Hace dos semanas que Joaquín Lozano, de 43 años, empezó a trabajar en una empresa de electrodomésticos de Elche tras varios empleos esporádicos. Sergio Riquelme, de 43 años, es oficial de la construcción y vigilante de seguridad; y E.M., de 42 años, realiza tareas de comercial, hace diseño de publicidad por ordenador y la reparte. Los tres fueron sintecho: su historia de superación demuestra que, tras perderlo todo, se puede salir del agujero. Se acabó pasar frío y hambre, sufrir el robo de sus escasas pertenencias, no poder acceder a una ducha y a un plato caliente. Detrás de este triunfo personal está una férrea voluntad por rehacer sus vidas y la ayuda generosa de ciudadanos anónimos y voluntarios que se cruzaron en su camino durante los repartos de bocadillos por la ciudad o cuando dormían en un cajero.

Los dos últimos en salir de calle, el pasado verano, fueron Joaquín y E.M, que prefiere no desvelar su identidad completa. Este último era comercial hasta que, hace dos años, su empresa empezó a tener problemas de impagos y cerró. Al quedarse sin trabajo no podía pagar el alquiler de su piso y fue desahuciado. De la noche a la mañana, y sin familia en Alicante, se vio en la calle. Estuvo durmiendo al raso por distintos puntos de la ciudad durante un año largo, pillándole la pandemia, y pasándolo «absolutamente mal, con frío, muchos días sin probar bocado...muchas penalidades, pero me gusta ver el lado bueno de las cosas y la experiencia de estar sin nada me ha servido para valorar lo importante en la vida, y para encontrar a personas que son lo mejor que he conocido, a las que estaré eternamente agradecido» señala sobre quienes le ayudaron a salir a flote. Ahora vive de alquiler y encadena trabajos que le permiten tener algo de economía y un techo bajo el que vivir. «Estoy mucho mejor aunque con la pandemia se hace muy complicado porque nunca sabes cuándo van a cerrar las empresas. Voy tirando hacia adelante, con ayuda también, para salir del atolladero en el que estaba en la calle, donde lo he pasado absolutamente mal, porque hay gente que te mira por encima del hombro y te trata con falta de respeto. Deberían valorar lo que tienen, nunca se sabe cuándo lo podemos perder».

Por problemas familiares, Joaquín Lozano se vio en la calle, donde durmió unos tres años de forma intermitente, ya que, cuando conseguía algo de trabajo, se alquilaba una habitación. Durante la pandemia, estando en uno de los albergues que las instituciones prepararon para los sintecho, encontró trabajo supliendo una baja para dos semanas en una fábrica de lácteos en Torrellano y se iba caminando hasta allí desde Alicante. Trabajó de aparcacoches, «pero la Policía te multaba», y hacía los inventarios de una asociación que ayuda a personas con adicciones «pero no era para mí porque por suerte no tengo ninguna». Estando en la calle, una persona se ofreció a alquilarle una habitación en su propia casa. «Desde entonces vivo allí y me ha servido para encontrar empleo. Primero no podía pagarle pero cuando hago trabajos le he dado lo que he podido y nunca me ha exigido nada». Recientemente ha estrenado ocupación en una empresa de electrodomésticos, donde está muy a gusto. «Me dejaron 100 euros para poder desplazarme a Elche cuando aún no había empezado a trabajar. Eso dice mucho de la persona».

Tres personas que vivían en la calle logran salir del agujero tras encontrar un empleo Manuel R. Sala

Sergio Riquelme lleva siete años fuera de la calle gracias a una joven a la que conoció cuando dormía en un cajero. Hoy comparte su vida con ella. Oriolano, cuenta que se quedó sin casa cuando fallecieron sus padres. Tenía 18 años y se vino a Alicante a trabajar de vigilante. Vivió en el albergue de transeúntes y en la calle mientras trabajaba en la obra y en servicios de seguridad, que le daban para pagar una habitación. Cuando se le acababa el empleo y el dinero, volvía a la calle, hasta que se cruzó con la persona que le ayudó a recuperar su vida. «Le digo a la gente de la calle que, si quieren salir, se puede». Muy crítico con el Ayuntamiento, considera que les dan la espalda en plena pandemia: «cada vez hay más gente sin hogar, personas que lo han perdido todo por el virus, cuando salgo a repartir lo veo». Riquelme no olvida a sus excompañeros: colabora con asociaciones en la entrega de bocadillos por los distintos asentamientos y los cajeros, y les orienta sobre los trámites de ayudas. También arremete contra la ordenanza de mendicidad pendiente de revisión y aprobación, «un abuso de las personas sin hogar. Algunos piden para un cartón de vino, es cierto, pero la mayoría es para comer un bocadillo. ¿Cómo van a pagar una multa?».

Sergio Riquelme lleva siete años fuera de la calle gracias a una joven a la que conoció cuando dormía en un cajero Manuel R. Sala

Los tres tienen en común la ayuda, entre otras, de ONG como Cometas y Sonrisas, para las que las personas sin hogar son su prioridad. «No miramos para otro lado», señala Paqui Moya, voluntaria de una asociación que busca empresas colaboradoras que dan una oportunidad a personas sin hogar para que puedan pagarse un alquiler y que proyecta un futuro refugio para sintecho.