La pesadilla del coronavirus no se acaba para nadie pero los trabajadores de los geriátricos comienzan a dar síntomas de agotamiento emocional. La pandemia se ha cebado con los mayores y muchos profesionales se sienten responsables porque, a pesar de todos los esfuerzos que llevan a cabo en materia de prevención sanitaria, no están logrando impedir que el virus entre en las residencias. Se sienten frustrados al comprobar que las medidas no surten el efecto esperado y que los brotes que sufrieron en la primera y segunda ola se repiten en la tercera con la misma intensidad.

Es muy duro para ellos tener que confinar a los residentes en sus habitaciones para evitar que la enfermedad se propague. Son conscientes del enorme deterioro físico y mental que un aislamiento tan prolongado y la falta de actividad física y social les genera. Una merma que ya es irrecuperable para los de avanzada edad. «Pero las muertes es lo que peor llevamos. Son personas a las que conocemos desde hace muchos años al igual que a sus hijos y a sus nietos, a las que cuidamos y con las que nos relacionamos a diario. Siempre se crea un vínculo emocional, así que resulta muy doloroso perderlas de esta forma», explica Julia Rico, presidenta de Lares en la Comunidad Valenciana.

Una trabajadora de un geriátrico alimentando a una usuaria y una profesional de la residencia de mayores de Petrer durante las tareas de desinfección del Ejército. | EFE/ ÁXEL ÁLVAREZ

Además, hay geriátricos de la provincia en los que la pandemia ha sido especialmente cruel. En DomusVi de Elda, Casaverde de Pilar de la Horadada, la residencia de Alcoy, en Polop o en La Molineta de Petrer, por ejemplo. En éste último centro la primera ola de covid-19 causó el fallecimiento de cuatro residentes y el contagio de siete. En la segunda ola murieron ocho y dieron positivo 40 usuarios y otros 40 trabajadores. Y, sin haber cerrado todavía el segundo brote del 29 de octubre, surgió uno nuevo el 9 de enero con un balance que, hasta la fecha, se ha cobrado la vida de 5 usuarios y ha infectado a otros 28 y 9 profesionales.

Afortunadamente hay otros centros en la provincia, como la residencia Mariola de Alcoy, que acaba de cerrar el brote que se declaró a finales de noviembre. También el geriátrico Emilio Sala apenas mantiene ya casos activos.

Frustración y pena en los geriátricos

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Los profesionales sociosanitarios del sector están soportando un sobreesfuerzo laboral desde que irrumpió la pandemia. Son un grupo de riesgo y tienen que doblar turnos y suplir las bajas de sus compañeros cuando éstos se contagian. Guardar a diario las estrictas normas de prevención y realizar las tareas habituales «como buzos» enfundados en trajes EPI, con guantes, mascarillas y pantallas dificulta su trabajo e incrementa el estrés. También son conscientes de que el virus entra en las residencias con ellos cuando contraen la enfermedad y son asintomáticos. Una situación que desencadena cuadros de ansiedad que requieren incluso de seguimiento médico. También hay casos -los menos- en los que algún trabajador ha llegado a pedir la baja voluntaria al no poder seguir soportando la presión laboral ni emocional. La mayor parte de estos casos suele darse entre personal sanitario del sector público.

Otro de los factores que contribuye igualmente a minar la moral de los trabajadores es la inseguridad laboral a la que se enfrentan porque, en los centros con brotes activos, no se están cubriendo las plazas vacantes como medida de prevención. «Y lo peor de todo es que llevamos así casi un año y no le vemos el final a esta pesadilla», lamenta Julia Rico.