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CORONAVIRUS

Cincuenta días atrapado en Medellín

La pandemia por el covid-19 frena en Colombia la doble vuelta al mundo de un alicantino

Cincuenta días atrapado en Medellín

El 20 de marzo, la pandemia, que intuía cada vez más lejana como si el sentido antihorario fuese un poderoso viento desinfectante, le encontró en Cartagena de Indias. Su periplo quedó congelado cuando estaba a una etapa de completar el primero de los dos giros al planeta que tenía planeados.

En octubre dejó su trabajo como responsable de un puesto de hamacas en la Playa de San Juan para vivir el sueño de girar por el globo, orbitando la desconocida región del Pacífico. «Realmente son dos vueltas al mundo, porque yo regresaba ahora a Madrid para volver a irme a Japón y desde allí volar a Hawai», explica. El negocio de las aerolíneas prueba que el camino más corto no es siempre el más barato. «Me salía mejor dar toda la vuelta y coger ese vuelo que intentar ir a Hawai desde cualquier punto de América», añade desde un apartamento con cocina que ha alquilado en la conocida ciudad colombiana de Medellín.

Afuera hay 470 positivos de covid-19 y problemas socioeconómicos que se agravan con el confinamiento, que incluye toque de queda. «Me vine aquí desde Cartagena porque parecía que la cosa estaba un poco mejor, pero poco a poco la situación se ha complicado en toda Colombia y en los países del Amazonas». En efecto, los contagios en el departamento de Antioquía son más bajos que en la zona norte del país, pero el avance del virus ha igualado las opciones sanitarias y de movilidad en toda la región. Miguel Ángel está bloqueado y a la espera de que alguien, el estado, su seguro o la aerolínea, le ayude a salir del país. Desde su posición, el riesgo de que el virus se expanda por países subdesarrollados durante el invierno austral parece más que posible.

Perdió el último vuelo del Ministerio de Exteriores. «Me apunté, pero no había sitio, supongo que por la distancia de seguridad entre asientos. Ahora llamo a la embajada y me dicen que no tienen nada previsto, que me avisarán. Parece que te quieren colgar el teléfono», se queja, pero sólo un instante. Para alguien que ha dormido en tiendas de campaña, en casas en árboles o en la intimidad de familias polinesias, los contratiempos y los imprevistos forman parte del viaje. Confía en que el seguro le reembolse parte de los gastos del alquiler que ha contratado estos días, pero da por perdidos «unos 2.000 euros en vuelos» de la segunda mitad de su vuelta al mundo. «A pesar de todo estoy satisfecho con lo que he podido hacer. La experiencia ha sido alucinante», asegura, en tono positivo.

«Duque -el presidente colombiano- ha cerrado el espacio aéreo, así que no creo que pueda salir hasta junio. Puedo estar aquí tres meses fácilmente». Son casi cien días en un país mucho más vulnerable a los efectos de la pandemia que España, pero en el que el alojamiento y la comida son accesibles. «Es relativamente barato y yo viajo de mochilero, me hago mucho la comida y compro en supermercados. Aquí puedes salir a comprar un día a la semana, según el número en que termine tu pasaporte. Suelo ir a mercados y está bien de precio. Esto me llega a pasar en Hawai y me arruino» cuenta Miguel Ángel.

Más que la seguridad, le preocupa la salud. Su apartamento está en una zona poco conflictiva, aunque «hay mucha gente aquí que vive al día y de la calle, de vender cosas a la gente» y no descarta que haya brotes violentos en una ciudad donde hasta el Día de la Madre es conocido por ser una jornada conflictiva y donde, junto al toque de queda, se ha decretado ley seca. «Hay muchos inmigrantes venezolanos que viven en la calle y son los más expuestos al avance del virus. La sanidad no está ni mucho menos preparada para algo así, hay muy pocas UCI», comenta de oídas de un vecino médico.

Trata de usted, por mímesis con los locales y se cuida en casa. Se ha adaptado, pero su cabeza sigue de viaje. «Hago ejercicio con cursos por internet, videollamadas, monto vídeos que he hecho con mi dron, de esnórquel. No sé muy bien lo que voy a hacer cuando vuelva, si tendré trabajo o qué», cuenta, al tiempo que espera que la epidemia no congele demasiado tiempo el turismo. «También organizo viajes. He hecho algunos como guía con un grupo de amigas de mi madre y se me da muy bien, yo creo que valgo para esto. Me gustaría montar algo especializado en el Pacífico», afirma, con entusiasmo en la voz. Conoce sitios en Indonesia que pocos occidentales han visitado, islas y lagunas adonde los blogueros de viajes no saben llegar, palafitos de lujo donde dormir cuesta 50 euros. El virus le ha encerrado y le ha hecho perder vuelos, pero no le importa darle algo de ventaja. El verdadero viaje de su vida no ha hecho más que empezar y la cuarentena le da tiempo para prepararlo.

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