Con la venia de su señoría y la avenencia de todas las partes, Víctor Rodríguez Vidal, quien fue juez de paz de Almoradí durante 42 años consecutivos explica cómo comenzó su andadura: «Cuando me llamaron del juzgado me dieron el susto padre porque me dijeron, ‘vamos a darle una noticia y no sabemos si es buena o mala’». Al decirle que le habían nombrado juez de paz «me quedé helado, era joven, tenía cuatro hijos y la consulta». El veterano pediatra tuvo la suerte de «tener un oficial que me llevó de la mano los primeros días. Yo no conocía nada de nada, ninguna terminología». Hoy, tras dos años siendo un ya un ciudadano sin ningún cargo institucional y con nueve nietos, recuerda esa época como «gratificante y bonita».

Los tiempos cambian y los «honores» evolucionan. «En aquel tiempo eras una autoridad, mandaba el alcalde, el juez de paz y el comandante de puerto. Cuando empecé éramos tres personas (secretario, oficial y agente judicial) y yo, con 10.000 habitantes en Almoradí. Hoy siguen las mismas con 20.000. Hay mucho trabajo».

En sus más de 40 años en el cargo, Rodríguez Vidal observa el mayor cambio en las bodas. «La primera boda civil que tuve vinieron los novios de etiqueta, ella con vestido blanco, él con traje negro oscuro. Después la vestimenta se ha relajado más». Otra vez, una joven se acercó al juzgado y le preguntó a la hora a la que se casaba al día siguiente, él le respondió que a las 10.30, «y me dijo, ‘puedo venir yo por la mañana a firmar y después, por la tarde, viene mi novio’. No hija no, le contesté, necesito a la pareja y a los testigos para casaros». Las bodas civiles son algo muy serio.

Precisamente, la potestad de declarar un matrimonio «es una de las grandes satisfacciones que nos da este cargo», comenta desde Pinoso, Asunción Sanchiz, la jueza de paz, agradeciendo la confianza que han depositado en ella durante tanto tiempo, al tener el voto de la mayoría de la corporación municipal en dos ocasiones. Un hecho que refuerza los requisitos que supone el cargo: implicación y cercanía.

A su señoría todos la conocen por Susi en la localidad del Medio Vinalopó. Allí ejerce la mediación de los conflictos entre vecinos, «afortunadamente mínima en Pinoso. Nosotros hacemos de intermediarios entre el ciudadano y el juzgado de primera instancia, donde se instruyen las causas, comunicando procedimientos civiles o penales. También somos los encargados del Registro Civil municipal: nacimientos, matrimonios y defunciones acaecidos en la población, llevando a cabo la celebración de gran parte de los matrimonios civiles». Ella compagina su cargo con su trabajo y vida familiar, de quienes recibe «un apoyo incondicional día a día». Unos de sus mejores recuerdos fue la cara de orgullo de sus padres, marido e hija el día de su nombramiento: «Tuve presentes a mis abuelos que hubieran sido muy felices».

La potestad que el cargo le otorga le hace ser la encargada de recoger los recuentos de los votos de las mesas electorales y llevarlas esa misma noche «o más bien de madrugada» a la Audiencia Provincial de Alicante «acompañada de la Policía Local en el coche oficial. Esas noches para mi son algo tensas ¡pero muy emocionantes!».

Además, sigue asistiendo «agradecida y orgullosa» a las fiestas del municipio vinícola otorgándole la distinción propia del cargo. «Afortunadamente creo que ya no existe el ver la figura del juez de paz con miedo y lejanía, dentro del respeto que cada un de nosotros merecemos, por supuesto». Una labor considerada «casi altruista» por la entonces ministra Carmen Chacón cuando visitó Pinoso: «Me dio la enhorabuena por la labor ejercida, de manera muy cercana y humana».

En las pequeñas localidades todo tiene un legado. «Nuestro juzgado de paz tiene casi una familia al completo dedicada gran parte de su vida a ejercer como secretarios de la institución. Primero fue el padre, Francisco José Picazo, jubilado tras más de 68 años en el cargo. Sucediéndole uno de sus hijos durante 16 años. Ahora, el actual secretario, Luis Lorenzo Picazo, se jubilará en el cargo». Toda una vida.

Asunción Sanchiz, de Pinoso

Custodiando el Registro Civil, ejerce su labor Virgilio González, juez de paz de Cocentaina. Tras siete años de mandato afirma con rotundidad «la satisfacción y el orgullo al sentirte querido en tu pueblo natal y poder ayudar a los demás». Su señoría amplía las funciones del cargo, destacando la firma de la fe de vida, los libros de familia, las licencias de enterramiento y la celebración de los juicios orales y actos de conciliación. Añade González que «todos estos servicios son gratuitos, estamos a disposición de los vecinos».

El municipio de El Comtat «es muy tranquilo respecto a la justicia pero con mucho trabajo». Con más de 11.000 habitantes, pedanías y polígonos industriales «hay muchas notificaciones, más de un 10% de inmigrantes que precisan de nuestros servicios y actualmente en el juzgado de paz somos tres funcionarias y yo, con la amortización de una plaza. Esto es una merma que repercutirá en la ciudadanía», sentencia.

En sus años de mandato, el caso más curioso fue un acto de conciliación en el que las partes no tuvieron avenencia. «Un particular se quejó de unos desperfectos que le había ocasionado su vecino, tras intentar llegar varias veces a un acuerdo satisfactorio para ambas partes y al ver que no se avenía a razones, aconsejé al que reclamaba que fuera a la justicia ordinaria. Tras llegarle el aviso de los juzgados de Alcoy, vino al despacho a ver si aún podíamos solucionarlo. Muy a mi pesar le dije que esa era la consecuencia de no haberse plegado a solucionar el problema».

González define la figura del juez de paz como «la verdadera justicia de proximidad, somos el primer eslabón previo a los juzgados de primera instancia y aminoramos todo el trabajo que estos soportan. Hay que aprovechar y hacer más uso en los juzgados de paz, del acto de conciliación».

La justicia de proximidad también necesita formación. A ella acudirá Virgilio González, este mes de febrero, como representante de la provincia de Alicante, acompañado de otros dos jueces de paz de las circunscripciones de Valencia y Castellón. La Conselleria de Justicia impartirá estos talleres formativos para, como refleja el temario, «reciban formación sobre las funciones que desarrollan los juzgados de paz y funcionarios puesto que son las instancias judiciales más próximas al ciudadano en poblaciones pequeñas y en aquellos municipio más alejados de las capitales». Así, en los objetivos y metodología se tratará el conocimiento y comprensión del marco jurídico-normativo, aplicable en los juzgados de paz y la casuística que se plantea en la práctica diaria.

Virgilio González, de Cocentaina /

Una constante en esta terna de mediadores es la palabra «gratitud». A Víctor Rodríguez Vidal le concedieron la medalla de bronce de San Raimundo de Peñafort, por sus 42 años ininterrumpidos en el cargo. Y otro «que no tiene nada que ver con el juzgado fue cuando me nombraron hijo predilecto de Almoradí. Lo más grande que me ha pasado». Todo un orgullo ser profeta en su tierra, «he visto a muchos niños en la consulta y ya mayores los he casado», afirma con júbilo.

Para Virgilio González, el mayor orgullo «es seguir recibiendo formación y poder ayudar y ofrecer lo mejor a los demás», mientras que Susi Sanchiz piensa en «la satisfacción que sentirían mis abuelos» al ver que es jueza de paz de su pueblo y «haber oficiado las celebraciones de las bodas más cercanas a mí: amigos, familiares y compañeras de trabajo».