«Gracias por haber sido parte de mi infancia y de mi vida en este barrio, siempre serás la alegría de la calle»; «Dios está contento de tener a una persona tan dulce como tú»; «Gran persona y vecina, somos muchos los que te añoraremos por tu innegable vocación de atención y servicio al barrio desde tu pequeño negocio y medio de vida» y un lacónico, y no por ello menos impactante: «Te echaré de menos».

Muchos son los mensajes de cariño, en su mayoría escritos de puño y letra, que los vecinos del barrio de Los Ángeles de Alicante están dejando sobre la persiana del establecimiento de venta de prensa y chucherías que Cristina Martínez Ruiz regentó durante 17 años en la calle Ollería, cerrado a cal y canto, y lleno también de flores y velas. La quiosquera falleció el pasado martes 2 de febrero, el mismo día que cumplía 57 años, a causa del coronavirus cuando no llevaba ni una semana ingresada en el Hospital General de Alicante: no pudo superar la infección respiratoria por SARS-CoV-2.

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El barrio de Los Ángeles de Alicante homenajea a la quiosquera que murió de covid Pilar Cortés

Su desaparición deja huérfano a un vecindario que encontró en la quiosquera no solo a una servidora del pequeño comercio, también a una amiga y consejera. Silvia Baldó, que conocía a la fallecida desde la infancia, explicaba ayer que «era una bellísima persona, para mí como una hermana, y ayudaba a todo el mundo. Se hacía querer al momento. Si me veía triste me animaba y, si tenía público, se esperaba a que hicieran su compra y se fueran, me llevaba a un cuartito que hay dentro de la tienda y me desahogaba con ella». También relata que Cristina ayudaba a todo aquel que podía, convirtiéndose en «intermediaria para todo». «Por ejemplo, si había alguien que quería hacer un arreglo de ropa y conocía a una modista que necesitaba el trabajo, los ponía en contacto». Por ello, le entristece que a causa de la pandemia no se haya podido celebrar su entierro, «porque hubiese ido todo el barrio a despedirla».

Pero quien más sufre su pérdida es su familia: su madre Juana Ruiz, que cumplirá 82 años en mayo, y su hijo Edgar Diego Martínez, de 29 años, confinados en casa con el virus. Ambos desarrollaron síntomas después que la fallecida, quien empezó a encontrarse mal la semana anterior al fatal desenlace. «Vino una ambulancia a casa y se la llevó a Urgencias. Estuvimos allí toda la tarde pero no podíamos acompañarla. Permaneció dos días en planta, luego tres días en la UCI y nos dijeron que no lo había superado. Se la llevaron el jueves a mediodía y el martes nos estaban diciendo que había fallecido», detalla el joven conteniendo la emoción a duras penas.

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Pese a sus antecedentes de neumonía y a la peligrosidad del virus, Cristina Martínez permanecía en su puesto de trabajo, ante el público. «Estaba muy expuesta. Mucha gente se pone la mascarilla mal, con la nariz fuera, pero al ser un negocio esencial tenía que estar en primera fila. Cierran la hostelería pero nadie repara en estos establecimientos de primera necesidad, que además no tienen ninguna ayuda», lamenta el hijo amargamente.

Aunque no pudo despedirse de su madre, Edgar sí pudo hablar con ella cuando aún estaba en planta. «Como hijo, no hace falta que nadie me diga cómo era mi madre. Era el que mejor la conocía, ella me sacó adelante porque mi padre se fue de casa hace más de 20 años y trabajó toda la vida para darme un futuro, pero que se vuelque todo el barrio y le hagan un altar es una enorme muestra de cariño que reconforta. Aparte de vender prensa, mi madre escuchaba a la gente, le intentaba aconsejar y tenía muchos amigos, vecinos que iban al quiosco de niños y ahora llevaban a sus hijos». Porque antes que Cristina, fueron sus padres y abuelos de Edgar los que regentaron el quiosco otros 15 años más. El joven, estudiante de Cocina y Gastronomía, tiene previsto irse a vivir con su abuela, que enviudó en mayo, una vez superen el covid-19. «Estamos los dos bien pero con mucha, mucha pena».