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La hermana menor de la muerte: Prolepsis con Lauri

LA HERMANA MENOR DE LA MUERTE: PROLEPSIS CON LAURI

No fue hasta el 15 de junio de 1971 que el policía retirado Enrique Baños pudo hablar por fin con Lauri, para preguntarle por Trinidad Blasco, un anciano de 83 años que sufría episodios de demencia senil y que había desaparecido casi ocho meses atrás en el Hospital General de Alicante.

Enrique llevaba buscando a Trinidad desde el 18 de noviembre anterior, día en que aceptó el encargo que le hizo el hijo del anciano. Como contaba con tiempo por estar jubilado y conocía bien la ciudad, incluidas las zonas donde pululaban los delincuentes, creyó que no tardaría mucho en dar con el paradero del viejo, pero se equivocó.

A primeros de año había averiguado que Lauri había sido rescatada el día de Nochebuena de un burdel de carretera que había en la Vega Baja y en el que era obligada a prostituirse. Durante el rescate murió un hombre, un rufián encargado de vigilar el prostíbulo, pero las tres hermanas que dirigían el establecimiento se negaron a testificar ante los guardias civiles y el juez. No obstante, los rumores apuntaban a una pareja de hombres, uno muy fuerte y otro viejo, como autores del rescate, y Enrique dedujo que este último debía ser Trinidad, puesto que llevaba buscando a Lauri desde que desapareciera del hospital.

A Enrique no le costó mucho conocer los antecedentes de Laura Rodríguez García, la muchacha de 24 años que llevaba unos cuatro o cinco años prostituyéndose, primero en un night-club de la Albufereta y luego por su cuenta, ofreciéndose por las calles y plazas de determinados barrios. Había sido detenida varias veces por infringir la Ley de Vagos y Maleantes, aunque nunca fue condenada a prisión.

También sabía Enrique que, en la madrugada del 2 de noviembre último, Lauri acompañaba a Trinidad por una calle del barrio de San Antón cuando fueron asaltados por un proxeneta llamado Aquilino, que iba acompañado por un compinche. Pero a su vez estos fueron atacados por varios hombres de Jefe Simón, el cabecilla de una de las bandas más importantes y peligrosas de la provincia alicantina. El compinche de Aquilino murió en el enfrentamiento y Trinidad fue herido de un navajazo y llevado al hospital. Lauri desapareció, pero las voces que recorrían los ambientes más sórdidos de la ciudad contaban que estaba siendo obligada a prostituirse en uno de los burdeles que controlaba Jefe Simón.

¿Y por qué tenía Trinidad tanto interés en Lauri? Enrique también conocía la respuesta a esta pregunta: porque el anciano estaba buscando a su nieta de 8 años, muerta en un accidente de tráfico en abril de 1970, pero que él, en sus delirios seniles, creía que había sido raptada por unos demonios en la madrugada del 17 de octubre de ese año. Y como, al parecer, una adivina le había dicho a Trinidad que Lauri podría ayudarle a encontrar a su nietecita y, antes de que les atacaran aquella noche en el barrio de San Antón, Lauri le había reconocido que sabía algo de la desaparición de una niña de 8 años, el anciano la anduvo buscando, hasta dar con ella en el burdel de Jefe Simón donde la tenían encerrada.

Todo esto le fue ratificado a Enrique por la propia Lauri aquella mañana del 15 de junio de 1971 en la que por fin pudo entrevistarse con ella. La había localizado unos días antes en un improvisado campamento jipi que había cerca del pantano de Tibi, pero Lauri no accedió a hablar con él hasta entonces.

Enrique no encontró a Lauri hermosa, pero sí bonita. Era esbelta, tenía una cabellera morena, larga y ondulada, semirecogida en dos trenzas unidas con racimos de flores; sus ojos castaños y sus labios sonrientes radiaban una felicidad ligeramente aderezada con alcaloides extraídos del cornezuelo del centeno. Se presentó en el bar de Tibi en el que habían acordado reunirse vestida con una blusa blanca anudada sobre el ombligo, un pantalón vaquero corto, deshilachado, y sandalias de cuero con suelas muy gastadas.

