Santa Faz es igual de estéril. Aunque ya lo he dicho muchas veces, repetiré de nuevo, porque en Alicante hay que justificar siempre todo por triplicado, que soy ateo. No agnóstico. Ateo. Respeto, desde luego, a quien tiene convicciones religiosas, mientras no trate de imponérselas a nadie. Pero de lo que aquí hablamos no es de religión, sino de meteduras de pata. Y eso es lo que ha hecho la subdelegada poniéndose en plan burócrata para rechazar que la imagen salga del Monasterio, ya que este año no se puede llegar hasta él, y bendiga la ciudad, alegando que tal actividad no está contemplada entre las que figuran en el decreto que recoge las que pueden desarrollarse mientras rija el Estado de Alarma.

Más allá de lo débil del argumento, está el mero sentido común. No es que nadie hubiera pretendido hacer una procesión. Simplemente la imagen iba a trasladarse en un vehículo, escoltada por la Policía Local, desde el Caserío hasta el castillo de Santa Bárbara. Punto. No hay más: ni aglomeraciones ni manifestaciones. ¿Hacía eso algún daño? ¿No es capaz de entender la subdelegada que hay personas, en aislamiento, tal vez enfermas, a las que quizá el mero hecho de saber que eso iba a ocurrir les podría reconfortar? ¿No es eso, reconfortar, también una obligación de los poderes públicos en estos momentos? Escribió aquí mismo el exconseller Manolo Alcaraz que en estos tiempos no había que andarse con pamplinas, y que quien quisiera rezarle a un Cristo que lo hiciera y quien prefiriera cantar el himno de Riego lo cantara, sin ser por eso objeto de ataque. Pero la subdelegada no debió leerle. Así que ya tenemos otra vez la opereta: con el portavoz socialista, Sanguino, que a falta de ideas va intentando colocar titulares, mezclando la salida de la Santa Faz con el footing clandestino de Rajoy y otras naderías similares. La subdelegada (y Sanguino, de paso) podría explicar a los alicantinos por qué en Novelda sí permitió que el alcalde socialista sacara a su patrona hace unos días. Porque en materia como ésta, las contradicciones valen su peso en oro.

La marmota

Así que, como si estuviéramos en el Día de la Marmota, en medio de la mayor crisis que hemos vivido en un siglo, lo único de verdadera relevancia que se ha producido en el ámbito político en esta semana es algo que llega con una década retraso. Como ya hizo en el caso Gürtel, para librarse de ir a prisión el constructor Enrique Ortiz ha alcanzado un acuerdo con la Fiscalía y ha admitido que dispuso de información privilegiada sobre el Plan General que finalmente no se aprobó a cambio de dádivas que entregó a Luis Díaz Alperi y a Sonia Castedo, cuando ambos ocuparon la Alcaldía por el PP.

El hecho es de suma importancia. Entre otras cosas, porque el fiscal ha pasado gracias a ese pacto de tener sólo unas grabaciones que le podían anular, a contar con una confesión de parte que ningún tribunal puede obviar. El sobornador confiesa que, efectivamente, sobornó, aunque los sobornados siempre lo hayan negado. Los partidos de la oposición -en este caso, con toda la razón- se han movilizado exigiendo del PP que dé la cara y explique lo que sabía, aunque no fuera esta corporación, ni la anterior, ni la anterior a la anterior tampoco, la directamente implicada. Una cosa es trascendente: lo que sí sabemos seguro ya es que el juicio sobre esos amaños del PGOU va a acabar en condena, porque Ortiz ha asumido ya la suya. Y eso cambia muchas cosas. Porque las responsabilidades políticas de los principales encausados se liquidaron en su día, puesto que tanto Alperi como Castedo tuvieron que renunciar a sus cargos. Pero, al margen de las penales que ahora pudieran sustanciarse, lo fundamental es ver, consecuencia de esa condena, cómo se va a resarcir a la ciudad de los perjuicios sufridos. Entre otros, y no es el menor, el que por culpa de esto Alicante siga prisionera de un planeamiento tan antiguo que se dibujó a mano alzada porque aún no había ordenadores personales y que hoy le hace perder a la ciudad un tren tras otro. Faz Divina, misericordia.

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