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La cuarta vía

La peligrosa línea que separa el covid de la turismofobia

La montaña rusa en la que nos ha metido la pandemia hace inexplicables algunas decisiones, como hacer publicidad para recordar que la Costa Blanca está cerrada

Una pareja deturistas caminapor Benidorm.

En esta especie de montaña rusa en la que la crisis del covid ha embarcado al sector turístico se puede esperar ya de todo. Mientras los turistas extranjeros pueden venir sin problemas -PCR incluida, por supuesto- a la Costa Blanca, y disfrutar de la «vacía» playa de Levante de Benidorm, o los viajeros de Castellón pueden hacer lo mismo, si el bolsillo se lo permite, sin embargo, un murciano no puede pasar el fin semana en su segunda residencia de Orihuela Costa pese a que ya haya sido, incluso, hasta vacunado, lleve el test negativo en el bolsillo o cuente con anticuerpos del covid. Y el que dice murciano, dice vasco, aragonés, manchego, castellano-leonés, gallego o madrileño, nuestro principal cliente turístico español.

Madrileños de Coslada, del castizo Chamberí o de Valdemoro, que se han pasado toda la semana escuchando, pásmense, al encender la radio, entre la última astracanada de Ayuso, Errejón, Cantó y compañía, un mensaje de Turisme -convencido de que la parida no ha podido salir del equipo del secretario autonómico Francesc Colomer, aunque hayan sido los encargados de montarlo-, invitándoles a que se queden en su casa y no se les ocurra pisar la Comunidad Valenciana hasta nueva orden. Bueno, que vuelvan en verano, que entonces les invitaremos hasta a un excelente arroz a banda. De momento, sin embargo, en casita, aunque «os queremos un huevo». Ximo Puig, del que nadie puede dudar de su buena voluntad, esfuerzo y dedicación en la batalla contra el covid, ha logrado así, durante la pasada Semana Santa, la cuadratura del círculo en cuanto a promoción turística: soltar una pasta para intentar que no vengan los turistas. Si Pedro Zaragoza, el alcalde que abrió Benidorm al mundo, levantara la cabeza, quemaría la vespa con la que se fue a Madrid para rogar a Franco que permitiera el bikini en las playas.

Madrileños, volved en verano. «Sabéis que en la Comunidad Valenciana nos encanta compartir lo nuestro con las personas que venís de Madrid. Qué ganas tenemos de recibiros y volver a darnos un abrazo de bienvenida. Esta Semana Santa no podremos vernos, pero pronto estaremos juntos. Os queremos». Este es el mensaje que los madrileños han escuchado en las radios de su comunidad donde, por cierto, cientos de jóvenes europeos han encontrado una especie de Meca en la que, algunos con conductas más que irresponsables, esquivan estos días las fuertes restricciones frente al covid en sus países de origen, cuando enfilamos una cuarta ola. Particularmente, en esta polémica soy de los que piensa que mejor que quedarse en casa, y aunque a las olas hay que respetarlas, lo mejor es aprender a surfear. Pero lo de estos chavales, franceses y de cualquier punto de España y la capital madrileña es impresentable. No obstante, tras un año de convivencia con el virus pienso que, vacunas aparte, debemos comenzar a incidir más en la prevención y el control que en la prohibición. No voy a comparar las políticas de Isabel Díaz Ayuso (las imágenes de jóvenes disfrutando de la noche madrileña sin protección contra del covid son inadmisibles) y de Ximo Puig a la hora de afrontar la estrategia de la pandemia, pero la cuña de radio del Consell, acompañada de los comentarios que empiezan a escucharse por las calles de la provincia contra los turistas, en este caso madrileños, no son precisamente, lo más conveniente para una comunidad en la que el Turismo representa el 16% del PIB y sostiene 300.000 empleos.

