Joaquín Llavería Arroniz y Mercedes Serra Bellsolá, ambos de 95 años, son cuñados -la hermana de ella se casó con él-. Viudos y con un estado de salud envidiable para la edad que tienen, su vecindad, porque sus domicilios están a 50 metros el uno del otro, facilita que a menudo queden para comer juntos en un bar del centro de Alicante y para ir a misa. Mariano Olivera, encargado de El Colmado, el establecimiento hostelero donde se reúnen, contempla con «alegría en estos tiempos tristes que corren» la fraternal relación que han establecido estos dos ancianos para matar algún momento de soledad en compañía. Además de entrañable por su edad, porque no todos los cuñados se llevan bien y porque han conseguido que familiares de cada uno de ellos se sumen a estos encuentros en la soleada mesa 5, junto al gran ventanal que da a la transitada avenida de Alfonso el Sabio. Les gusta ver pasar a la gente ante sus copas de agua y vino blanco verdejo, y su menú favorito, que suele estar entre las alcachofas al foie y los huevos con jamón ibérico, «del bueno», señala el encargado. Y no solo en el bar, donde dejan su propina. En la farmacia contigua, donde compran sus medicinas, les tratan con gran cariño.

Dos trabajadoras del bar El Colmado atienden a Mercedes Serra. HÉCTOR FUENTES

Los camareros que les atienden hacen lo imposible para que cada día que se juntan sea «el mejor festín» en el invierno de sus vidas. Les guardan su sitio favorito cuando reservan por teléfono, que son las menos veces, porque Mercedes suele aparecer de improviso por la puerta con su andador. Joaquín ha tenido que espaciar las reuniones porque hace 10 días su hijo se lo llevó con él a su casa de Elche después de sufrir un bajón cognitivo: hasta entonces vivía solo y contaba con una chica un par de horas que iba a limpiar y planchar.

Psicólogo de profesión, el hijo es consciente de que su padre echa de menos ir al bar, por lo que facilita esta rutina acompañándole los sábados y días festivos a comer de nuevo con su cuñada, en un encuentro al que se suman los nietos de él y la hermana de ella, contento del trato que reciben los ancianos en el establecimiento, algo que le halaga y le parece un detalle muy bonito. «Él ha estado viviendo solo hasta hace nada en Alicante y ahora sigue haciendo su vida. Sale solo, y viene a buscarme al trabajo para dar un paseo», explica su hijo, Ignacio Llavería. Joaquín fue comerciante, regentó una tienda de bisutería en la calle Castaños muy conocida en su época, tuvo tres hijos (uno ya falleció) y enviudó hace seis años. Tiene 10 nietos y dos bisnietas. «Hasta hace 5 años se cogía el tranvía y se iba a nadar él solo al club Montemar, que le nombró socio honorífico. También jugaba al tenis. Por la mañana abre la ventana y con el pijama se pone a hacer gimnasia».

Mercedes es hermana de la esposa de Joaquín, que falleció. Ambos tienen 95 años.

En cuanto a Mercedes, es catalana y vivió muchos años en Canarias con su marido, que era cubano, explica su sobrino. No tuvieron hijos. Se vino a vivir a Alicante hace unos 35 años. Ahora su hermana le acompaña casi a diario a comer. Al encargado del bar le gusta «ser consciente del presente y de la bendición de estar disfrutando de todo lo mágico que pasa alrededor. Tratamos de no estar mirando el ordenador. Sé lo que van a pedir clientes como Joaquín y Mercedes, y no es solo una cuestión de memoria receptiva. Observas y captas, y lo que tienes alrededor se vuelve completamente mágico. Cuando eres camarero y atiendes al público, aunque estés muy liado, hay que detenerse y disfrutar el momento. Es una comunión hermosa».