Silvia empezó con su proyecto de una clínica de podología justo antes de que llegara la primera ola de contagios, Teresa y Gracia han sorteado los trámites para abrir esta pasada semana su negocio de medicina estética, y Moisés ha inaugurado dos locales de hostelería en 2020, cada uno de ellos con una suerte distinta: uno ha echado el cierre definitivo y el otro tan solo el temporal, el que marcan las medidas establecidas para frenar los contagios de coronavirus. Todos estos nuevos empresarios, residentes en Alicante, cuentan con un obstáculo en común: las trabas que conlleva empezar un proyecto en plena pandemia.

Cada uno de sus casos es distinto. La clínica de podología de Silvia García, en el Cabo de la Huerta, abrió justo un mes y medio antes de que Alicante, como España y el resto del mundo, se viera cercada por el virus. «Tal y como estaba la situación, solo me llamaron dos personas durante toda la cuarentena», cuenta la joven emprendedora, quien, además de una larga trayectoria de formación, tuvo que realizar un gran esfuerzo económico solo posible, según cuenta, por la posibilidad de vivir con sus padres. «Cuando por fin has llegado a tu objetivo, a tu meta marcada, pasa una situación así y resulta complicado recuperarte de toda la inversión que has hecho, tanto en cuestión de tiempo como de dinero», añade.

Silvia García abrió su clínica de podología justo antes de la pandemia

En cualquier caso, la recuperación de García ha sido buena, dentro de los límites actuales. En esto últimos meses, ha recobrado cierta normalidad: «Mucha gente está acostumbrada a venir a la clínica mensualmente, así que volví a coger enseguida buen ritmo», señala. Pero un bache más, y espera que ya el último para cerrar su dura experiencia de emprender junto al covid, le ha frenado recientemente durante otras tres semanas. La especialista ha sido una de las miles de personas contagiadas, por lo que se vio obligada a echar un cierre temporal. Ahora, con las rejas ya abiertas, lucha para sortear las dificultades de esta situación.

Para llegar a abrir el negocio, para lograr la apertura, el camino también es arduo. Lo saben de primera mano Gracia Bañón y Teresa Andrés Gonzalvo, socias de ENEA, una clínica de medicina estética en Playa de San Juan que se ha inaugurado esta pasada semana con una fantástica acogida en redes.

Los meses previos al día de la apertura, por cuestiones relacionadas con el covid, no han rodado precisamente por un terreno llano, sino que han estado más bien marcados por un zigzag bien enrevesado. Las obras, cuenta Gonzalvo, dieron inicio a una odisea de trámites. «Todo se ha ralentizado. A nivel de obra y demás, había que tener muy en cuenta todo el tiempo el covid», señala la alicantina. «Hemos tenido cinco meses de obras; hubiéramos tardado mucho menos», añade sobre la situación.

Por otro lado, la clínica iba a contar con una serie de materiales de diseño cedidos por el departamento de marketing de una empresa amiga, pero, sin embargo, esta compañía congeló sus gastos en publicidad y obligó a cambiar de planes a las fundadoras de ENEA, que ofrecen, entre otros, servicios de medicina capilar y ginecoestética. La llegada de una de las máquinas de la clínica se ha retrasado también considerablemente por tener que pasar un protocolo que obligaba al proveedor a enviar la herramienta a Bélgica para, una vez allí, proceder a desinfectarla.

Moisés Benjumea, junto a uno de sus locales que sí ha logrado sobrevivir a la pandemia

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«Había menos trabajadores en el Ayuntamiento y tardaron meses en respondernos para darnos las licencias», cuenta por otro lado Moisés Benjumea. «Primero estábamos en una fase, luego cambiaban las normas, luego metían a los albañiles en ERTE... Teníamos que parar, arrancar, y así todo el tiempo», explica Benjumea sobre la puesta en marcha de La Caseta, una crepería en el municipio de Sant Joan que arrancó con una remodelación de local en el mes de marzo. «La licencia de terraza tardó mucho y perdimos el verano», señala. Pese a todas las complicaciones, finalmente el negocio pudo empezar a funcionar y gracias a su pan de mollete «importado» y a las ganas de hacerlo bien, han conseguido hacerse un buen hueco entre los santjoaners. «Ha merecido la pena atreverse», asegura.

Sin embargo, son muchísimos los negocios que se han visto afectados por la situación actual; Benjumea, al margen de su éxito en Sant Joan, también conoce esta otra cara. La ha vivido con su segundo local, abierto en enero de 2020, justo antes de la pandemia, en la calle Castaños. «Lo llevamos aguantando meses, pero lo vamos a traspasar. Ha sido una catástrofe de negocio y hemos perdido un montón de dinero», lamenta el hostelero.