Por supuesto que hay que cumplir las normas y ser consecuentes. Aunque no nos guste, el uso de la mascarilla, el hidrogel y no escaparse de vacaciones fuera de la Comunidad Valenciana es lo que toca ahora si, como dicen los que nos administran -los mismos que tienen la responsabilidad y obligación de vacunarnos-, queremos llegar al segundo semestre del año en condiciones de ir recuperando la normalidad. Pero también es cierto que, por muy inocente que parezca, hay mensajes que calan y estigmatizar, aunque sea la intención, a los madrileños con el covid se queda a un paso de la turismofobia. Ese hastío a los que nos visitan que va calando en España desde que en 2017 unos extremistas boicotearan a turistas en Palma, Barcelona y San Sebastián, culpándoles de la masificación de sus ciudades. Afortunadamente, en la Costa Blanca no se han dado, de momento, incidentes similares, pero en boca de muchos ignorantes empieza a señalarse al turista madrileño como el causante de muchos de los rebrotes del covid que se producen tras unos días festivos, en los que cualquier vecino del que no nos suena su cara nos parece que acaba de llegar de Madrid, o los veamos por todas partes con el covid marcado en la frente. Una cosa es relacionar a los turistas con el aumento de los precios, y otra con contagiarnos el covid, y luego, sin embargo, irnos de fiesta a casas de amigos y escondernos debajo de la cama cuando llega la Policía.

El investigador George Doxey analizó a mediados de los años 70 del siglo XX -justo cuando la provincia iniciaba su carrera para convertirse en uno de los principales destinos turísticos de Europa- el comportamiento de las poblaciones locales de Barbados y del entorno de las cataratas del Niágara, en Canadá, ante la avalancha de turistas. Un destino turístico atraviesa por cinco etapas -euforia, apatía, molestia, antagonismo y rendición- de irritación de la población local ante la llegada masiva de visitantes. En un principio los turistas son bien recibidos, incluso representan una novedad y un cambio positivo en la dinámica de las ciudades hasta que comienzan a ser tan comunes que hay cierta apatía hacía ellos o indiferencia, o más tarde, esta se transforma en molestia por el estrés que provocan en las ciudades. Las últimas dos etapas son el antagonismo y la rendición, y de ahí a la turismofobia. En la Costa Blanca, acogedora por naturaleza, sólo nos faltaba que algunos aprovecharan el descontrol del covid para tomar posiciones talibanes.

Por supuesto que hay que respetar las normas y si no se puede viajar por el operativo de prevención frente a la pandemia pues no se puede viajar, pero quizá ahí resida el gran problema. Prohibir es fácil, encerrarnos a todos en casa es sencillo pese a que se coarten con ello libertades (el toque de queda sigue a las 22 horas pese a la buena evolución de la pandemia). El virus lleva ya un año entre nosotros y según los virólogos, o sea, los que saben, llegarán más, como en su día lo hizo el de la gripe que ahí sigue entre nosotros. Pero por ello no nos podemos parar. Los hoteleros, respaldados por el secretario autonómico de Turismo, Frances Colomer, lo han dejado claro en los últimos dais. La vacuna es capital, no hay duda, pero, mientras, por qué no permitir una movilidad segura con PCR o test de antígenos. Cuesta mucho entender el ver turistas rusos en el aeropuerto de Alicante-Elche cuando la vacuna Sputnik no está ni autorizada en la UE, y acabemos delatando a una señora de Madrid por venir a su casa de playa de San Juan. No podía venir, por supuesto, pero ¿y si estaba vacunada o tenía PCR negativa? ¿La de una clínica de Moscú sí sirve y la de una de Lavapiés no? Esto hay que arreglarlo ya, porque es un sinsentido. ¿Me quemaréis el coche si me bajo a Alicante en verano?, me «guasapeó» el miércoles un amigo de la madrileña calle del Pez Volador. No exagero. Bastantes problemas y descerebrados tenemos para andarnos con bromas y no voy a contarles cómo hace ya más de 20 años una familia, con niño de unos siete años incluido, me increpó un día en plena playa de San Juan por llevar «BI» en la matrícula. ¿Prohibir los extremismos? Quizás eso sí, en todos los sentidos.

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