El SARS-CoV-2 es un virus creado en un laboratorio para desestabilizar el tablero político y económico mundial. La pandemia es una farsa para confinar a medio mundo mientras se instalan antenas 5G que activarán biochips inoculados en el cuerpo a través de una falsa vacuna. Cualquier sospecha sobre el discurso oficial de la pandemia encontrará en internet un camino iluminado hacia alguna de estas dos tesis. De ellas pende todo el despliegue negacionista y conspiranoico del coronavirus que lleva cociéndose durante meses en la red y que dio el salto al mundo físico el pasado 16 de agosto en una concentración en Madrid.

Mientras la OMS y los gobiernos van construyendo el relato de la pandemia con escasas y frágiles certezas, los conspiranoicos proclaman sus teorías alternativas, completas e indestructibles aprovechando el púlpito de las redes y la confusión general. ¿Cómo son quienes participan en estos discursos tan alejados del sentido común?

El negacionismo empieza en los claroscuros de la sospecha legítima y se extiende hasta el reino de la conspiranoia y el fanatismo. Ha sido marcado, y con éxito, por la militancia cientifista como un movimiento de ignorantes y estúpidos, pero quienes lo conocen se expresan con menos rotundidad sobre él porque es lo bastante transversal como para complicar esta simplificación. Lo poco que se sabe y, sobre todo, lo que se ignora de la Covid-19 está sirviendo de bastidor para exhibir el estado del arte de sus teorías, muchas de las cuales no son más que adaptaciones de narrativas que desde hace décadas transcurren en paralelo a las verdades oficiales, cuya hegemonía intentan disputar. «Ahora hay una convergencia puntual de todas ellas, pero si hubiera un congreso de negacionismo acabarían todos peleados», señala Jorge Frías, presidente del círculo escéptico Sociedad para el Evance del Pensamiento Crítico.

Orígenes

El negacionismo consiste, según la RAE, en el rechazo de hechos históricos, recientes y graves que están mayoritariamente aceptados. Frente al revisionismo, que busca someter verdades tradicionales a la luz de nueva información, el negacionismo rechaza toda veracidad de pasajes históricos y hechos científicos con métodos poco resistentes a la revisión. El negacionismo contemporáneo tiene varios temas fetiche: desde sostener que no hubo Holocausto judío a manos de los nazis o aterrizaje en la Luna a asegurar que las vacunas son perjudiciales para la salud y la libertad.

Al igual que la literatura científica, la conspiranoia se apoya en el trabajo previo de mucha gente. «Este tipo de movimientos, como los antivacunas, han existido siempre. A finales del siglo XIX ya había grupos que se negaban a que les pincharan y les introdujeran algo en el cuerpo», recuerda el sociólogo de la UA Daniel La Parra, especializado en Sociología de la Salud. Es uno de los momentos donde con más claridad se ve el rechazo al imperio de la racionalidad que traían la ciencia y la burocracia del estado moderno que sigue vivo en países occidentales.

«El Estado empezó a sustituir a la religión en el control de los procesos vitales a través de la sanidad pública», sostiene. «Con la medicalización, el nacimiento y la muerte se producen en el hospital y la entrada en la edad adulta a través de los calendarios de vacunación. La vida del individuo pasa de lo religioso a lo administrativo», explica el investigador social.

Las ideologías desplazadas por el nuevo orden se opusieron. «Hubo grupos religiosos que se resistían a que la ciencia regulara sus vidas y grupos políticos que se oponían a que lo hiciera un Estado basado en el derecho y la democracia», aclara el sociólogo.

El movimiento antivacunas, y por extensión gran parte del negacionismo y la pseudociencia actuales, entronca con estos movimientos decimonónicos. Quienes creen que la pandemia no existe o no es tan grave como nos transmiten los poderes suelen provenir del fundamentalismo religioso, de la extrema derecha y de la medicina alternativa y pseudocientífica, en no pocas ocasiones «próximas a la izquierda», según indica Frías.

En la sociedad que surge de estos cambios «es necesario confiar en otras personas», en opinión de La Parra, ya que «nadie sabe de todo, no se es epidemiólogo y neumólogo a la vez». En el negacionista medio coinciden «la falta de capacidad científica para valorar por sí mismo la información y la desconfianza» en el modelo social, de forma que experimenta un aislamiento donde hay «espacio para los planteamientos alternativos». «Aunque no lo parezca por la incidencia en las redes, no es ahora cuando más fuertes están. Hoy en día los niveles de aceptación del sistema y de las vacunas son altísimos», expone el profesor de la UA.

Promover estas ideas tiene recompensa. A veces en forma de ingresos, otras veces en forma de estatus o prestigio social, otras veces como simple confort cognitivo.

Frías señala a los charlatanes que han aprovechado la información falsa de la red para colocar cantidades ingentes «de dióxido de cloro o CDS, que es básicamente lejía, como un remedio milagroso contra el coronavirus». El sociólogo está de acuerdo en que el espacio mediático de las redes reparte dos cosas que conviene a muchos: «Notoriedad y fama y beneficio económico. Con seguidores en Youtube tienes ingresos publicitarios y si te hacen caso puedes venderles agua con lejía o cualquier otra cosa», afirma.

Ser negacionista de algo no significa llevar un gorro de aluminio para protegerse de las ondas electromagnéticas o creer que la Tierra es plana. Es una actitud transversal, lo engrosan personas de toda condición y a veces está liderado por élites, también científicas. «Entre los antivacunas, por ejemplo, se encuentran individuos de todos los grupos sociales y de edad. Hay incluso científicos, pero lo más habitual es que estén en los extremos ideológicos», apunta el sociólogo. Frías, matemático y docente, incide en esta idea: «Hay estudiosos y premios Nobel que dicen cosas estúpidas como que no existe el sida, como Kary Mullis, o que cree en la homeopatía, como Luc Montagnier», recuerda el presidente de la asociación de escépticos. «Debemos recordar que el método científico consiste en aportar pruebas que se puedan comprobar. Si no, da igual cuánto sepa esa persona», apunta el matemático.