La coincidencia de la tecnología 5G y la expansión del SARS-CoV-2 ante una ciudadanía hiperconectada con sus obsesiones a través de internet y cada vez más desconfiada ha disparado los bulos que relacionan ambas novedades mediante tramas de dominación mundial.

Para los académicos y técnicos del Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS), estas teorías son una mera extensión de los relatos que, desde hace décadas, cuestionan la salubridad de los campos electromagnéticos que atravesamos diariamente, por lo que este año han dedicado un esfuerzo extra a combatirlas divulgando evidencias científicas. A su informe bianual Radiofrecuencias y Salud, recién publicado, han añadido una sección específica en su web sobre fake news de pandemia y 5G.

¿Peligro?

El espectro 5G es la quinta generación de comunicaciones inalámbricas, una tecnología que utiliza frecuencias altas del espectro electromagnético y, por tanto, longitudes de onda cortas, que debe apoyarse en antenas o estaciones base para repartir la señal. En nuestro país, inicialmente, ocupará la banda de 3,5 GHz y la de 700 MHz, pero es en la de 26 GHz donde se espera que muestre todo su potencial en velocidad y capacidad de transmisión de datos.

La conspiranoia 5G coloca el acceso a estas nuevas franjas sobre el fenómeno electromagnético por el que a más hercios o ciclos de frecuencia de onda se genera más energía para construir sus teorías. En concreto, se especula con una presunta proximidad a los umbrales en los que las ondas electromagnéticas tienen efectos térmicos y, en último término, capacidad «de romper los enlaces entre las moléculas», lo que se conoce como radiación ionizante, según explica la OMS en su web.

Sin embargo, y como recoge el CCARS en su informe 5G y Salud, las directrices de la Comisión Internacional de Protección de Radiación no Ionizante (ICNIRP, en siglas inglesas) establecen los límites de exposición humana a las ondas electromagnéticas no ionizantes en un amplio rango de frecuencias que abarca hasta los 300 GHz. Sus instrucciones tienen alcance global y las acatan la OMS, la UE y por supuesto España. «La población en general puede estar tranquila sobre las supuestas implicaciones que la radiofrecuencia emitida por esta tecnología podrían tener para la salud, ya que cabe esperar que los niveles de exposición previsibles no cambien significativamente y, en todo caso, no podrán superar los límites máximos permitidos que garantizan la salud pública respecto a las emisiones electromagnéticas», concluye el CCARS en este trabajo. Fuentes del comité sostienen que los niveles de exposición de la población a las ondas 5G son «cien veces más bajos de lo que marcan los límites del ICNIP».

Bulos

Sin embargo, internet sabe ir siempre más allá de la evidencia y por ello el CCARS ha lanzado, junto con Maldita Hemeroteca, Maldita Radiofrecuencia para combatir los bulos del 5G.

Uno de los más extendidos sugiere que el causante de la pandemia no es un virus, sino una secreción molecular, un «exosoma influido por la contaminación electromagnética», como recoge la plataforma de la publicación original. Para neutralizar esta desinformación, los expertos remarcan el carácter no ionizante de la tecnología 5G y su incapacidad para producir mutaciones y se apoyan en que la Comisión Nuclear Reguladora de los Estados Unidos recordó que el 5G «no tienen suficiente energía para romper enlaces moleculares o eliminar electrones de los átomos».

Nature Medicine y The Lancet localizan, además, el origen de la pandemia en un salto del coronavirus de una especie animal a la humana en China, como también señala la web del CCARS.

Otras elucubraciones virales vinculan la instalación de antenas 5G en Wuhan con la expansión del patógeno. Al respecto, el experto del CCARS y profesor de Radiología y Medicina Física de la UCLM Alberto Nájera explica en la web que las interacciones que sugieren estas tesis son imposibles debido al tamaño de ambos agentes: mientras que un virus tiene un tamaño de alrededor «la diezmilésima parte de un milímetro», la longitud de onda usada por la telefonía móvil y también por el 5G incluso para frecuencias elevadas de 26GHz, «no supera el orden de los milímetros», señala el físico. Que ambos interactuaran «sería como intentar enhebrar una maroma de un amarre de un transatlántico a través del ojo de una aguja», ilustra.

En su web, el CCARS desmonta historias que conectan las ondas 5G con esas estelas presuntamente tóxicas llamadas chemtrails o con planes gubernamentales para robar oxígeno, así como fabulaciones más amplias que sugieren que las telecomunicaciones avanzan a costa de nuestra salud. Con paciencia, recuerda en prácticamente cada artículo: «no hay ninguna evidencia de que el 5G produzca las enfermedades y efectos adversos en la salud».