LA HERMANA MENOR DE LA MUERTE: PROLEPSIS CON LAURI

Fue una reunión larga, en la que Lauri contestó con franqueza a las preguntas de Enrique, según le pareció a este. Tampoco puso trabas a que él grabara la conversación y tomara ocasionalmente apuntes en una libreta.

–No, no, qué va. Ni Gori ni yo sabíamos que la nieta de Trini había muerto. Tampoco es que nos creyéramos lo que nos contaba de que había sido raptada por las erinias y por orden de la hermana menor de la Muerte, pero sí creíamos que la pequeña había desaparecido y que él estaba buscándola desesperadamente –respondió Lauri a una pregunta de Enrique, después de contarle cómo había conocido al anciano aquella noche del 1 de noviembre pasado en el Pozo del Gallo.

–¿Quién es Gori?

–Es el apodo de un amigo, que trabajaba precisamente en el Pozo del Gallo. En realidad, se llama Amelio. Un buen tipo, se lo aseguro. Él y Trini me rescataron del Copacabana, donde me tenían encerrada y drogada con heroína, obligándome a prostituirme.

–¿Fue ese amigo suyo…, Gori, quien mató al vigilante del Copacabana?

Lauri dejó de sonreír por primera vez y miró a Enrique ceñuda, antes de contestar:

–No… No sé… No sé qué es lo que pasó aquella tarde en el Copacabana. Yo estaba inconsciente, encerrada en mi habitación, como siempre mientras no había clientes. No me enteré de nada de lo que ocurrió. Solo sé que desperté en el apartamento que Gori tiene en Virgen del Socorro.

Enrique quedó convencido de que la chica no sabía en efecto lo que había ocurrido durante su rescate. Nadie al parecer se lo había contado hasta ese momento.

Quiso saber Enrique en qué número de la calle Virgen del Socorro tenía Amelio su apartamento y le preguntó más cosas sobre él: su apellido, a qué se dedicaba, qué edad tenía…, pero Lauri frunció aún más el ceño y se mostró remisa a responder, temerosa de que pudiera perjudicar a su amigo si daba más información acerca de él, después de lo que aquel hombre le había dicho sobre la posibilidad de que Gori matase a Quino, el despiadado y brutal vigilante del Copacabana.

Consciente del creciente escepticismo de la chica, Enrique desistió de seguir indagando sobre aquel hombre y volvió a interesarse por el viejo Trinidad.

Algo más relajada, pero todavía sin volver a sonreír, Lauri le contó lo que había sucedido después de su liberación.

Habla Lauri

Trini y yo estuvimos casi dos meses sin salir del apartamento de Gori. Tardé un mes en desintoxicarme. El síndrome de abstinencia que sufrí fue horroroso, pero Trini no se separó de mí ni un instante, cuidándome mientras me daban espasmos musculares y calambres estomacales, limpiando mis vómitos y diarreas. Ya digo que no salió a la calle para nada; todo el tiempo estuvo junto a mí. Gori nos traía comida cuando volvía de trabajar en la discoteca Whisky a Chorro. Cuando ya me estaba recuperando, fue Trini quien se puso malo, con gripe. Estuvo enfermo un par de semanas, con fiebre muy alta. Pensé en avisar a una ambulancia, pero Gori me persuadió y el propio viejo, en los pocos momentos en que estaba consciente, me rogó que no le llevara al hospital. Tampoco me quiso decir dónde vivía. Durante sus delirios murmuraba cosas ininteligibles, aunque a veces sí que entendí lo que decía, y le aseguro que hubo momentos en que sentí un miedo espantoso. Se quejaba, lloraba, rogaba, maldecía… En verdad parecía que estuvieran presentes en aquella reducida habitación los seres con los que hablaba… ¿Cómo? No recuerdo muy bien, pero mencionaba a Manía, a Medea, a la hermana menor de la Muerte. Pero también había veces, las menos, en que parecía hablar con algún ser querido. Entonces su voz era igual de trémula, pero más dulce, y sus ojos se humedecían llamando a una tal Dulcinea… Sí, sí, Dulcinea, como la del Quijote. Y durante aquellos días fui yo quien le cuidaba, sin separarme de su lado.

