Margaret Keenan, una anciana de 90 años, recibió el pasado 8 este diciembre en el Hospital de Coventry la vacuna contra el covid fabricada por Pfizer y BioNetch, pasando a la historia como la primera persona occidental, vamos, que no vive en ningún pueblo o megalópolis china ni en la opaca Rusia, en blindarse contra ese virus que hace ya un año hizo saltar el día a día de todo el mundo por los aires, y que sigue provocando, todavía, miles de muertes. Margaret, pelirroja, de aspecto frágil, casi anónima detrás de la mascarilla que, incluso, impedía adivinar los signos de su edad, posó feliz en los pasillos del hospital portando una camiseta en la que un Mickey Mouse gigante felicitaba la navidad. Nadie se lo preguntó, pero estaría dispuesto a apostarme un penique a que, a lo largo de su vida, seguro que algún invierno, algún verano, o en cualquier mes del año, la valiente Margaret puede que haya disfrutado de unos días de vacaciones en Benidorm. Lo mismo que aquel guardia de la Torre de Londres que hace más de veinticinco años me preguntó de dónde era al pedirle permiso para fotografiarme con él.  Al decirle que veníamos de España me espetó: ¿España?, I love Benidorm. Igual que los tres millones de británicos que este año se han quedado sin sus vacaciones en la provincia por el descontrol de la pandemia en Europa, pero están deseando volver. Algo que ya está más cerca gracias a las vacunas que, por fin, nos deben salvar frente al covid.

Margaret, precisamente una ciudadana británica la primera vacunada. Si sale bien, el camino al inicio de la recuperación turística puede ser un hecho, pero, ojito, el problema no está resuelto y entramos ahora en dos semanas clave, Navidad y Año Nuevo, en las que nos jugamos gran parte de la solución, avance de la vacunación al margen, al problema que tiene contras la cuerdas sanitarias y económicas a media provincia con cerca de 50.000 trabajadores en ERTE o en el paro definitivamente.

Los precedentes no son buenos. La provincia de Alicante, por su clima y régimen de brisas, es una de las zonas de España con mejores condiciones para frenar la expansión (contagios) del covid, pero para ello también hace falta que los alicantinos y nuestros turistas -para nota que en este maremágnum de medidas restrictivas se permita que un belga pueda venir a pasar la Navidad, pero no el hijo de una madre de Monóvar, que trabaja en Bilbao donde está empadronado-, nos concienciemos de que además del clima deben guardarse ciertas normas preventivas. Desgraciadamente, parte de nuestros vecinos sigue sin tomarse el covid en serio. Solo hay que leer los partes diarios y, semanales, de la Policía Local de Alicante, Elche, Elda, Torrevieja... o de cualquier municipio con movimiento social, para comprobar que la gente, los inconscientes, siguen despreciando las mascarillas y las distancias de seguridad, lo mínimo, por otra parte, que se nos exige para protegernos frente al virus. Algunos pubs, los menos, y, sobre todo viviendas, han seguido acogiendo cada semana fiestas ilegales y botellones, que pese a ser intervenidos con sus correspondientes sanciones, no ha sido suficiente para disuadir a los de siempre. Los que desafían las normas poniéndose en peligro a ellos mismos y, lo que es más grave, a los demás.

En el puente de la Inmaculada, un amigo me confesaba, entre sorprendido y cabreado, cómo, una vez más, su urbanización de la Playa de San Juan se había llenado de los mismos vecinos madrileños que acostumbran a venir en cualquier puente de cualquier año anterior al virus y las restricciones. No sólo eso. A otro amigo, un familiar que vive todo el año en la urbanización Gran Alacant, pegada a Santa Pola, le advertía de lo mismo: «No sé cómo lo hacen, pero lo hacen, y en cuando pueden se escapan y aparecen en Alicante». Ojo, para nada queremos que los turistas madrileños, para los que las playas de la provincia son sus playas y siempre serán bienvenidos, dejen de venir, todo lo contrario. Pero en estas situaciones demuestran la misma irresponsabilidad que el grupo de amigos de Alicante, Elche, Elda o Benidorm, que se reúne en una casa de campo durante el fin de semana en la que las mascarillas desaparecen a los cinco minutos. Y el lunes al trabajo, a la Universidad o a casa de la abuela con el consiguiente riesgo de haberse convertido en el vehículo de transmisión de un virus que ha demostrado la fortaleza de mil ejércitos. ¿Sabían que ya han muerto en España a causa de a pandemia más personas que en 300 atentados terroristas como el del 11-M? Muchos se resisten a enterarse.

Por eso, a partir de mañana, cuando todos nos sumerjamos en el «prime time» de la Navidad, y las calles y los centros comerciales se llenen a rebosar, -como ya lo han hecho desde que arrancó diciembre-, debemos ser conscientes de que entre polvorón y polvorón nos la estaremos jugando, ahora que parece que comenzamos a ver la luz al final del túnel. El Consell abrió un poco la mano, no sin riesgos, pero la abrió, a la hora de permitir una mayor actividad hostelera y comercial pero ahora, convencido por los técnicos sanitarios, esos que lo quieren cerrar todo, nos ha dado la Navidad. Seis a la mesa en Nochebuena. Terrible.

Cierto que una vuelta atrás sería definitiva para hundir lo que pueda quedar del sector servicios tras un año casi congelado. Miles de trabajadores siguen en ERTE, y los bancos empiezan a temer que la morosidad se dispare. Por ello, estas dos semanas solo pueden estar presididas por la mesura, si no queremos que la cuesta de enero se convierta en una montaña imposible de hacer cima. Avisados estamos. El virus también se come el turrón. Algo que, desgraciadamente, no podrán hacer los miles de contagiados que se han quedado por el camino. Y, por supuesto, la vacuna está para administrársela. Que se lo pregunten a Margaret Keenan y a tantos otros que por ellos mismos y por ti que aún dudas si ponértela, han dado ya un paso adelante. Seguro que a sus noventa diciembres ya estará pensando en volver a Benidorm. Por eso, aglomeraciones navideñas las justas, y seriedad. El covid puede estar sentado a la mesa en Nochebuena. Esa cena que el presidente Puig, parece que no quedaba otro remedio, nos ha complicado.

Repasemos algún dato. La Policía Local impone 80 denuncias por desobediencia, sanciona a doce establecimientos y disuelve nueve fiestas en viviendas que incumplían normas básicas para prevenir el covid. Este es el balance de cualquier fin de semana en Alicante. No tenemos remedio.