Quien derrote al SARS-CoV-2 hará historia. De momento, la OMS tiene registrados cerca de dos centenares de equipos científicos que buscan una vacuna que inmunice al organismo contra el nuevo coronavirus y, desde esta semana, uno de ellos ya ha asociado su nombre con la primera buena noticia del año: el grupo formado por la farmacéutica estadounidense Pfizer y su socio alemán BioNTech. El lunes anunció que su vacuna basada en ácido ribonucleico mensajero (ARNm) ha demostrado eficacia del 90% en un grupo de control, aunque sus resultados aún no han sido validados externamente ni ha solicitado autorización a la Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos para distribuirla. La euforia de las bolsas y la inmediatez con que Rusia avanzó los resultados de su vacuna Sputnik V -con un 92% de inmunización en laboratorio, aunque no se publicaron los resultados- demuestran la importancia política y económica de la carrera por la vacuna contra el covid-19.

Sin embargo, los científicos piden calma. Ni las reacciones bursátiles ni políticas marcan el fin de la pandemia, lo que no quita que el anuncio suponga «una inyección de optimismo y esperanza», según Félix Gutiérrez, director del Máster en Enfermedades Infecciosas y Salud Internacional de la UMH y jefe de Medicina Interna del Hospital General de Elche.

Las vacunas son herramientas complejas que, primero, deben superar una fase preclínica y tres estadios de pruebas en distintos grupos de humanos antes de recibir el visto bueno de autoridades sanitarias, algo que todavía no ha ocurrido. Además, la vacuna ideal no es necesariamente la primera disponible, sino aquella que da mejores resultados en cuanto eficacia, efectividad y eficiencia. Podría ocurrir que el grueso de la población recibiera un tratamiento distinto al de los primeros vacunados. José Tuells, profesor de la UA y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, lo explica: «Parecen lo mismo, pero no lo son. Una vacuna es eficaz si cumple en condiciones de laboratorio. Efectividad es el resultado en condiciones reales, en el terreno. Y eficiencia es coste económico. A lo mejor merece la pena esperar un mes a que salga una más barata si la que hay vale 50 euros por vacuna».

A fecha de hoy, diez vacunas se encuentran en la última fase de las pruebas clínicas, tres en el paso intermedio y 34 en el inicial, según el último informe de la OMS, publicado el jueves. Otras 164, entre las que se encuentran las dos vacunas españolas que se investigan en el Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC, se encuentran en evaluación preclínica.

Matilde Cañelles, doctora en Biología Molecular e investigadora del CSIC, explica que «hay tres o cuatro tipos distintos de vacunas» y que todas ellas se aplican contra el covid-19. Las tradicionales, conocidas como atenuadas e inactivadas, utilizan al propio patógeno pero debilitado o muerto para que el sistema inmune aprenda a localizarlo y destruirlo. A estas modalidades pertenecen las vacunas contra la varicela, la hepatitis A o la rabia.

Otra estrategia que ya ha demostrado efectividad es inocular subunidades del agente patógeno, como proteínas o biomoléculas, para provocar repuestas inmunitarias concentradas en partes clave del germen.

Abran paso al ARNm

Sin embargo, los proyectos contra el nuevo coronavirus que están más avanzados son los que han optado por una estrategia completamente nueva: basar el fármaco en ARNm, una instrucción genética que permite al organismo producir el antígeno y por tanto desencadenar la respuesta inmune contra él. Esta técnica ha sido la apuesta de Pfizer y también del segundo consorcio que, según Cañelles, está más adelantado, el tándem estadounidense formado por Moderna y el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE UU (NIAID, en inglés).

Un artículo publicado en Nature en 2018 destacaba que esta técnica es más segura, eficaz y rápida de producir que los enfoques tradicionales. «El tiempo de producción de vacunas es de 15 años. Cuando se probó la del ébola se tardó un año y medio. Ahora estas están yendo aún más rápido y se solapan las pruebas de varias fases a la vez», explica Cañelles.

Sin embargo, la rápida degradación del ARN exige su conservación a temperaturas extremadamente bajas, de -80 grados. «Es un problema, porque necesitas usar hielo seco o nitrógeno líquido, que es carísimo. Moderna dice que modificará el ARN para que se pueda conservar a -20 grados. Pfizer no ha querido meterse en ese lío y ha preferido fabricar unos maletines para transportarlos», aclara la investigadora del CSIC. Este matiz puede suponer un mundo en la fase sin precedentes de producción, transporte y administración de una vacuna que aguarda al final de los ensayos. «Si la diferencia entre vacunas va a ser de un mes o dos y para una hay que montar un tinglado logístico enorme mientras la otra exige menos temperatura, si yo fuera el ministro me esperaría», opina Tuells.

Cañelles destaca que hay «alrededor de 20» vacunas «basadas en ADN que están también en la línea de salida». Otro proyecto prometedor, especialmente por su coste anunciado de unos pocos euros frente a los alrededor de 20 de las más avanzadas, es la que ensayan la Universidad de Oxford y el laboratorio inglés AstraZeneca, basada en un virus del resfriado modificado.

A la cola, a su ritmo, va la investigación del CSIC, que ha optado por la estrategia tradicional de inactivar el patógeno incluyendo un enfoque genético. Para la investigadora, «la técnica modifica el virus de forma que no es capaz de producir la infección, pero para el organismo es el mismo virus». «Es la vacuna por antonomasia: funciona para un rango muy amplio de edades y tendría efecto esterilizante, de forma que la persona vacunada ni contrae la enfermedad ni la contagia mientras pelea contra el virus», señala. Cañelles explica que mientras que vacunas más rápidas atacan partes concretas del germen, la inactivada garantiza un ataque total contra el invasor. ¿Problema? Ni está ni se la espera en un horizonte razonable en términos de emergencia sanitaria mundial.

Otro problema es la duración de la protección, ya que, según Gutiérrez, la experiencia con otros coronavirus demuestra que pueden reinfectar a los dos o tres años. Por ello ante la variedad de factores de tiempo, coste y efectividad, «no merece la pena la vacunación simultánea de millones de personas», en su opinión. Los primeros pinchazos contra el SARS-CoV-2 llegarán en 2021, pero queda mucho para saber cuándo se vacunarán los últimos.