¿Recuerdan cómo estaba la provincia de Alicante a principios de diciembre? Hagamos memoria: la segunda ola se había doblegado, solo un 7% de las camas de los hospitales las ocupaban enfermos de coronavirus, los pubs y bares estaban abiertos (con limitaciones de aforo) y... los expertos ya nos prevenían de los efectos que podían tener las fiestas de Navidad en la contención del virus.

Por aquel entonces, el 3 de diciembre, la incidencia acumulada se situaba en la provincia en 221 casos por cada cien mil habitantes, mientras la Comunidad Valenciana navegaba en mitad de la tabla en comparación con otras autonomías, con 200 casos.

Dos meses después, la situación ha cambiado drásticamente y tenemos peores datos que en marzo y abril, en plena primera ola. Así, la provincia ha quintuplicado los contagios y registra 1.570 casos por cada cien mil habitantes, la Comunidad lidera día tras día el triste ranking de incidencia acumulada por regiones (1.440 contagios según los últimos datos publicados por Sanidad) y, lo que es peor, hay una transmisión comunitaria del virus, no controlada, sostenida y con una creciente presión hospitalaria.

¿Qué ha ocurrido en este tiempo? ¿cómo hemos podido pasar de un relativo control del virus al desastre? Un «misterio» hasta para el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, quien en su última comparecencia ante los medios reconoció que el Ministerio de Sanidad no tenía «detalles exactos» de por qué la Comunidad Valenciana ha experimentado un «incremento tan rápido».

Expertos epidemiólogos aportan las claves y tratan de arrojar luz entre tanta tiniebla. Por un lado, las fiestas de Navidad y las reuniones familiares y sociales, las compras para los regalos de Papá Noel y Reyes Magos. La gente en la calle y en las superficies comerciales abiertas todo el día, Nochebuena, Fin de Año y Reyes se encargaron de prender la mecha con facilidad. «No me extraña lo que ha pasado, incluso en València se celebró la cabalgata y hubo aglomeraciones en las calles, una barbaridad», afirma Carlos Álvarez-Dardet, catedrático de Salud Pública.

Y es que ni las restricciones que impuso el Consell para esas semanas navideñas, en que limitó a seis personas las reuniones en las viviendas y estableció en las once de la noche el toque de queda, han podido contener la expansión del virus. «Una cosa son las restricciones y otra el comportamiento de las personas», explica resignado el epidemiólogo José María López Lozano.

Filomena

Por otra parte, tenemos el clima, ese del que presume la provincia y que en este caso ha podido tener una influencia perniciosa. A finales de año y, en especial, la segunda semana de enero, con la borrasca Filomena, las temperaturas se desplomaron. «El frío viene mal para el virus, hace que la gente esté más en sus casas, se relaciona en espacios cerrados», sostiene Álvarez-Dardet.

A estas dos premisas se suma una tercera: el azar. «También influye en una epidemia, si no influyera estaríamos todos contagiados; el coronavirus no es uniforme en su comportamiento, es diferente en las distintas autonomías por una cuestión aleatoria», expone López Lozano.

Para el especialista, «si en un sitio hay muchos virus hay más probabilidad de que explote, en ese aspecto es cambiante y aleatorio; por otra parte, los que enferman son los que están más expuestos sea porque se mueven más o porque son más débiles».

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Las únicas palabras positivas de este artículo vienen ahora: los dos expertos consideran que la Comunidad Valenciana llega ya a su pico máximo y a partir de esta semana los casos empezarán a bajar.

Eso sí, contagiarse de coronavirus y vacunarse, a efectos epidemiológicos, es lo mismo, por lo que los anuncios del Gobierno de que para el verano ya estará inmunizada el 70% de la población no son del todo correctos. «Habrá que vacunar a menos gente porque, desgraciadamente, muchos habrán pasado la enfermedad», concluye López Lozano.