Ataviados con sus trajes EPI y la Biblia bajo el brazo entran a las habitaciones donde solo pueden acceder los sanitarios para administrar los sacramentos y acompañar espiritualmente a los enfermos. Los capellanes de los hospitales son el consuelo de unos pacientes que permanecen aislados y también se han convertido en el enlace directo con sus familias. Una labor de riesgo que asumen desde la confianza que les da la fe.

La pandemia ha obligado a limitar la estancia de personas sanas en los hospitales. Únicamente se permiten acompañantes con menores y personas dependientes. El resto de enfermos, ya sean positivos en coronavirus o afectados por otras patologías, están solos en sus habitaciones y, por tanto, pierden el contacto con el exterior. Una sensación que aviva su estado de ansiedad, agudiza sus temores y los deprime. Las únicas visitas que pueden recibir son las de los capellanes, y muchas veces son las propias familias las que contactan directamente con ellos para pedirles que los asistan y les trasmitan sus mensajes de cariño y el deseo de una pronta recuperación. Con la pandemia se ha incrementado la demanda del servicio religioso a todos los niveles. Los curas son conscientes de que en estas circunstancias una palabra de ánimo, un gesto o simplemente dar la mano significa mucho, tanto para los pacientes como para sus seres queridos, que también solicitan información a los capellanes sobre el estado de salud y ánimo de los suyos. Por eso están localizados las 24 horas del día a través del teléfono móvil y dispuestos a asistir a quien reclame su presencia. Tanto si solicitan un servicio religioso -confesión, comunión, oración o unción- como si solo quieren hablar, estar acompañados y sentir el contacto de una mano amiga.

El cura alteano, ordenado con 33 años y licenciado en Historia, mostrando la capilla d el hospital. | ÁXEL ÁLVAREZ

Los religiosos aseguran no tener miedo al contagio. Dicen con ironía que «eso va en el sueldo». Pero sí admiten su temor a trasmitir el virus a los feligreses de sus parroquias o a las personas de su entorno más cercano. Por eso cuando finalizan su guardia en los hospitales se autoconfinan en sus casas y limitan al máximo los contactos sociales. Y así transcurren sus vidas desde que en marzo irrumpió la maldita enfermedad. Por eso se han convertido en unos expertos en enfundarse los trajes de protección y ponerse las gafas, viseras, gorros y mascarillas dobles. Son extremadamente disciplinados con las medidas de prevención frente al virus y cada vez que salen de las zonas de aislamiento desinfectan a conciencia todos los objetos de la liturgia. Rutina que repiten siguiendo todas las instrucciones del personal sanitario. Un colectivo que en líneas generales -de todo hay en la viña del Señor- agradece la atención espiritual que los sacerdotes ofrecen a los enfermos y que, en muchas ocasiones, contribuye a fortalecer su moral para que afronten mejor la lucha contra la traicionera enfermedad. A los capellanes les gustaría acudir todos los días a visitar las plantas covid y la UCI. Pero no pueden hacerlo para no entorpecer la labor de los profesionales. Entran, por tanto, de forma esporádica y siempre que se les reclama para suministrar la unción de enfermos. No obstante, hacen un seguimiento no presencial de todos los enfermos que piden su ayuda y mantienen informadas puntualmente a las familias.

El sacerdote Miguel Cano Crespo es desde el pasado 1 de enero uno de los tres capellanes del Hospital General Universitario de Elda. Una tarea que compagina con su cargo de párroco en la iglesia San Bartolomé Apóstol de Petrer y que conoce muy bien porque lleva siete años ejerciéndola. Primero en el Hospital Marina Baixa de La Vila Joiosa entre 2014 y 2018 y de 2018 a 2020 en el Hospital General Universitario de Alicante. En este centro comenzó a sufrir «la pesadilla de la pandemia» con la irrupción de la primera ola. Y ahora le ha tocado enfrentarse de lleno a la tercera ola en el Hospital de Elda, uno de los más saturados de la provincia con una media de 270 contagiados en planta y 40 enfermos en las UCI médica y de reanimación. Un servicio al borde de su máxima capacidad en un Departamento de Salud donde hasta la fecha se han contagiado 15.560 personas y han fallecido 219.

