Definitivamente, la provincia de Alicante no tiene suerte con los secretarios de Estado… de lo que sea, en el Gobierno. Nos pasó con el de Agua y Medio Ambiente, Hugo Morán, que tiene los trasvases en la diana, y nos va a cobrar a precio de oro el agua desalada y, pásmense, nos puede pasar ahora, en medio de la peor crisis de la historia por la inmisericorde pandemia del covid, con otros –en Madrid tenemos también al ministro de Consumo, consumo leen bien, Garzón, y en la Comunidad a toda una vicepresidenta como Mónica Otra-, que cuestionan el sol, la playa y el turismo de masas, vamos nuestro ADN turístico. Un informe presentado hace unos días por la Secretaría General de Turismo, elaborado por el Instituto Elcano, en base a las respuestas de ¡17.000! turistas !, de 33 país de todo el planeta, sostiene algo así como que España tienen que ir olvidándose del sol y la playa y de los precios bajos para salir de la crisis turística en la que nos ha metido el covid. Un consulta en la que esos 17.000 turistas afirmaron el pasado septiembre que eso de mancharte los pies con la arena pues como que no. Pues no, el sol y la playa son nuestro primer patrimonio turístico, al menos en la provincia de Alicante, y nadie puede poner ahora en duda que ambos productos nos sacarán, junto a la vacuna, de la recesión provocada por la puñetera pandemia. ¿Mejorar el modelo? Siempre pero, por favor, no perdamos la cabeza.

Nuestro modelo turístico es el que es, y casi 50 años después, no es que resulte complicado renunciar, sino que la pregunta es ¿por qué habría que hacerlo si hasta que el covid decidiera hacer turismo y salir de China funcionaba estupendamente? Cierto es que la realidad de la Costa Blanca y Europa no es la que se encontraron los pioneros del sector a principios de los años 70 del siglo XX, pero es que aquellos pioneros también han evolucionado, aunque a menudo se quiera arrojar un aroma decadente sobre ellos. Entonces, el incipiente sector turístico provincial, guiado por el maná que supuso el dinero fresco que llegaba desde Gran Bretaña para la construcción de hoteles en una España donde el crédito bancario no existía, se dejó llevar por los turoperadores a cambio de que financiasen miles y miles de plazas con la condición de que fueran reservadas para sus clientes. Trabajadores británicos, que demandaban una zona de veraneo en Europa barata y próxima a sus domicilios gracias a los vuelos chárter. Así empezó, y así sigue 50 años después. Un modelo que comenzó con los ingleses, pero que fue luego adaptándose a otros mercados del norte y centro de Europa, y también al español o portugués. Una estructura que, cierto es, necesita grandes cantidades de turistas para que salgan la cuentas. Las cuentas salieron entonces y, de momento, hasta esta pandemia que lo ha parado todo, siguen saliendo, como lo demuestra que la industria turística provincial mantenga 300.000 empleos al año y suponga el 15% del PIB.

Tres de cada cuatro turistas extranjeros llegan desde los barrios industriales de, entre otras ciudades, Liverpool o Manchester con sueldos medios/bajos y en viajes organizados por mayoristas -las grandes cadenas van soltando también este lastre-, que como empresas que son tienen como objetivo hacer la mayor caja posible. Y ahí ha estado el error .

Haber sucumbido a la imposición de precios por parte de unas mercantiles, que ayudaron a crear el modelo pero que llevan medio siglo cobrándose sus facturas, no fue lo mejor, aunque quizá no quedó más remedio. «Aceptas mis precios o me llevo los aviones a otros aeropuertos». Y así ha funcionado el sector durante años, condicionado por unas tarifas que marcaron el «ADN» y la propia tipología de muchos hoteles de playa, diseñados para atender a grandes contingentes de visitantes, que no exigen mucho pero tampoco están dispuestos a pagar mucho más por la pensión completa.

Cierto que las cosas han cambiado en los últimos años y la relación calidad/precio del turismo de la provincia es imbatible, pero a costa del bolsillo del propio hotelero o restaurador, que prefiere sacrificar beneficios a perder clientes, atraídos por otras zonas como Turquía y Túnez, donde los costes laborales no existen y los turoperadores utilizan las mismas tácticas que en el Benidorm de principios de los años 70.

¿Mercados alternativos? ¿Apuesta por el turismo de lujo?... ¿Dónde los captamos? ¿Ha pasado Marbella un mejor verano que Benidorm? Los 4 millones de turistas británicos, más estibadores que lores, que nos visitan todos los años representan una cantidad de pernoctaciones muy difícil de encontrar en otros países de Europa, máxime cuando Alemania, la otra fábrica de crear turistas, tiene su playa en Mallorca, los rusos son inestables y los nórdicos, con un alto poder adquisitivo, son pocos en número para suplir un mercado tan potente como el británico.

No se trata de descubrir América. Debemos ser realistas y trabajar para optimizar el modelo que tenemos aplicando la experiencia y el tan de moda «know-how» que atesora el sector turístico provincial, que, además, es su principal activo, pese a ser ignorado en Madrid y Valencia. Y también el poder de las nuevas tecnologías para seguir abrazando lo que se entiende por calidad. Sólo así se podrá intentar aumentar la rentabilidad, aunque el modelo es el modelo y sea complicado que un británico de los que llega a la Costa Blanca se salga del guión presupuestario que se marcó a la hora de elegir el hotel donde pasará sus vacaciones, y que en la mayoría de los casos, no incluye la visita a ningún templo gastronómico o a El Corte Inglés.

Hace un par de años, el Consejo General de los Colegios de Economistas de España alertaba de los riesgos que amenazan la buena salud del modelo turístico que ha imperado desde los años 70, basado casi en el sol y la playa. Los economistas no negaban que estos dos elementos seguían siendo sólidos, pero dijeron que debían complementarse con fórmulas que acaben con los hoteles «low cost», la competitividad vía precios, la mano de obra barata, temporal y poco cualificada, y la excesiva dependencia de los turoperadores.

Compras, ocio, cultura o gastronomía son los pilares en los que debiera basarse el nuevo modelo. Coincido en parte, por supuesto, pero la Costa Blanca tiene grandes empresarios y expertos para tener que leer, tras diez meses con la caja a cero, que el sol y playa no valen porque en noviembre de 2020 17.000 turistas lo plasmaron en una encuesta. Seguro que ninguno era de esa bolsa de 15 millones turistas que hasta el maldito virus visitaba la provincia y que, seguro, volverá.

Ya está bien. Lo que necesita el sector ahora mismo es un plan potente con ayudas económicas directas de Madrid, como han hecho, por ejemplo, en París, Londres y Berlín. Ya quedará después tiempo para jugar a ser exquisitos, pero primero salvemos a las empresas. Según el informe del Instituto Elcano "los patrones de comportamiento de los turistas indican una apreciable disponibilidad a realizar un turismo complementario o sutitutorio del turismo de sol y playa". Pues eso. Complementar y mejorar simpre pero sustituir.... Por favor.