Cerca de la mitad de los edificios con más de 50 años de antigüedad construidos en la primera línea del mar en localidades como Alicante, San Juan, El Campello, Elche, Santa Pola, y el resto de los municipios costeros de la provincia, levantados en los años 60 y 70 del siglo XX, están en riesgo de sufrir daños en caso de recibir el impacto de un terremoto de magnitud 6 en la escala Ritcher, porque en su día se levantaron utilizando malos materiales, los de la época por otro lado. Un informe del grupo de investigación de Simulación, Modelización y Ensayo de Estructuras de la Universidad de Alicante advierte de que los inmuebles se han convertido en vulnerables en caso de que se produzca un seísmo a partir de seis grados, y los expertos reclaman su revisión.

La causa es el deterioro de sus estructuras de hormigón, algunas levantadas con malos materiales y muy sometidas a la erosión provocada por el viento y el salitre marino. Además, se edificaron sin que estuvieran en vigor normas contra los movimientos sísmicos, sencillamente porque no se exigían. «Los edificios no se van a caer, pero necesitan una revisión técnica», alerta Salvador Ivorra, catedrático director de la investigación. Aunque se suelan detectar problemas en balcones y voladizos, los pilares de las plantas bajas suelen ser los elementos más críticos.

Fundamental es que las comunidades de propietarios sean conscientes de que los inmuebles deben someterse a la obligada inspección técnica regulada por el Consell cuando el edificio cumple 50 años. Hay, incluso, ayuntamientos como el de Santa Pola, que ya han recortado el periodo de revisión a los 40 años. La provincia de Alicante está considera como una zona de riesgo medio en cuanto a la posibilidad de sufrir un terremoto y, de hecho, todos los día se producen seísmos, la mayor parte suaves, de entre uno y cuatro grados en la escala Ritcher, pero los expertos no descartan que pudieran volver a producirse terremotos de 6 grados Ritcher como el que sacudió Torrevieja en 1829, dejando casi 400 muertos.

Se trata de inmuebles de 15 plantas o más, expuestos a sufrir daños ante terremotos de más de 6 grados

«En cuanto a los edificios más vulnerables, los que hemos estudiado sufrirían daños importantes con magnitudes superiores a seis debido a dos motivos. Los materiales con los que se construyeron se han ido dañando por el efecto de la corrosión debido al contenido en sales de la brisa marina, y no tenían, entonces, las calidades actuales», asevera Ivorra.

El catedrático de la Universidad de Alicante y especialista en Estructuras sostiene que en algunos casos son necesarias intervenciones muy invasivas que implicarían que la construcción estuviera fuera de uso durante un periodo de tiempo elevado, ya que habría que incorporar nuevas vigas o, incluso, la inclusión de estructuras para absorber los cargas laterales generadas por el terremoto.

«Hay países que han optado por plantear estructuras externas que permiten fortalecer el edificio, mejorar la capacidad de disipación de energía frente al terremoto y, al tiempo, con un buen diseño, mejorar su eficiencia energética. Esta intervención cambiaría completamente la estética y sólo sería posible en el caso de existir espacio en la parcela y que la legislación urbanística lo permita», subraya Ivorra. El catedrático admite que el problema es difícil de abordar.

«Lo primero es conocer la situación actual y comprobar el estado de conservación de todas y cada una de las construcciones de un municipio y plantear, si es necesario, la intervención para asegurar su integridad con respecto a la acciones de proyecto. A continuación, se debería realizar un análisis pormenorizado de cada una de las construcciones para conocer su nivel de riesgo sísmico y analizar la viabilidad económica de su adecuación, no solo frente al terremoto, sino incluyendo en la misma intervención la actualización de la eficiencia energética».

Otras intervenciones, sobre todo en edificios singulares, que se han planteado en otros países son, explica Salvador Ivorra, la utilización de aisladores de base. «Son dispositivos que se podrían instalar entre la cimentación y los pilares de la planta baja o bien en la cabeza de estos pilares debajo del forjado de la primera planta. Son soluciones tecnológicas que aíslan el edificio del terremoto».

El equipo de investigación de la Universidad de Alicante Grupo de Simulación, Modelización y Ensayo de Estructuras (GRESMES), que lidera el catedrático Salvador Ivorra, publicó su estudio en la revista científica Engineering Failure Analysis. El estudio se ha centrado, en concreto, en el análisis de algunas torres de hormigón armado ubicadas en la costa alicantina. «Es algo generalizado entre los edificios de la costa mediterránea y, en concreto, en Alicante. Edificios de 15 plantas o más».

Torres con una vida útil de medio siglo

Los edificios de hormigón armado están diseñados para tener una vida útil de 50 años. Se levantaron con «buenos» materiales de la época, pero con escasos requisitos de durabilidad y sin consideraciones sismorresistentes. En los inmuebles próximos al mar se suele observar deterioro como consecuencia de la corrosión de las armaduras que existen en el interior del hormigón. Dependiendo de la proximidad al mar y su exposición estos niveles pueden ser mayores o menores, llevando incluso a reducir considerablemente su seguridad estructural.