El capellán del Hospital General Universitario de Elda durante una de sus visitas a los enfermos covid. INFORMACIÓN

«La pandemia del coronavirus ha hecho resurgir la fe en muchas personas y ha supuesto para todos un aldabonazo muy potente en el corazón y la conciencia. Nos ha hecho valorar lo que es realmente importante en la vida, y volver a la dimensión espiritual frente a la dimensión material de esta sociedad. Yo creo que vivimos un momento de volver la mirada hacia Dios y de profundizar en el aspecto religioso», explica el capellán.

En el actual contexto de enfermedad, muerte y crisis los sacerdotes que se encargan de atender a los enfermos de los hospitales han notado un incremento de la demanda de los servicios religiosos por parte de los contagiados. «Muchas veces nos lo pide la familia. Cuando se enteran por los médicos de que sus seres queridos se encuentran en estado grave o se les ha sedado acuden a nosotros para que les administremos los sacramentos. Aunque hay muchos casos que son leves y también nos llaman por teléfono para que los atendamos», puntualiza.

Miguel Cano no aprecia diferencias entre el comportamiento y el estado anímico de los pacientes covid de los tres hospitales por los que ha pasado. «La mayoría no nos suele hablar de su temor a la muerte. No creen que vayan a empeorar. Quieren luchar y piensan que saldrán adelante. Nos hablan de sus familias, de sus retos, de sus sueños, de sus vidas...y en lo que todos suelen coincidir es en el miedo que tienen al sufrimiento físico. Muchos quieren confesarse o comulgar -hay hospitalizados de comunión diaria- pero lo que más nos piden es hablar, tener compañía -aunque solo sean veinte minutos- y sentir el calor humano».

Los curas también se enfrentan a situaciones muy duras emocionalmente y tienen que mantener la fortaleza y el sosiego. «Nos cuentan sus penas, se muestran bajos de moral porque no pueden recibir visitas, están preocupados por la situación en la que se encuentran sus familiares que también se han contagiados como ellos y nos preguntan muchas cosas. En ocasiones sabemos que sus cónyuges o sus padres no han podido vencer al virus y han fallecido pero tenemos que ser muy prudentes, eludir esas conversaciones y evitar responderles para que no se vengan abajo», indica siendo consciente de que el estado de ánimo es determinante en la recuperación de cualquier enfermo. «Nuestra tarea es compadecernos, compartir su padecimiento, que para eso somos curas, y a nosotros el consuelo, la esperanza y la fuerza nos la da Dios», subraya reconociendo que como capellán de hospital le ha tocado vivir situaciones de las que hacen que se tambaleen los cimientos de la fe entre los creyentes. «Las enfermedades incurables de los niños o los bautismos de urgencia te desgarran el corazón», comenta con pena recordando que la primera vez que ofició el bautismo de un bebé que estaba a punto de morir se puso enfermo y tuvo que marcharse a casa. Pero también ha tenido «momentos muy felices» como el episodio protagonizado en julio por Marcos González, de 63 años, que superó el covid tras permanecer más de tres meses en la UCI del Hospital de Alicante, y a quien los capellanes visitaban todos los días para llevarle la comunión.

No solo los enfermos. También los sanitarios creyentes piden ayuda espiritual. «Se encuentran exhaustos y están acusando una enorme presión. Quieren confesarse, comulgar, ser escuchados, llorar y desahogarse. Así que nosotros -explica Cano Crespo- intentamos ser esa válvula de escape que alivie su dolor y su sufrimiento». En definitiva, dar consuelo y trasmitir esperanza en primera línea contra el covid-19.