Sólo la potabilización del agua supera al desarrollo de vacunas como factor determinante de la reducción de la mortalidad, según la OMS. Hasta principios del siglo XIX, patologías cuyos síntomas solo hemos visto en fotos sepia o blanco y negro se cebaban con una población indefensa que multiplicaba su prole para que alguno de sus hijos llegase a la edad adulta. Sarampión, poliomelitis, difteria, hepatitis, tétanos y viruela arrancaban tantas vidas infantiles que la longevidad esperable de un español que naciera hace poco más de un siglo era de 35 años, menos de la mitad del dato actual. Pero desde hace décadas, todas ellas y hasta un total de 25 enfermedades infecciosas han sido prácticamente eliminadas de nuestro país y de gran parte del mundo gracias a los fármacos que enseñan al organismo a defenderse del patógeno que las provoca. Las vacunas han influido tanto en nuestro modo de vida que ahora nos morimos de ancianos, por enfermedades degenerativas, crónicas o cardiovasculares, y no de niños por patologías infecciosas e incurables. La OMS estima que cada año se evitan más de seis millones de muertes gracias a los programas de vacunación.

Un bebé recibe la vacuna del sarampión en Ucrania, en una imagen de 2019. | REUTERS

Cuando casi nadie se acordaba de lo que es convivir con una epidemia y los argumentos antivacunas empezaban a captar oídos ociosos, estalla el contagio de covid-19, una enfermedad sin cura que la ciencia trata de prevenir con el desarrollo de una o varias vacunas. La esperanza es que sirvan para arrinconarla mediante la inmunidad de grupo hasta hacerla marginal y controlable, aunque algunos expertos creen que se debe ser más ambicioso. «Yo iría a erradicarla. Si tenemos coberturas altas el virus no puede transmitirse», considera Rafael Ortí, presidente de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (Sempsph).

El descubrimiento de la vacuna contra la poliomelitis en los 50 permitió pasar de 350.000 muertes anuales en el mundo a finales de los 80 por poliovirus a contar apenas 33 casos en 2018. Suerte similar ha corrido el sarampión, cuya prevención farmacológica ha reducido en un 92% la mortalidad registrada por esta patología, de especial incidencia en la infancia, en cuatro décadas. La aspiración de los preventivistas es que todas ellas alcancen el estatus de «erradicada» que de momento sólo tiene la viruela, que fue perseguida por todo el mundo durante casi dos siglos hasta que la OMS certificó su desaparición en 1980.

Sin fecha para la Covid

¿Qué ocurrirá con el SARS-CoV-2 y el síndrome respiratorio que provoca? Aunque hay tres prometedoras vacunas desarrolladas en tiempo récord y prácticamente en espera de autorización -dos de ellas con técnicas genéticas de ARN y otra de un virus atenuado-, los expertos no quieren hacer proyecciones todavía porque simplemente no pueden.

José Antonio Forcada, vocal de la Asociación Española de Vacunología (AEV), enumera una lista de razones para comprender por qué es pronto para saber qué pasará con esta enfermedad: «Para pensar en limitar la circulación del virus deberemos tener a gran parte de la población mundial vacunada, quizá a un 80%. Aun así, podría seguir transmitiéndose de forma limitada, con brotes pequeños. Además, no sabemos cuánto durará la inmunidad de larga duración de la vacuna, que es lo que se espera. Es posible que en Occidente seamos muy inmunes pero que los países en desarrollo lo tengan mas difícil. Y es una zoonosis, con reservorios animales, por lo que no desaparecerá como la viruela, la polio o el sarampión, que sólo se transmite entre humanos».

La llamada inmunidad de grupo, cuando se neutraliza la expansión de un patógeno porque hay más inmunidad que contagios en una población, no es igual para todas las enfermedades infecciosas. Por lo que se sabe del covid-19, se habla de que el porcentaje necesario para lograrla ronda el 70%, pero no es un hecho científico inamovible porque apenas se lleva un año investigando el nuevo coronavirus. Forcada recuerda que no se sabe su tasa de contagio real. «Estamos teorizando con ese porcentaje, pero no sabemos el ritmo reproductivo básico del covid», añade.

El ritmo de fabricación, la cadena logística y la organización de las vacunaciones son los elementos más controlables del proceso para aislar la enfermedad. El resto es ciencia en directo y la experiencia dice que el tiempo entre investigación y distribución global de los fármacos preventivos pueden ser décadas. «Poner fecha para la inmunidad de grupo en el covid-19 me parece muy complicado y para que sea erradicada se debe ser una intervención global. Lo que tenemos que hacer es incorporar la vacuna a los calendarios normales para que no vuelva a impactar de forma virulenta», apunta Amós García, presidente de la Asociación Española de Vacunología.

Ortí, por su parte, cree que se puede trazar una recta entre el día de hoy y un horizonte de control en España. «La vacunación empieza en enero pero se centra en grupos concretos. Si contamos con un 15 o 20% de la población que la ha pasado de forma natural y se vacuna a un 60%, dependiendo de la tasa de reproducción del virus, podemos pensar en dos años para la inmunidad de grupo». Lo que ocurra a escala global es impredecible.

Vacunas y esperanza

Como peldaños que permiten una ascensión, las fechas de descubrimiento de las vacunas acompañan el incremento de la esperanza de vida media a lo largo del siglo pasado. Para el sociólogo de la UA especializado en Salud Pública Daniel Laparra, estos fármacos son claves en el aumento de la esperanza de vida, pero como parte de un grupo de agentes de salud encabezado por el agua potable y la higienización. «Hay un efecto directo de la vacunas en esa línea ascendente, pero no es la única razón», señala, al tiempo que enumera el acceso generalizado al agua, el saneamiento y las mejoras en la alimentación como factores de reducción de la mortalidad. Laparra cree que la amplitud de los programas de vacunación han permitido que la presencia enfermedades infecciosas históricas sea «anecdótica» y que hayan dado paso a las «oncológicas y cardiovasculares» como primera causa de muerte.

¿Por qué entonces parece haber reticencias contra las vacunas covid? Por «sentido común», zanja el sociólogo. Dado que «en España el nivel de aceptación de las vacunas es altísimo y es raro ver brotes de enfermedades prevenibles con vacunas», los sondeos que reflejan un 40% de población resistente sólo recogen la incertidumbre por ver «su desarrollo en directo». Considera que cuando se vea su seguridad, la población que no quiera vacunarse no será relevante en la inmunidad grupal. Además, recuerda que en nuestro país las vacunas nunca han sido obligatorias y apuesta por mantener ese enfoque con el covid-19. De ahí que estos días los preventivistas y expertos en salud pública multipliquen sus comparecencias en medios.

Por otro lado, la alta mortalidad en grupos de edad avanzada no hará, según el investigador social, que caiga la esperanza de vida. Se trata de un indicador que considera diferentes grupos de edad, por lo que, en su opinión, el SARS-CoV-2 debería tener más incidencia en personas jóvenes para reducir la longevidad previsible de un niño que nazca hoy.

Un español tiene acceso gratuito a un programa de vacunas cuyo coste oscila entre los 700 y los 1.800 euros, en función del sexo y su estado de salud. Un gasto que también es un éxito económico: para la OMS, por cada euro invertido en vacunas se ahorran 17 en gastos médicos, pérdidas de productividad y coste familiar de las enfermedades que, gracias a ellas, ya no tenemos.