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Análisis

El efecto Pandora

El Consell vive con «calma tensa» la evolución del enfrentamiento entre Puig y Oltra, que la próxima semana será objeto de debate en la sesión de control al Gobierno de las Cortes

En el punto de mira. Mónica Oltra, en las Cortes Valencianas, en la presentación de los presupuestos de 2021.

El próximo jueves hay sesión de control al Gobierno valenciano en el Parlamento autonómico. Será la primera desde que la vicepresidenta Mónica Oltra, cabeza de cartel de Compromís, pusiera en cuestión la política del Consell en la lucha contra la pandemia y apuntara a la cabeza del presidente, Ximo Puig, acusándole directamente de manejar la crisis de forma autocrática e implícitamente de poner la economía por encima de la salud. Los efectos que aquellas declaraciones -reiteradas durante varios días- han tenido sobre la imagen de todo el Consell han sido muy perjudiciales. Hasta que Mónica Oltra rompió las hostilidades, de lo que se hablaba era del «oasis valenciano», un territorio donde actores políticos (todos, incluidos los partidos de la oposición) y agentes sociales habían sido capaces de alcanzar un consenso que estaba dando como resultado un mejor comportamiento de la región, en todos los sentidos, en el combate contra la covid y sus efectos sanitarios, económicos y sociales. Sin embargo, desde que la líder de Compromís detonó lo que luego se ha visto que era una bomba de racimo, las dudas sobre la estabilidad del Gobierno autonómico han marcado el discurso y la política de éste contra la pandemia está sometida a permanente revisión. ¿Está seco el oasis? Ni siquiera las direcciones de los partidos que sellaron en el Castillo de Santa Bárbara el segundo pacto del Botànic tienen una respuesta definitiva para eso.

Un alto cargo de la Generalitat utilizaba esta semana la expresión «calma tensa» para definir la situación que se vive en el Ejecutivo de cara a esa sesión de control del jueves. Ximo Puig no se ha reunido con Mónica Oltra, tal como ésta reclamaba a voz en grito, pero tampoco ha hecho ningún gesto contra ella y está claro que, tras el primer y sonrojante rifirrafe en las redes sociales entre el PSPV y Compromís nada más estallar el conflicto, ha dado órdenes de aguantar el tirón sin dar respuesta pública a los ataques de su virreina. Por su lado, la vicepresidenta ha ido de más a menos en sus pronunciamientos hasta prácticamente enmudecer. Si le ha replicado a alguien, no ha sido a Puig, sino al tercer socio del Consell, el vicepresidente segundo Martínez Dalmau, de Unidas Podemos, que le reprochó, con más razón que un santo, falta de neutralidad en su ejercicio como portavoz del Gobierno. Y hasta ha suavizado su posición respecto a un posible pacto presupuestario con Ciudadanos, dejando la puerta abierta a ampliar la colaboración público-privada en el campo de las residencias de la Tercera Edad que reclaman los naranjas, entre otros puntos, para apoyar las cuentas de la Generalitat. Pero, a estas alturas, ya nadie se fía de nadie. De ahí que la aparente calma de los últimos días no se sepa si es el inicio de la recomposición forzada de la unidad o, simplemente, la inquietante quietud que siempre precede a la tormenta.

Todo el mundo, en el PSPV y en Compromís, está esperando a la mañana del jueves. Cuando todavía los tiempos eran de vino y rosas, Puig y Oltra convirtieron en costumbre que el día que había en las Cortes sesión de control el president se acercaba a la sede de la vicepresidencia, donde recogía a Oltra para dirigirse al Parlamento. Se supone que esta vez será igual, que los dos llegaran juntos y sonrientes al Palacio de los Borja, residencia del Legislativo, y posarán igual de juntos y sonrientes para las cámaras en el banco del Gobierno. Pero aun si es así, la sesión será muy difícil porque Oltra, con su movimiento, ha ido más lejos incluso que la oposición y el PP no va a dejar pasar la ocasión para hurgar en una herida que sigue supurando. Bonig lo tiene fácil: con preguntarle a Oltra si mantiene o rectifica sus acusaciones contra Puig es suficiente. Encima, los populares llegan en mejor situación a este debate del que habrían podido imaginar, porque por primera vez en la pandemia Madrid tiene mejores datos relativos que los de la Comunidad Valenciana. Del «desastre de Madrid» se ha pasado a hablar del «milagro de Madrid». Y aunque a estas alturas empieza a resultar complicado saber por qué pasan las cosas que pasan en cada comunidad, y lo del «oasis», el «desastre» o el «milagro» son términos carentes de sentido, lo cierto es que, por si al Consell le faltaba algo, la coyuntura epidemiológica en que va a tener lugar esta comparecencia le pilla con el pie cambiado.

