El Cabo de las Huertas lo ha pasado y lo sigue pasando mal. Las mañanas en este paraje durante las fases que permitían salir eran deplorables, los vecinos se chocaban irremediablemente con los restos de grupos de adolescentes que se escondían para hacer botellones al margen de la policía y se marchaban de vuelta sin recoger la suciedad, dejando botellas, latas, bolsas y vasos de plástico sobre las rocas. Un incivismo que se ha venido repitiendo durante el resto del verano con corros camuflados de los agentes en zonas de difícil acceso. Cala Cantalar, Cala de los Judíos y Cala Palmera, sufren hoy las secuelas de un verano sin usar papeleras con imágenes impactantes de basura acumulada. Los habituales del entorno lamentan profundamente el estado de las calas tras una época estival con más afluencia que nunca.

Pasear por el tramo de costa que transcurre entre la playa de la Almadraba y la playa de San Juan, esa sucesión de calas que aún resiste al cemento, es un gran golpe para quienes acuden hasta el lugar para disfrutar del mar y la tranquilidad. El paraje se ha convertido este verano en el sitio de encuentro de moda de grupos de amigos de cerca de quince y dieciséis años. Muchos de ellos, respetuosos con la zona. Sin embargo, otros han dejado día tras día marca de su incivismo: botellas de cristal echas pedazos en la orilla, montañas de colillas o bolsas de plástico a merced del viento. Imágenes que se han dado en zonas en las que contenedores asoman a tan solo unos metros, tal y como se mostró en este diario durante las fases de desescalada.

Imágenes tomadas en la tarde de ayer del acceso a Cala Cantalar, repleto de distintos tipos de residuos. p. g.

«Pasear de camino al faro supone ahora recoger litronas y basura de cristal. Se nota una falta de concienciación muy grande por parte de muchos adolescentes», explica Pablo Gómez, un vecino habitual del entorno. «Después del confinamiento, traían todo el campamento y a veces veías que se iban dejando la basura tal cual la habían traído», añade.

«Este año ha habido una procesión de gente que nada tiene que ver con la tranquilidad que suele haber en este sitio», apunta Alba Arias, otra vecina de la zona. «Ha habido muchísimas de estas personas que no se han preocupado por dejar la Calita -como se conoce a una parte de la zona- como se la habían encontrado, de que no se notara que habían estado aquí. Por la mañana te encuentras cada desastre...», añade. Su pareja, Antonio Sabariego, un granadino que pasa su primer año en Alicante, apunta: «Yo también he sido joven y entiendo que como los bares están cerrando a la una de la mañana, los chavales sustituyan el ocio que no tienen por otro, aunque sea el botellón, pero no entiendo la dejadez y suciedad que dejan a su paso. Tienen cubos de basura por todo el litoral».

Uno de los puntos en los que más residuos se acumulan se encuentra en la ladera por la que se accede a Cala Cantalar. Allí hay dos pequeñas cuevas que son y han sido puntos de reunión de grupos de jóvenes durante muchas generaciones, aunque nunca han lucido el aspecto que tienen ahora, que se puede observar en las imágenes que acompañan a esta información.

Durante el verano, la Policía Local, con conocimiento de que algunos jóvenes podrían estar saltándose las medidas de seguridad obligatorias establecidas por el covid, estableció un operativo especial para vigilar Cala Palmera y Cala Cantalar. En distintas jornadas, llegaron a desalojar grupos de personas que estaban realizando botellones, e impusieron decenas y decenas de denuncias por consumo de alcohol y drogas, aunque solo una de ellas por ensuciar la zona con vasos y botellas.

La afluencia en el lugar se ha visto incrementada con notoriedad durante este verano, previsiblemente por motivos relacionados con las medidas para frenar el coronavirus, como las restricciones de espacio sobre las principales playas del municipio o la responsabilidad individual en el distanciamiento social, además del ya mencionado cierre temprano del ocio nocturno.