Leyendo los nombres y competencias de los asesores del presidente Ximo Puig para tomar las decisiones en la batalla por frenar el impacto sanitario de la pandemia –en el económico necesitaría varios premios nobel- me topé con que en el grupo hay un psiquiatra. Falta hace, desde luego, pero desconozco si al margen de su exhaustivo conocimiento sobre lo que se nos puede pasar por la cabeza en cada momento, este profesional habrá trasladado al jefe del Consell, y nadie duda de que Puig no está satisfecho con el rumbo de los acontecimientos, las consecuencias que tiene mantener en «stand by» el principal motor de la economía en la provincia de Alicante y de gran parte de la Comunidad Valenciana.

Perdido San Valentín –cincuenta millones de euros que no son calderilla- y, salvo milagro, la Semana Santa, las esperanzas están puestas en que el próximo verano pueda ser, al menos, igual que el de 2020, es decir, con la mitad de los hoteles cerrados, que no son pocos. Una coyuntura que seguro se habrá planteado el psiquiatra y esperemos se la haya trasladado al presidente. Hay trabajadores que están a punto de cumplir un año sin pisar sus empresas «protegidos» por un ERTE y, para el verano, sus jefes, grandes y pequeños, además de permanecer parados, puede que sigan sin haber recibido un solo euro de ayudas directas, cuya planificación sigue hoy en el cajón y no parece que vaya a llegar en el corto plazo. En las últimas tres semanas, las imágenes del sector servicios cerrado –los pocos hoteles abiertos lo hacen por imagen de marca y compromiso con sus destinos, no porque ganen un euro-, y de los bares sirviendo café para llevar en la puerta son la muestra de la desesperación. Algo tienen que hacer los hosteleros para no volverse locos, aunque al final la factura de la luz se coma lo ingresado por los pocos cafés servidos.

El psiquiatra lo sabe, presidente Puig. Queda ya muy poco margen de aguante. Hosteleros al borde de la ruina que siguen pagando la pena de la irresponsabilidad ciudadana. En un momento como el actual, no queda otra que confiar y esperar a que las vacunas den el resultado esperado, pero los gobiernos central y el autonómico, poco pero algo hace dentro de sus posibilidades, deben dejar sus batallas internas y diseñar, de una vez por todas, un buen plan de choque para salvar a empresas y autónomos, alguno sin ingresos desde marzo de 2020.

Los 24 millones de euros en ayudas directas aprobadas por el Consell, 18 millones a cuenta del presupuesto del secretario autonómico de turismo, Francesc Colomer, el aliado firme que tiene el sector turístico en el Consell, y el único que parece comprender a hoteleros y hosteleros, quizá por haber sido alcalde del turístico Benicàssim, son de agradecer, pero no dejan de ser una tirita viendo cómo se desangra el sector. Se lo explico. Los hoteles tienen unos costes fijos, aunque estén cerrados, de entre 30.000 y 135.000 euros mensuales, y eso los que están amortizados, porque si el empresario tiene que pagar un crédito o un alquiler es imposible aguantar. Por mucho que se ganara en 2019, un 2020 casi en blanco ha dejado las reservas a cero. Es más, de esos 24 millones de euros, solo nueve son para los hoteles, ya que el resto va a otros subsectores que lo están pasando tan mal o peor, como son hostales, pensiones, bares, cafeterías, agencias de viajes o empresas de la llamada oferta complementaria. Una ruina cuando el 70% de los negocios lleva cerrado desde hace un año, algunos nunca pudieron levantar la persiana porque la primera ola les pilló cerrados por temporada en aquel infausto 15 de marzo de 2020, y desde entonces nada de nada. Un peldaño más arriba que en el departamento de Colomer se ha abierto otra línea de ayudas a base de créditos con bajo interés. Otra prueba de la buena intención de un Ximo Puig que tampoco tiene la caja pública para grandes gestos, pero poco útil. Como confesaban varios empresarios tras conocer el anuncio, los préstamos están muy bien cuando hay actividad y se pueden pagar, pero ¿quién está ahora en condiciones de afrontar una cuota mensual cuando no entra ni un euro porque todo está cerrado y España y media Europa sigue semiconfinada o, para los efectos, confinadas? Solo hay que darse una vuelta por cualquier ciudad o pueblo de la provincia para comprobar que solo hay tristeza y calma, con Benidorm, primer municipio turístico de la Comunidad, como mejor exponente. Todos, abandonados a su suerte.

César Anca, presidente de la Asociación de Restaurantes de Alicante, que a su condición de buen cocinero une la capacidad para hablar claro sin salirse del tiesto, advertía hace unos días en estas mismas páginas que lo que de servir comidas a domicilio es como un placebo. Vamos, que solucionar, bien poco porque, sencillamente, la hostelería no se diseñó para cocinar una delicatessen y servirla después en un túper.  

Turismo y hostelería son dos sectores, o incluso el mismo, capitales para la provincia de Alicante, que vieron reducidos sus ingresos entre el 80% y el 90% en 2020, y que ya ven perdido un negocio de 6.000 millones euros en la primera mitad de este año. Sectores de los que no solo dependen los trabajadores directos. Hablamos de hoteles, bares, cafeterías, restaurantes, pero también de panaderías, lavanderías, comercios de todo tipo (todo es turismo) con los que apenas se ha tenido un gesto más allá de los ERTE. Y si no el aeropuerto, otrora principal empresa de la provincia, en el que trabajaban 3.000 personas y que se ha vuelto a quedar vacío. Igual que cada día cierra un nuevo negocio en la calle por la que pasamos a diario. Esa es la realidad en este febrero primaveral que se ha perdido por completo.

El Gobierno mantiene que para el verano el 70% de los españoles estaremos vacunados. En Europa el ritmo de la vacuna progresa adecuadamente, pero la duda, tras ver todo cerrado, es si cuando en julio el presidente Pedro Sánchez anuncie con la solemnidad que le caracteriza que puede haber verano, quedará alguien con capacidad de volver en una provincia donde, nos guste más o menos, vivimos del sector servicios, incluyendo ahí al promotor que le vende una casa a un noruego para que pueda disfrutar de esos 25 grados que nos ha ofrecido e la Costa Blanca en pleno febrero. No queda otra, ayudas directas. Complicado, pero para eso pagamos a los que van en coche oficial en Alicante, València, Madrid o Bruselas. Esos que siguen cobrando a final de mes mientras otros no han podido abrir el bufé desde hace ya casi un año, y a los que resulta más fácil decretar cierres que proponer soluciones imaginativas. Precaución toda, pero un año después la situación de autónomos y empresas es desesperada por mucho que nos guste que haya llegado el AVE al sur de la provincia. Esta semana parece que se ha movido algo de cara a la reapertura de la hostelería a partir del 1 de marzo. Que se haga bien, por el bien de todos, pero que se haga. Y que cuando llegue el verano quede alguien para volver a abrir y se pueda a empezar a remontar el vuelo en el sector servicios de la provincia.