Interrogantes

Termine como termine la sesión de control, ocurre que el pronunciamiento de Mónica Oltra en contra de la forma de gestionar las cosas del Consell ha hecho que los focos se pongan, no sólo en los dos protagonistas enfrentados, la vicepresidenta y el presidente, sino en la propia salud del Gobierno. Lo que ha hecho que surjan graves interrogantes. Por ejemplo, la secretaria autonómica de Salud Pública y del Sistema Sanitario Público (cuando el Botànic II dio nombre a los cargos no los definió, hizo con cada uno de ellos un manifiesto redundante), esto es, la persona encargada de ejecutar las políticas que se deciden en materia sanitaria, Isaura Navarro, es de Compromís. Entonces, cuando Mónica Oltra alega que Ximo Puig adopta las medidas sin consultarlas con Compromís, pese a ser su socio preferente en el Consell, ¿quiere decir la vicepresidenta que la consellera de Sanidad y su secretaria autonómica no se hablan? ¿Que la secretaria autonómica ejecuta las medidas sin conocerlas ni participar de ellas, como si fuera un zombie? ¿O que la secretaria autonómica no se las cuenta a la vicepresidenta? ¿De qué habla Mónica Oltra cuando dice que en el Consell no se habla?

Ni es solo un juego de palabras ni un asunto menor. El PP ha venido denunciando por boca del diputado alicantino José Juan Zaplana, encargado de estos asuntos en su grupo, la descoordinación y los enfrentamientos en el seno de la conselleria de Sanidad. Y las declaraciones de Mónica Oltra han logrado dar carta de naturaleza a esas imputaciones. Ya escribimos aquí que el mestizaje, la práctica de alternar en las consellerias números uno de un partido con números dos del otro, teóricamente para mejorar la coordinación, se había pervertido hasta convertirse en un lastre. Pero ahora ya la pregunta tiene que ser si, en lo tocante a Sanidad, no funciona el mestizaje, no funciona la Conselleria o no funciona el Gobierno.

Algo, desde luego, no está funcionando correctamente. Pero no porque lo diga la vicepresidenta, sino porque se van amontonando los datos: test de antígenos que se compran pero tardan una eternidad en distribuirse, hospitales de campaña cuya capacidad y uso se desconoce, acumulación de listas de espera... La Comunidad no está teniendo, pese a los bailes de cifras, un mal comportamiento en la pandemia. Y el Consell ha actuado hasta ahora con criterio, haciendo frente no sólo a las consecuencias sanitarias sino también a las sociales y económicas. Eso se ha escrito así en este periódico y en todos. Pero la espantà de Oltra ha tenido, entre otros efectos, el de señalar que, si bien el rey no está desnudo, también es verdad que el traje le queda cada vez más justo.

Revisar el funcionamiento

Por eso no va a bastar con que este jueves haya buenas caras y los recursos oratorios suficientes en la tribuna de las Cortes como para salvar la situación. La crisis abierta por Mónica Oltra sólo puede resolverse, incluso si no era eso lo que ella buscaba, con un replanteamiento en profundidad del funcionamiento del Consell, porque en las actuales condiciones sus debilidades son evidentes. Porque, quien mire al banco del Gobierno, ¿qué vera? La figura prominente del president, sin duda. Y, a su alrededor, islas: la vicepresidenta renegando en público y en privado, la consellera de Sanidad sola en su propio departamento, los consellers de Compromís de perfil ante la audiencia y remugando cuando creen que no se les oye, los de Podemos que parecen siempre recién llegados... Hasta un conseller del que se esperaban grandes cosas, como el responsable de Infraestructuras (quiero decir de Política Territorial, Obras Públicas y Movilidad, ya les hablé de lo de los cargos como manifiestos), Arcadi España, ha quedado completamente opacado no se sabe muy bien si por la pandemia (lo que no tendría demasiada lógica dadas sus competencias, más importantes que nunca en estos momentos) o por la falta de engranaje de todas las piezas de que adolece el puzle que empieza a parecer el Consell. Dirán algunos que quizá sea estirar mucho la cuerda si, de las críticas de Oltra a Puig, pasamos a poner en tela de juicio la arquitectura de todo un gobierno. Pues quizá. Pero la caja de Pandora la abrió ella y ya se sabe lo difícil que resulta controlar lo que de esa caja sale. No digamos volverla a cerrar.

No repetir errores en Navidad

Si alguno de ustedes no ha leído la entrevista que este periódico publicó ayer con el epidemiólogo José María López Lozano les animo a que lo hagan en cuanto puedan. Es un ejemplo de sentido común. Y una perfecta guía sobre qué hacer y qué no hacer ahora que se acercan fechas claves como son las de Navidad. López Lozano recuerda lo que pasó al final de la primera ola: estábamos prácticamente en verano cuando finalizó la cuarentena, el Gobierno habló de vuelta a la normalidad, todos nos relajamos y la consecuencia fue la rápida recaída en una segunda ola que aún nos tiene sobrecogidos. Aquello fue, en palabras del científico, «una barbaridad» que ahora no se puede repetir. El president de la Generalitat pidió ayer que las compras navideñas se adelanten para evitar las aglomeraciones. El Ayuntamiento de Alicante ha encendido ya el alumbrado especial, lo que sin duda es otra buena medida en el mismo camino de «estirar» el calendario y combatir las concentraciones. Seguramente, el número de personas en las casas en las fechas más señaladas de las próximas festividades se amplíe a diez si la situación sanitaria lo permite, pero la mayoría de las restricciones se mantendrán, incluidos los toques de queda. Lo decía en esa entrevista el epidemiólogo: en julio nos tiramos a la piscina y la consecuencia fue que se adelantó la segunda ola, con consecuencias nefastas no para la salud, sino para la economía. No volver a repetir los mismos errores es cuestión de responsabilidad.

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