Judías , salchichas , tostadas y zumos. Estos fueron los únicos alimentos que recibieron en Nochebuena y Navidad los camioneros europeos, entre ellos más de un alicantino de los que semanalmente transporta fruta fresca y hortalizas hasta Gran Bretaña, de los vecinos del condado de Kent, durante esa especie de «Operación Dunkerque» pero en pleno siglo XXI. Los transportistas habían quedado atrapados por el cierre de las fronteras entre Francia y el Reino Unido en un intento desesperado por contener la nueva cepa del covid, y algo de Brexit, que cogió a miles de profesionales en una situación análoga, sin sangre afortunadamente, a la que sufrieron las tropas británicas en las playas galas sitiados por el ejército alemán en 1940. Entonces fueron los pescadores que se lanzaron al canal para poner su granito de arena.

La pasada Navidad fueron los vecinos, británicos de nuevo, los que participaron, a su manera, en esta guerra incruenta pero igual de cruel contra el virus. Seguro que muchos de estos «héroes» habrán tomado más de una vez el mismo desayuno en el comedor de cualquier hotel de Benidorm y la Costa Blanca, donde los turistas británicos tienen su playa y hasta su segunda residencia. Hay clientes ingleses que, incluso, guardan su ropa de verano en las consignas de esos hoteles donde se sienten como en casa.

Todo saltó por los aires aquel fatídico marzo del ya tristemente célebre 2020, que despedimos el pasado jueves, pero cuyo drama aún no ha concluido pese al inicio de la vacunación. Consecuencias sanitarias aparte –tan graves y en muchas ocasiones peores que las económicas-, 2021 arranca con los mismos problemas que 300.000 familias alicantinas, cuyo sustento depende del turismo, sufren desde marzo. Diez meses después, muchos trabajadores continúan en ERTE y, pese a que el Gobierno ha asegurado que este instrumento paliativo se renovará hasta que haga falta, su blindaje negro sobre blanco continúa sin cerrarse y vuelve a amenazar con provocar una sangría social y laboral a partir del próximo día 31. De nuevo incertidumbre con la que afronta el día a día tanta gente. Y es que el problema continúa siendo el mismo. La Administración sigue sin tomarse en serio al sector que movía -2020 se ha cerrado casi en blanco- el 16% del PIB de la provincia con una aportación anual multimillonaria. El último gesto contrario al sector lo ha protagonizado el Consell, con las fuertes limitaciones a la hostelería en plena campaña navideña y el cierre de la Comunidad durante las fiestas lo que hundió la campaña de Navidad y Nochevieja en los escasos hoteles abiertos. El presidente Ximo Puig, abrumado por la presión de Sanidad (si fuese por los técnicos estaríamos confinados desde hace semanas), dio marcha atrás en diez días y contribuyó, involuntariamente, a bloquear, más aún, la ya malherida campaña navideña. Ni el presidente ni sus asesores calcularon, por ejemplo, el daño que, media hora más o media hora menos (lo que se tardan en comer las uvas, recoger y ponerse en marcha hacia casa,) podía significar. No hubo marcha atrás, y decenas de reservas, algunas hechas desde el 1 de enero de 2020, se anularon, tanto en restaurantes como en hoteles, donde sí se permite el alojamiento, porque, además, han demostrado ser búnkeres frente al virus.

El resultado: en lugar de ocio responsable, seguro y promotor de empleo, miles de pandillas de jóvenes pasaron la Nochevieja en el pequeño apartamento de sus abuelos en la playa o en la casa del campo. Este ha sido el broche a la peor temporada de la historia y, mucho me temo, la última para alguno de esos 13.000 bares y cafeterías censados en la provincia, o algún hotel de esos que llevan cerrados diez meses.

Encarando la cuesta de enero, es obvio que el hotel que sigue abierto lo hace, simplemente, por prestigio y solidaridad con su ciudad. El sector ve cómo la Administración pospone otro asunto capital junto a los ERTE como es la bajada del IVA del 21% al 5%. Lo primero, seamos optimistas, puede que tenga continuidad, pese a que las arcas públicas están caninas como lo demuestra que haya aún trabajadores que siguen sin recibir la prestación. Lo segundo parece imposible por aquello de los equilibrios del Estado para compensar ingresos y gastos. El sector reclama 2.000 millones de euros en ayudas directas, pero el Gobierno, de momento, no cede. Menos mal que el «ivazo» a los refrescos no afecta a la hostelería.

De ahí que nadie pueda aventurar qué establecimiento no acabará cerrando en las próximas semanas cercado por las limitaciones en el aforo y por la falta de clientes, que han renunciado incluso al café matinal por miedo al covid, por falta de parné o, si mantienen el empleo, por seguir en «teletrabajo». Esa «nueva normalidad laboral» que te mantiene atado al salón, y que seguro acarreará en el futuro alguna nueva patología mientras las empresas ahorran costes a costa del trabajador. Por ahí tampoco puede ir el futuro. No es lo mismo el danés que opta por teletrabajar desde su apartamento frente al mar en Moraira, que el trabajador de la hostelería al que le mandan a casa para defenderle del virus. Sencillamente, se va al paro.

La falta de ayudas directas en el plan del Gobierno es incomprensible teniendo en cuenta, además, las medidas aprobadas, por ejemplo, en otros países de Europa, donde el peso del sector turístico es mucho menor en el PIB o en generación de empleo en comparación con España. Alemania ya ha puesto en marcha ayudas directas de más de 10.000 millones de euros, además de haber aprobado importantes reducciones de IVA y medidas de fomento a la demanda, y Francia concede ayudas directas por un importe de diez mil euros por establecimiento. El Gobierno central sigue sin reaccionar y ni Consell, ni Diputación, ni los ayuntamientos tienen liquidez suficiente para dar ayudas directas contundentes, no las disfrazadas con créditos que hay que devolver. El turismo necesita un rescate como el que en su día recibió la banca porque, a su manera, también es un sector sistémico. Que se lo pregunten, si no, al conductor del autobús que lleva a los turistas al aeropuerto o al pescadero que sirve al restaurante de turno. Ahora bien, está claro que dar por dar tampoco es la solución. Esta crisis también ha servido para que tomemos cuenta de que el modelo necesita una reestructuración.

Visto el panorama y comprobado que nosotros mismos tampoco hemos sabido convivir con el virus, hay que encomendarse al éxito de la vacuna, pero también al riñón del Estado. Si no ocurren ambas cosas, seguiremos en un sinvivir económico, sanitario y social difícil de resistir. Circula estos días por las redes sociales una frase que me ha hecho pensar. Más o menos viene a decir que 2020 fue el año en que aprendimos a valorar lo que tenemos, más que lo que quisiéramos tener. Para algunos que nos administran, desgraciadamente, no ha sido así.

Acabamos el año viendo a nuestros transportistas desayunando salchichas, judías, tostadas o zumos con el silencio del ministro Ábalos, valenciano para más inri. Ojalá las cosas cambien y veamos más pronto que tarde a muchos turistas de Liverpool o de Albacete desayunando en la Costa Blanca. Será una buena señal, tanto como verlos comiendo un arroz a las diez de la noche, aunque para algún purista suene a friki. Mucha suerte y salud para este 2021. Y que haya buenas noticias, que también son contagiosas. Katalín Karikó, la científica húngara «madre» de la vacuna contra el covid, asegura que el próximo verano volveremos a la playa sin problemas. Quiero creerla.