Una vez que nos recuperamos ambos, les conté a él y a Gori lo poco que sabía de la niña de 8 años que había desaparecido unos meses antes, en la primavera del año pasado. Me lo había contado Dorita, una colega con la que coincidí varias noches por las calles de San Antón y de Campoamor. A ella se lo dijo un cliente que conducía uno de esos cochazos extranjeros… No sabía la marca, pero sí que era un tipo con bastante pasta. Muy elegante, pero muy vicioso, me dijo. Le preguntó si había visto o sabía algo de una muchacha llamada Neusica, de unos veintipocos años, bien vestida, que iba acompañada por una niña de ocho años. Dorita le dijo que no, pero le preguntó por qué la buscaba. Le dijo que había secuestrado a la niña, y cuando Dorita le preguntó si lo sabía la Policía, el tipo le dijo de mala manera que lo olvidara y se marchó. Unos días después, casualmente, un cliente mío con quien solía verme en el hotel Carlton, bastante distinguido y ricachón, me preguntó si sabía algo de una chica llamada Neusica. Le dije que no y le pregunté por qué la buscaba. Me dijo que era hija de un amigo suyo y hacía unos días que se había fugado de casa. Le pregunté si iba con una niña, y entonces él me miró preocupado y quiso saber cómo sabía yo eso. Le conté que me lo había dicho una amiga, pero no conseguí que él me explicara nada más.

Sí, Gori me preguntó lo mismo, que si sabía cómo se llamaba mi cliente. Le dije que, como casi todos, se hacía llamar con un nombre falso: Antonio, pero que aquella misma tarde, antes de seguirle a su habitación, mientras esperaba a que le dieran la llave en recepción, separada de él unos pocos metros para disimular, pese a que el recepcionista sospechaba a qué me dedicaba yo, oí que le llamaba don Tesifonte. También le dije a Gori el tipo de coche de conducía: un Mercedes Benz deportivo negro. Al cabo de unos días, Gori averiguó no solo que el tal Tesifonte Morales era un arquitecto muy reconocido, sino quién era el amigo de este cuya hija se había fugado: Modesto Bosch. Al parecer, en la clientela del Whisky a Chorro había algunos miembros de la alta sociedad alicantina a los que no resultaba muy difícil sonsacar información a altas horas de la madrugada y cuando se hallaban a una copa de la embriaguez.

Trini no conocía personalmente a Modesto Bosch, pero sí que había oído hablar de él: era un poderoso empresario, propietario de una naviera, que tenía fama de ser tan discreto como influyente entre los gobernantes. Gori explicó que, en efecto, la hija mayor de Bosch se había fugado unos tres meses atrás, acompañada al parecer de una niña de 8 años, hija de un marinero que se había ahorcado y con quien se decía que ella había mantenido relaciones amorosas. Trini insistió en saber si estaba seguro de que esa niña era hija de un marinero, y Gori le dijo que no, que no estaba seguro, quizá porque vio en la mirada del viejo el abismo que se abría tras su desesperada insistencia.

Trini decidió de inmediato visitar a Modesto Bosch. Quería preguntarle por la niña que se decía acompañaba a su hija fugada, para averiguar si se trataba o no de su nieta. Tanto Gori como yo tratamos de persuadirle, pero fue inútil. Le pidió a Gori que averiguase aquella noche dónde vivía el empresario, para ir al día siguiente a verle.

Gori cumplió con el encargo. Cuando volvió de madrugada al apartamento, Trini le esperaba levantado e impaciente. La residencia de Modesto Bosch estaba entre los términos de Alicante y Campello. Es una finca enorme, en la que resulta prácticamente imposible entrar sin invitación o autorización previa.

Fue idea de Gori que yo acompañara a Trini, haciéndome pasar por su hija, madre de la nieta desaparecida. Pensando que tal vez así le resultaría más fácil ser recibido por Bosch, Trini aceptó.

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