- «Mami, ¿entonces cuándo celebramos la Nochebuena?».

- «El día 28».

- «Vale, pero Papá Noel viene el 24, el 25 o el 28?».

- «Cuando le dé tiempo, el 24 o el 25».

- «Vale».

Esta inocente conversación con mi pitufa de 8 años a principios de semana da una idea de cómo están transcurriendo las fiestas este año.

Llevábamos semanas intentando cuadrar, por un lado con mis herman@s y por otro con mi cuñada, la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, para ver quién pasaba esos días tan señalados con mis padres y con mi suegro. Unas negociaciones que ríanse ustedes de las conversaciones entre la UE y Reino Unido por el Brexit. Tras varios tiras y afloja, y como no siempre se gana, las dos fechas las pasábamos solos los cuatro.

Tarjeta navideña

Pero hete aquí que el virus está en todas partes, no puede uno relajarse porque acecha sigiloso y zasca: Un compañero de trabajo de mi hermano da positivo y los planes se rompen. Tiene que hacerse la prueba y mientras, guardar diez días de cuarentena, así que ya no puede ir a cenar con mis padres. Volvemos a la casilla de salida, pero esta vez es más fácil, mi hermana pequeña cena en Nochebuena y nosotros vamos a comer en Navidad.

El momento de explicárselo a los niños es otro cantar. Ya en el colegio les han separado de algun@s de sus amig@s al confeccionar los grupos burbuja. y ahora, en las fiestas, se habían hecho la ilusión de poder ver a sus prim@s, comer, cenar y jugar con ell@s. Pero ya he escrito alguna vez que los niños son esponjas y asimilan los cambios con una facilidad que ya querría yo para mí. Así que a la retahíla de hay que cumplir las normas, no se pueden juntar más de 6 personas, hay que ser muy cuidadosos, los veremos cuando podamos, bla bla bla, solo siguen unas miradas de comprensión y una pregunta: «¿cuándo celebramos entonces la Nochebuena?».

Eso no quita para que el martes, cuando mi hija llega del colegio, venga con una tarjeta navideña en la que ha escrito sus deseos, de los que solo se le va a cumplir el de tener regalos, porque el de la cena con mis padres y mi hermana mayor está descartado y el de que se vaya el covid, ojalá fuera tan fácil como pedirlo y que suceda.

- «Teníamos que pedir un deseo, mami, a ver si se cumple».

- «No creo, hija».

-«Bueno, un amigo de clase ha pedido que a las personas que no tienen un hogar les regalen una casa».

- «Ese también es complicado, apuntáis muy alto».

- «¿Apuntar dónde? Lo hemos escrito en la tarjeta».

Ay, cuántas expresiones desconocidas para los niños.

Así que llegamos al día 24 y se les han olvidado las penas porque solo tienen ya dos pensamientos en mente: ¿cuándo llega Papá Noel? y ¿cuándo jugamos a la consola?

El cocinitas de mi marido se pone manos a la obra por la tarde, pato al horno con patatas fritas, mientras nosotros nos vamos a las duchas y a preparar la mesa. Quedan 10 minutos para el discurso del Rey, y empezamos con las videollamadas. Primero a mis padres, ellos nunca habían cenado tan pronto en Nochebuena, pero mi hermana, mi cuñado y mis sobrinas tienen en cuenta que los minutos van cayendo a plomo y, casi como Cenicienta, a las 24 horas han de estar en su casa. Por eso, con razón no me enseñan la mesa, se lo han jalado ya casi todo, solo les queda el turrón, de Xixona por supuesto.

Luego pasamos a llamar a mi hermano, que cuando le vayan a hacer la PCR ya han pasado los diez días. Y ahí están también los cuatro, ellos sí a punto de ponerse a cenar.

Cuando colgamos, enciendo la tele y ha empezado ya a hablar el Rey; mis hijos quieren ver el «Pasapalabra», pero les digo que hoy ha acabado antes porque tiene que hablar el Rey. Están tan extrañados con que el señor de la barba salga en todas las cadenas que por un momento se quedan callados, y yo aprovecho para marchar en plan cobarde a la cocina, no estoy preparada para responder sobre la monarquía, me he librado de una buena.

Y después de cenar continuamos con las videollamadas, esta vez a mi cuñada y mi suegro, todos con mascarilla.

Y luego llegó el momento feliz de mis pequeños, poder jugar a la consola un rato con sus padres, momentos divertidos en los que ves cómo disfrutan, se ríen, se divierten. Y a medianoche, la hora de irse a dormir, no sin antes dejar en la terraza a Papá Noel un tazón de leche y unas galletas, y a los renos un cuenco también con leche «porque mami no sabemos si vendrá en el trineo con un reno o con varios, que tiene muchos regalos que repartir».

Y entonces mi pitufo de 6 años le da por hacer una de esas preguntas que no se responden en un segundo:

- «¿Y los Reyes Magos de dónde vienen?»

- «De Oriente, de un sitio muy lejano».

- «¿Y si tienen covid van a poder venir? Porque el covid está en todas parte, mami, y les puede pasar a ellos».

- «No te preocupes, que ellos son magos y seguro que no se ponen enfermos, ale, a dormir».

Los acostamos y cuando estamos tomándonos tranquilamente la última copa, aparece sigilosa la niña de los deseos incumplidos para recordarnos que las galletas no están fuera, que se nos habían olvidado dentro. «Menos mal, mami, que Papá Noel tendrá mucha hambre».

Y al día siguiente, a las 8.40 la escucho levantarse e ir al salón para ver si han llegado los regalos; se vuelve a la cama y aguanta casi una hora, hasta que la impaciencia le puede y sale a despertar a su hermano para ir a abrir los paquetes. Y es que es la primera vez que estamos en Nochebuena en el piso de Alicante, ya que siempre la hemos pasado en el campo de mis padres o el de mi suegro, lugares donde llegaba Papá Noel a la hora de cenar y dejaba los regalos fuera. Pero en Alicante es más complicado para él y por eso hay cambio de rutina navideña y nos visita de madrugada, pero ellos se amoldan rápidamente.

Y así hemos pasado la atípica Nochebuena, en la que el covid condiciona nuestras vidas pero no nos impide pasar momentos de alegría.

PD: Hoy es mi cumpleaños y mañana, día de los Inocentes, celebro la cena de Nochebuena y el aniversario con mis padres. ¿Qué más da que sea cuatro días después? Yo, por lo menos, puedo festejarlo, que es algo que no pueden hacer cientos de miles de personas.