En el verano de 1912, un reportero de Diario de Alicante que firmaba sus artículos con el seudónimo de Murciélago informó de la muerte de José Blasco y de la investigación judicial correspondiente, pues se sospechaba que pudiera haber sido envenenado.

José Blasco Vicente vivía en la partida de El Rebolledo, donde tenía prósperos negocios agrícolas. Era rico y estaba casado, aunque llevaba varios meses separado de su esposa cuando al comienzo de 1912 decidió trasladarse con su madre a la Posada Nueva, situada en el paseo Gadea, regentada por su hermana Josefa y su cuñado Jacinto Candela Bañuls.

José se hallaba enfermo desde hacía algún tiempo, sufría ataques de ciática y quiso someterse al tratamiento de los mejores médicos, si bien en su desesperación consultó también a alguna curandera.

Su esposa vino a verle varias veces, hasta que a mediados de julio se reconciliaron. No obstante, ella regresó a El Rebolledo, adonde volvería él también en cuanto se recuperase de su dolencia. Pero al día siguiente empeoró repentinamente. Empezó a sufrir dolorosísimos retortijones y alarmantes convulsiones, que hicieron suponer al médico que le atendió en un posible envenenamiento con estricnina. Los remedios fueron inútiles y José falleció entre horribles sufrimientos.

El médico se negó a certificar tan extraña muerte y el juez ordenó el traslado del cadáver al cementerio, para que se le practicara la autopsia.

Y en este punto de la historia fue cuando apareció Murciélago, informando del suceso en sus artículos con un esmerado detalle de la investigación que estaba dirigiendo el juez Garriga Mercader, a pesar del secreto del sumario que este había decretado, aliñada con el resultado de sus propias averiguaciones, rebosante de morbosidad.

Su primer artículo sobre el caso lo publicó el sábado 20 de julio. En él notició la extraña muerte de José Blasco producida el jueves anterior. Extraña por cuanto el médico que le atendió «quedó perplejo ante lo que veía: no era posible que un enfermo de la índole de aquel, sufriera aquellos espasmos, se contrajera en aquellos retortijones, ni tuviera aquellas convulsiones tan alarmantes. Todo contribuía a hacerle aparecer como víctima de un envenenamiento por estrignina (sic). Cuantos remedios se buscaron para salvarle la vida fueron inútiles. José Blasco falleció, entre horribles sufrimientos. El médico no quiso certificar la extraña muerte».

Dos días después, el lunes 22 de julio, Murciélago informaba a sus lectores de que «por nuestras investigaciones sabemos que 1500 pesetas que poseía, fueron gastadas momentos antes de morir por el mismo Blasco, según afirma la persona que le asistía, la cual también ha manifestado que las medicaciones recetadas por los médicos las compraba él mismo y se las tomaba sin ayuda ajena». En este mismo artículo, Murciélago se regodeaba con la descripción detallada, «según referencias», que ofrecía el cadáver durante la autopsia, realizada el día anterior por los doctores Pascual Pérez y Ladislao Ayela. Es un claro ejemplo de reporterismo morboso, que el lector actual no está acostumbrado a encontrar en los periódicos:

«La cabeza aparecía monstruosamente agrandada, siendo tanta la turgencia del cuero cabelludo, frente, mejillas y labios, que la nariz quedaba borrosa y en el fondo de una hendidura; los pabellones de las orejas estaban aprisionados por el cuero cabelludo y retraídos en tal forma que parecían dos ombligos. Los globos oculares propulsados fuera de las órbitas. La lengua salía de la boca, muy aumentada de volumen y de coloración negra achocolatada. En las facies quedaba borrado todo rasgo fisonómico, tanto más si se tiene en cuenta que toda la cabeza presentaba un color negro apizarrado intenso. El cuello, sumamente hinchado y con la misma lividez, presentaba un manchurrón gris en su lado izquierdo que se extendía hasta la mitad de la mejilla y parte alta del pecho que resultó ser un vivero de medio dedo de espesor de larvas en donde vivían miles de gusanos. El vientre extremadamente hinchado. El olor que despedía el cadáver era muy fétido, nauseabundo, sea tan insoportable que hizo sumamente difícil la autopsia. Al tercer día del fallecimiento el cadáver no presenta los signos putrefactos que corresponden a esta fecha en la evolución de la operación oxidante y sí a las que corresponde al décimo día o duodécimo…».

Murciélago advertía que las conclusiones de la autopsia «son desconocidas por ser, como pieza sumarial, secreta»; e informaba de que «las vísceras del cadáver de José Blasco Vicente han sido llevadas al Laboratorio Municipal, donde serán sometidas a un escrupuloso análisis».

Durante las dos semanas siguientes, Murciélago publicó en Diario de Alicante casi todos los días artículos referidos al caso, a la espera del resultado del análisis de vísceras llevado a cabo por el doctor Ferrer.

Por fin, el 8 de agosto, en una noticia breve, Murciélago informó, claramente decepcionado, de que «del análisis practicado en las vísceras de José Blasco, tan extrañamente fallecido en la posada del Paseo de Gadea, se deduce que no hubo envenenamiento como se sospechaba».