Maestros, psicólogos y auxiliares combinaron su esfuerzo como profesionales con una enorme dosis de humanidad para minimizar los efectos de la pandemia. Todos hicieron lo posible para que los más vulnerables nunca estuvieran solos.

Raquel Ozuna, técnico en Cuidados de Enfermería de 44 años del centro de recogida y acogida de menores del Hogar Provincial (CRAM), tuvo un gesto en lo más duro de la pandemia que refleja a las claras la abnegación de miles de profesionales que demostraron una capacidad de reacción y una humanidad claves para sobrellevar mejor el pánico frente a la enfermedad global: se encerró por voluntad propia y sin pensarlo con dos niños que se contagiaron con el virus para frenar el brote y que la exposición del personal del centro fuera la mínima dado que también tienen centro de mayores. Su gesto merece el «Importante» de INFORMACIÓN en representación de los miles de profesionales que se excedieron en sus funciones sacando lo mejor de las personas en momentos de oscuridad. Como todos los educadores y maestros que estuvieron muy encima de sus alumnos encerrados en casa durante el confinamiento domiciliario, sobre todo de los niños de familias con menos recursos y problemas para tener acceso a wifi y a las clases online, evitando que se descolgaran demasiado; como los trabajadores de las residencias de mayores que velaron a los enfermos durante sus fiebres y protegieron a los que estaban sanos; los psicólogos que intentaron levantar la moral de los ciudadanos y que se evadieran de las negruras de la pandemia; y los monitores y técnicos de animación sociocultural de toda la provincia que hicieron la vida más llevadera a usuarios de centros e instituciones con sus actividades activando la mente de aquellos que no podían salir ni ver a sus familias.

«No vi otra opción. Pensaba que el virus se iba a propagar por todo el Hogar»

El 2 de abril, Raquel Ozuna, interina en bolsa de trabajo que cubría la baja de otra trabajadora de este servicio que depende de la Diputación, decidió dar un paso adelante y encerrarse ella sola con dos niños que habían dado positivo en covid. En un principio se iban a establecer turnos entre varias trabajadoras para cuidar de los menores pero ella lo veía un riesgo. «Por entonces no se conocía apenas nada del covid, ni cómo se transmitía, ni cómo actuaba ni sus secuelas. Entré en pánico por los abuelitos del centro, ya que el edificio del geriátrico del Hogar está justo enfrente. Los conozco a todos (hizo sustituciones durante 3 años en el centro de geriatría) y pensé que cualquier imprudencia o despiste podía llevar el virus a ese departamento». También le preocupaban varios compañeros con patologías y pensó en el riesgo que asumía porque su pareja trabaja en un centro de mayores. Y decidió quedarse. «Fue lo que me pasó por la cabeza y no vi otra opción porque creía que se iba a propagar por todo el Hogar».

Primero se encerró con una niña de 6 años que, tras sufrir fiebre y diarreas, dio positivo. A los 2 días se sumó un niño con la misma edad. «Fue una convivencia con momentos muy buenos pero también duros. Te enteras de que fallece gente, no pude ir a casa, ni siquiera a abrazar a mi pareja, y las videollamadas eran bastante duras». También recuerda lo mal que lo pasó el primer día la niña, que no dejaba de llorar, «encerrada con una persona que no conocía, alejada de sus hermanos. La situación la desbordó». El llanto nocturno de la propia Raquel calmó a la pequeña y al poco llegó el niño, «un poco de apoyo para ella, alguien que podía entender sus juegos». Lo mejor llegó el final del encierro, con el abrazo de la menor, que no quería separarse, y la alegría cuando la vieron de nuevo, gestos que le emocionan y que suponen «que algo hice bien». Nunca olvidará la inyección de moral que supuso para ella el aplauso, hacia la mitad de aquellos negros días, de sus compañeros de geriatría desde las ventanas del centro para animarla.