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Gent de la Terreta: Andrés Torrubia, ingeniero de telecomunicaciones

Andrés Torrubia, ingeniero de telecomunicaciones: De oficio, emprendedor

De oficio, emprendedor.

La primera vez que conectó un ordenador recibió una descarga eléctrica. Por aquellos tiempos, con once años recién cumplidos, tenía memorizada la respuesta para todo el que le preguntaba por su futuro. «Yo quiero ser dentista, como mi padre». Así que, entre una cosa y otra, nadie hubiera alcanzado a imaginar que aquel niño, primogénito del doctor Torrubia, reputado odontólogo alicantino, acabaría rechazando de plano el camino de la medicina por su aprensión a la sangre, y, por el contrario, pese a su tortuosa primera experiencia frente a una computadora, se convertiría en un primer espada del mundo de la tecnología.

Así comienza a escribirse la historia de éxito de Andrés Torrubia Sáez, un estudiante discreto que comienza a dar pasos hacia la excelencia tras un acertado muletazo de su padre, al poco de iniciar los estudios de BUP en Jesuitas. Hasta entonces, el joven Andrés se desenvuelve sin suspensos, sin más ambición que pasar de curso sin apuros y con el notable como máxima aspiración. El cambio aparece en el momento en que pide a sus padres un segundo ordenador, esta vez de última generación, cuyo importe asciende a 80.000 pesetas (poco menos de 500 euros), cifra inalcanzable con el aguinaldo que tenía asignado. El doctor, que intuye la capacidad no explotada de su primogénito, sugiere un pacto: «Serás tú quien costee el aparato, a razón de cinco mil pesetas que recibirás por cada sobresaliente que plasme el boletín de notas». La estrategia surte el efecto deseado puesto que, poco después de sellar el acuerdo, el estudiante de 14 años presenta un expediente académico inmejorable que, excepto en gimnasia, refleja sobresalientes en todas las asignaturas.

La anécdota arroja un beneficio que trasciende al anhelado ordenador. El reto planteado por el padre le había obligado a reorganizar su tarea de estudio tras salir de clase, así que el posterior éxito de la misión le lleva a interiorizar el hecho de haber conseguido lo que pretendía al actuar con decisión. La reflexión se tradujo en una lección de vida que marcaría su futuro como emprendedor.

Aquel ordenador ganado a través del reto propuesto por su progenitor, un Atari ST, no solo le sirve para aprender a programar de manera autodidacta, sino que le marca el camino para convertirse en ingeniero.

En esa misma época, sin internet instalado en la vida cotidiana, toma contacto con un reducido grupo de adolescentes, apasionados de la informática, para intercambiar programas e información. Torrubia, que entra en el círculo con el apodo «Red Devil» (Diablo Rojo), entabla relación con varios jóvenes que, más tarde y al igual que él, labraron un exitoso camino como emprendedores de la mano de la tecnología, entre ellos el fundador de Infojobs, Nacho González Barros, o el creador de la web Softonic, Tomás Diago, niños que no habían cumplido los 15 años que se conocen trajinando e intercambiando conocimientos a través de la sección de clasificados de revistas especializadas.

Como programador autodidacta, su mente comienza a dar vueltas sobre el futuro. Tras meditar inquietudes elige Ingeniería de Telecomunicaciones y se desplaza a València para matricularse en la Politécnica donde, cautivado por la línea elegida al constatar cómo la humanidad doma y aplica el potencial de átomos y electrones, encuentra más motivación si cabe al comprobar que, más que a resolver ejercicios, le indican el camino para solucionar problemas.

En València coincide y estrecha lazos con Paco Mora, -hoy rector de la UPV, entonces joven y brillante profesor de Teleco-, que le sugiere en el tramo final de la carrera enviar el currículum al CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) a modo, simplemente, de entrenamiento para confeccionar una exposición curricular, toda vez que no había ni pretensión ni confianza en que el prestigioso organismo radicado en Suiza abriera la puerta a un estudiante de Telecomunicaciones sin experiencia profesional, todavía ligado a la universidad.

Sin embargo, poco después de elaborar y enviar a Ginebra una carta de presentación trabajada con esmerado mimo, el CERN acepta la petición de Torrubia y le emplaza a viajar a Suiza tres meses después para comenzar a trabajar, ante la sorpresa del alicantino que, sin salir de su asombro, cae en la cuenta de que le han aceptado dando por hecho que tiene el título cuando, en realidad, le faltan los últimos exámenes de quinto y el proyecto de fin de carrera para convertirse en ingeniero.

Frente al embrollo generado, Torrubia asume el reto de completar el expediente en el corto espacio de tiempo que le concede el calendario y, después de atravesar el verano del 97 metido en su cuarto, sin ver el sol, completa el expediente académico con matrícula de honor, que le permite viajar a Ginebra con el título bajo el brazo.

La sede suiza del CERN, que le acoge en el edificio donde se creó la web, se convierte en su nueva casa, involucrado en un apasionante trabajo de apoyo a la ciencia, con la misión de crear herramientas para ejecutar el pensamiento de los físicos. Sin embargo, pese a ser excelentemente remunerado y estar encantado con su tarea, su espíritu emprendedor le tenía reservado otro rincón.

El inesperado cambio de rumbo surge durante un viaje a Estados Unidos para asistir a una conferencia. Tras cumplir con el motivo del viaje, decide visitar a su primo Álex Torrubia, un consultor para organizaciones internacionales que por esa época trabaja en Nueva York colaborando en un proyecto para la ONU.

En aquel encuentro, Andrés da a conocer a Álex algunas pruebas acerca de proyectos de seguridad informática que le sirven de entretenimiento para matar el aburrimiento en su apartamento de Ginebra cuando está fuera del CERN. La conversación se anima hasta tal punto que ambos primos acaban convencidos de que el futuro les está señalando otra dirección. Tal fue la seguridad, que Andrés, sin esperar a su regreso, llama al CERN desde Nueva York para anunciar su dimisión y, acto seguido, regresa a Alicante para montar junto a su primo Trymedia, una empresa dedicada a la protección y distribución de videojuegos por internet. El rotundo éxito de Trymedia, creada en 1999 y que cristalizó en diez patentes, despierta un inusitado interés. De hecho, sin mover un dedo, ambos socios comienzan a recibir ofertas hasta que en 2005 aceptan la oferta de compra de la multinacional Macrovision.

En ese tiempo, Álex y Andrés crean dos equipos de ingeniería: uno en Alicante y otro en Silicon Valley. Tras la venta, el ingeniero permanece un tiempo en la empresa, pero poco después decide instalarse de nuevo por su cuenta para crear en 2008 Fixr, un directorio de trabajos del hogar que conecta usuarios con proveedores, y que nace junto a otros dos socios, Arvín Abarca y Antonio Tárraga, para explotar un sector que todavía inexplorado por internet.

Hoy, además de en Fixr, trabaja junto a su mujer, Aurelia Bustos, en Medbravo, un proyecto vinculado a la medicina y a la inteligencia artificial. Al mismo tiempo, con Miguel Ángel Román y Aurelia, dedica parte de su tiempo al Instituto de Inteligencia Artificial, un organismo destinado a dar a conocer el potencial de la IA. Tareas, todas ellas, que cubren el espacio de un brillante emprendedor que cumple con su labor desde El Campello, que suele cocinar tarareando el himno de Alicante y que tuerce el gesto cuando escucha el inventado término de Alifornia: «Ya quisiera California».

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