En 1770 Alicante era una ciudad próspera gracias sobre todo a su puerto, desde el cual se exportaba gran cantidad de productos, especialmente agrícolas.

De la producción agrícola en el término de Alicante era la cebada la que generaba más riqueza, con un valor anual de 126.000 libras valencianas, seguida de la barrilla (78.000) y el vino (43.224).

De dicho puerto alicantino partieron el 19 de marzo de aquel año de 1770 rumbo a la isla de Nueva Tabarca los 292 colonos (153 varones y 139 mujeres) que, justo un año antes, habían arribado a la ciudad procedentes de la isla tunecina de Tabarka. El promedio de edad de estos colonos tabarquinos era de 50 años (el mayor, Antonio Leoni, tenía 88 años; la menor, María Rosa, 14 meses). Durante su estancia en Alicante habían sido alojados en el antiguo colegio de los jesuitas, abandonado dos años antes tras la expulsión de estos.

Precisamente el 5 de junio de 1770 comenzó la conflictiva y larga negociación para repartirse los bienes de los jesuitas expulsos entre el Ayuntamiento de Alicante y la Iglesia. El alcalde mayor Francisco Álvaro y el obispo José Tormo se reunieron aquel día en la Casa de la Misericordia, residencia del segundo en la ciudad, para acordar el reparto, basándose en el «Inventario de bienes y temporalidades de la Compañía de Jesús en Alicante», que se había elaborado en 1767, pocos días después de la expulsión. En esta prolongada negociación la Iglesia contaba con una gran ventaja: mientras su interlocutor siempre era el mismo, el obispo, por el ayuntamiento hubo varios al ser cambiado cada poco tiempo el alcalde mayor.

Nombramiento de Pedro José de Guizaburuaga como alcalde mayor, el 9 de agosto de 1770. AMA

Nombramientos

Así, el 9 de agosto, Carlos III nombró para la vara de alcalde mayor de la ciudad de Alicante y lugarteniente del corregidor a Pedro José de Guizaburuaga, quien, a partir de entonces, se hizo cargo de impartir la justicia real «y oír, librar y determinar los pleitos, negocios y causas, civiles y criminales», además de proseguir con el obispo las negociaciones para el reparto de los bienes confiscados a los jesuitas.

Cuarenta y siete días antes, el 23 de junio, se produjo otro nombramiento, el de José Giner como alcaide interino de la cárcel alicantina. Hasta entonces, Giner había ejercido de ministro ordinario en dicha cárcel. Sustituyó a Cristóbal Ramírez, quien había sido destituido tras la fuga de un preso, Antonio Carratalá, que había defraudado a la Real Hacienda. No obstante, Ramírez tuvo la potestad de proponer a su sucesor y de servirle de fiador.

El mismo día en que se nombraba a Giner nuevo alcaide de la cárcel, Ramírez firmaba con él una escritura pública en la que ambos se comprometían a obligar sus bienes como garantía de que ejercería correctamente su oficio. Ramírez declaró varias posesiones que tenía en el término de Polop: ocho jornales de tierra que poseía en la partida de Mondroy, «plantados de almendros, higueras y algarrobos, y su parte de huerta con agua viva de una fuente», valorados en 220 libras; y ocho tahúllas en la partida de Ponoig, plantadas de viña útil para vino y almendros, valoradas en 280 libras. Giner y Ramírez firmaron el documento por el que se comprometían a no vender ni enajenar sus bienes declarados «hasta estar cancelada esta escritura», en presencia de tres testigos: el alguacil mayor Lázaro Izquierdo, el escribiente Joaquín Soler y el portero José Cremades. El 5 de julio siguiente se tomó nota del documento en la oficina de hipotecas de Denia, cabeza del partido judicial al que pertenecía Polop.

Nueva fuente en la plaza del Mar

A mediados de año, un informe firmado por los maestros de obra Vicente Mingot y Manuel Martínez decía que había sido revisada la cañería de la fuente que había en la plaza del Mar, «a fin de saber la causa de reventar tantas veces, la que pasar por delante de la casa de Don Miguel Bonanza, y registrada la altura que tiene dicha fuente, se halla que su regolfo llega hasta la esquina de la casa de Don Nicolás Pobil, por donde se ve que siempre que se le tapa el respiradero que se halla en aquel tránsito, revienta por causa que el viento de esta porción de cañería no tiene por donde salir, con que es preciso se mantenga el que tiene y sale, en un cuarto subterráneo de la casa de Salvadora Boch, pues cada vez que se le da agua a la fuente, es preciso acuda el fontanero a este cuarto a abrirlo, para que expela el viento de la cañería para que no reviente; asimismo se debe acudir a él siempre que se doble el agua a la fuente, que acontece cuando viene escuadra de navíos de guerra para las aguadas (…)».

Esta antigua fuente situada en la plaza llamada entonces del Mar (ahora del Ayuntamiento), lugar donde se estaban concluyendo las obras del nuevo edificio del ayuntamiento, contaba con cuatro caños y dos albercas y era conocida como «Fuente del Ángel» debido a la estatua de un ángel que la remataba, en cuyo pecho tenía las armas del rey. Estaba tan deteriorada, que el consistorio decidió sustituirla por otra más notable y lucida.

La obra de la nueva fuente de la plaza del Mar fue encargada a Lorenzo Chápuli, a quien, por cierto, el ayuntamiento pagó el 21 de agosto 242 libras y 16 sueldos por la reparación de las cañerías y pilón de la nueva fuente construida en el muelle.

Lorenzo Chápuli dibujó dos diseños para la nueva fuente de la plaza del Mar y fue su hijo, el maestro de obras José Chápuli, quien la construyó, concluyéndola dos años más tarde. Tenía la fuente una alberca circular, sobre la que se asentaban dos amorcillos que señalaban el escudo de la ciudad que había en un pedestal, encima del cual se hallaba una taza adornada con cisnes y mascarones por cuyas bocas vertían los caños el agua. Estaba rematada por una figura masculina vestida con capa y que sostenía un bastón de mando.

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